Para terminar de una vez con Kafka
No se termina nunca de leer a Kafka. No habrá llegado a juntarse una capita de polvo decente en el sector dedicado a Kafka de nuestra biblioteca cuando otra vez habrá que revolverlo en busca de un textículo o una entrada de diario imprescindibles para cerrar alguna discusión con un argumento de autoridad o para verificar las fuentes de una pretendidamente novedosa interpretación.
Kafka en Zurau, con Ottla, tercera desde la derecha
Monstruo contradictorio, secreto e incesante, la biblioteca kafkiana (no la nuestra, modesta, sino la total), tiende al infinito, no sabe de logros definitivos en la fijación de la obra ni en su interpretación. La biografía de Stach, en tres voluminosos volúmenes, pronto nos estará resultando insuficiente en la información o ineficiente en las deducciones.
Nadie como Kafka ha sabido preñar un texto de lecturas posibles. Ni el Finnegan’s wake sugiere más lecturas que el más humilde de los fragmentos kafkianos. Sólo Heráclito el Oscuro ha sido objeto de más comentarios. Se conseguirá dar forma final al rompecabezas infinito de los manuscritos de Qumrán o de Nag-Hammadi, desmenuzados por el viento de los siglos y por el viento del desierto, antes de que se llegue al sentido íntimo de alguna incompleta alegoría kafkiana. Leído desde la hermenéutica freudiana, o desde la perspectiva talmúdica, o cabalista, o desde el moderno saber sociopolítico, el corpus kafkiano parece siempre en principio abrirse dócilmente, pero sólo para de inmediato convulsionar y volver a encerrarse en su secreto.
La complicidad entre Kafka y Freud no cesa de dar frutos, a pesar de que Freud, que no era mal lector de literatura, jamás se refiere a Kafka –al menos por escrito-, ni siquiera en el contexto de sus encuentros con escritores como Willi Haas, que había formado parte del estrecho círculo de amistades de Kafka. Viena y Praga parecen más distantes aún que en los tiempos de Mozart. Y sin embargo Freud no podía ignorar la existencia de esa obra nacida para ser debatida: ya en 1934, a diez años de la prematura muerte de Kafka, Walter Benjamin se enzarzaba en polémicas contra interpretaciones que juzgaba erróneas de su obra.
Por el contrario, en sus diarios y en su correspondencia, Kafka se remite de continuo y explícitamente al pensamiento de Freud, especialmente en lo que hace a la interpretación de los sueños y a la teoría del complejo de Edipo. Numerosas de sus ficciones intentan y logran generar una atmósfera onírica, a veces basándose en casos tomados del libro de Freud sobre los sueños. Alguna vez, de alguno de sus textos, Kafka comentó que hubiera sido imposible escribirlo sin tener presente a Freud. A partir de los años cuarenta, la interpretación de la vida y la obra de Kafka utilizando la hermenéutica freudiana ha sido tan incesante y relevante como la lectura que desmenuza en la obra de Kafka el diálogo entre el judío y su dios implacable, o como la lectura que en ella recoge la profecía diáfana del advenimiento de las burocracias masivas y de los totalitarismos.
En mi texto Continuum, de publicación prevista para comienzos de 2019 en Buenos Aires, propongo una nueva –eso creo- comprensión de la naturaleza de los sueños, con consecuencias para la lectura de Kafka. Propongo que los sueños son, en realidad, extensísimos relatos, de horas de duración, muy complejos en su desarrollo, el sentido de los cuales sólo es comprensible, como en todo relato, al llegar al final. Asimismo expongo que debido a un variable número de circunstancias (puramente externas, o fisiológicas, o de reacción ante el contenido del sueño, etc.) el fluir onírico se interrumpe varias veces durante la noche, y normalmente no llegamos a su final. Lo que queda y recordamos son fragmentos, de los cuales no es posible deducir con firmeza un sentido sin recurrir a la imaginación o a los juegos de palabras. Al final de un sueño “recibido” en su totalidad el sentido no es revelado sin oscuridad alguna. El problema es llegar a esa “recepción” total. El bombardeo síquico y físico que implica la vida moderna, no ayudan. Quiero pensar que la disciplina y el método pueden ayudarnos a hacerlo, sin que tengamos que regresar a dormir a las cavernas.
Llegué a estas comprensiones luego de un período de muy mal dormir, al borde mismo del insomnio. Cuando por agotamiento conseguía dormir mi sueño se hacía extenso y profundo, sorprendentemente creativo en los detalles y en la variedad de tipos humanos que comparecían. Eran sueños sin angustia, pero en los que predominaba la impaciencia y también, a menudo, la resignación. Aunque me despertara varias veces en la noche (por sed o por frio o por ganas de orinar o debido a un ruido o a lo que fuera) y aunque me despertara irritado con un sueño que me parecía estúpido o innecesario, cada vez que volvía a dormirme retomaba el sueño como si nada, como quien ha dado vuelta una página de una novela, y así hasta el final. Una y otra noche, con las escenografías y las peripecias más variadas, mi sueño básico se repetía: perdido en ciudades o en barrios que no conozco, o perdido en insondables edificios como un mamutesco hotel neoyorquino, una laberíntica universidad o un registro y depósito de todos los valores de los ciudadanos (¡!), pero en todos los casos sin poder alcanzar mi punto de destino o la maldita salida del lugar. Llegué a un punto en que dejé de resistirme y volvía a dormirme con la seguridad de que el sueño seguiría hasta el final en el que, como en un final de Agatha Christie, todos los elementos del sueño comparecían para explicar su rol en el sueño y su grado de culpa en mi irritación.
Kafka en Spindelmülle, donde escribe "El castillo".
Obsérvese la similar actitud física que en la foto anterior.
Al escribir acerca de los sueños en ese flujo más o menos descontrolado de escritura al que he llamado Continuum recordé El castillo de Kafka, que releí no hace mucho. El protagonista, K., llega a un lugar del que no puede salir para alcanzar el punto de destino que se ha propuesto. Las peripecias en que se ve envuelto no hacen sino complicar su decisión de salir de allí y llegar a allá, punto no tan lejano. Similar esquema hay en El proceso, sólo que en ésta no se trata de un entorno físico del que su protagonista, también K., no encuentra salida, sino de un entorno virtual: el proceso a que se le somete, sin acusación alguna. Quizá debido a la extensión de estos textos no se ha visto en ellos una vez más la exploración de estructuras oníricas, en este caso de mayor complejidad. En estas novelas Kafka intenta reproducir el funcionamiento de sueños muy extensos que fue capaz de “recibir” probablemente en momentos de particular agotamiento.
En su texto Un amigo de Kafka Isaac Bashevis Singer recuerda que una noche, allá por los años treinta, en un boliche de Varsovia frecuentado por intelectuales judíos, un dizque escritor de apellido Bamberg se acercó a Jacques Kohn, un actor ya veterano del que se sabía que en sus años mozos fue amigo de Kafka, y le dijo:
“-Jacques, ayer leí El castillo de tu amigo Kafka. Interesante, muy interesante. Pero ¿qué pretende? Es demasiado largo para ser un sueño. Las alegorías deberían ser cortas.
Jacques Kohn se apresuró a tragar la comida que estaba masticando y dijo:
-Tranquilizate. Un maestro no tiene que seguir las reglas”.
Kohn tenía razón. En El castillo Kafka le estaba concediendo a los sueños romper los diques de la fugacidad para desbordar sobre el mundo entero.
Como sabemos por sus papeles privados, verdadera historia clínica de sus perturbaciones físicas y síquicas, el docto Dr. Kafka era un insomne incurable, un oniro-nauta proclive a las alucinaciones hipnagógicas, un habitante de las zonas más profundas de la noche, y puede decirse que dedicó su vida al estudio del relato onírico, con el fin de ponerlo al servicio del tótem supremo que conoció en su breve existencia: la literatura. Que sus quejumbrosos diarios no nos lleven a equívoco: a Kafka en realidad no le costaba escribir, como decía, lo que le costaba era hacer de la literatura, sueño.
(2018)
La verdad en los sueños
Durante mucho tiempo pensé que los sueños eran algo así como detritus mentales, chatarra mental –en el sentido en que hablamos de chatarra espacial- que eventualmente emergían en la conciencia y a los que por pura superstición le adjudicábamos el sentido que mejor se adaptara a nuestro antojo.
Henri Rousseau, "La gitana dormida"Fue necesario que se produjera una crisis en mis tiempos de descanso cotidianos –con interrupciones frecuentes en el sueño pero con una duración total más extensa de las horas de sueño- para que cambiara decididamente mi comprensión de la función y el sentido de los sueños.
En efecto, he comprendido que, para decirlo con pocas palabras, la función de los sueños es comunicarnos sabiduría. Sabiduría que es el producto refinado de nuestra experiencia y de la experiencia de los que nos son cercanos.
El problema es que rara vez el mensaje nos llega. Demasiado a menudo nuestra recepción de los sueños es pésima y el acto comunicativo no se realiza.
Lo primero que no sabemos acerca de los sueños es que se trata de relatos extensos, a veces de horas de duración y que, como lo hacen las fábulas, se cierran con una moraleja. Creemos que en el Océano de Oniros nuestros sueños son las plateadas sardinas que fácilmente recogen nuestras redes, y no es así, nuestros sueños son las enormes y cantarinas ballenas que, de sentirse perseguidas, se llevan su canto a las profundidades. Como ellas, nuestros sueños en su plena manifestación y eficacia, son escasos.
El que cree que sabe algo también cree que acerca de ese algo, puede profetizar. Esta es mi profecía: así como los océanos de la Tierra volverán a estar poblados en abundancia por las ballenas, así nuestras vidas volverán a estar dirigidas por la sabiduría que nos transmiten nuestros sueños.
Alan Lowndes, Hombre durmiendo
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Así como dormimos mal, soñamos peor, y lo que al despertar emerge en la superficie de la conciencia son sólo fragmentos del naufragio de nuestros sueños. Imágenes diversas y dispersas cuya trascendencia intuimos de inmediato pero de las que inútilmente nos esforzamos por adivinar su significado, ya que son sólo fragmentos de un relato perdido.
Como dije los sueños son relatos extensos, hasta de horas de duración. Si en medio de su desarrollo necesidades nos despiertan lo normal es que, al volver a dormir, el relato se continúe, sea punto por punto, o en su sentido general.
¿Por qué, entonces, no experimentamos a los sueños como lo que realmente son, sino más bien como imágenes diversas y dispersas, sin relación lógica, y que rechazan nuestro deseo de interpretarlas, de dialogar con ellas? Porque el mundo, tal y como lo padecemos, es una fuente agotadora de inquietudes y temores, y cuando vamos a descansar allí nos acompañan, o nos alcanzan nuestras ansiedades y nuestras desesperanzas. Dormimos en nuestros dormitorios como si estuviéramos durmiendo a la intemperie, en medio de una floresta, al alcance de las alimañas, y tan pronto nuestro sueño se vuelve alerta, superficial y frágil, como se vuelve profundo y estéril como la muerte. Ya no conocemos casi la beatitud y el relajamiento del dormir en paz, y por consiguiente ya no sabemos dialogar con los sueños: no sabemos invocarlos, no tenemos paciencia para oír sus fábulas, y mucho menos sabemos aplicar a nuestra vida lo que nos enseñan.
Demás está decir que en las últimas décadas la marea de imágenes e historias con que los medios atiborran hasta la saturación a nuestro espacio mental, ha venido a obstaculizar definitivamente nuestro diálogo con las fábulas de que los sueños nos proveen.
¿Es esta una situación irreversible? Por cierto que no. La historia demuestra que no son irreversibles circunstancias que atenten contra el pleno desarrollo de las potencialidades de los seres humanos.
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Nada más claro que el mensaje de los sueños. El relato onírico avanza mediante secuencias en las que más o menos repetitivamente se expone, sea de manera llana, fantasiosa o exagerada, alguno de los problemas que nos aquejan, alguno de los problemas que con o sin criterio hemos estado rumiando en la vigilia.
La carne y la sangre de nuestro relato onírico están hechas de nuestra experiencia del mundo, de nuestro saber del mundo y también de nuestra imaginación del mundo. ¿De qué si no? Y es reelaborando esas materias primas que el relato onírico alcanza una precisión y una nitidez por momentos verdaderamente alucinantes. La intensidad de la vivencia onírica es tal que, recibiéndola, nos sentiremos como en un déjà vu increíblemente sostenido.
Recorriendo en el relato onírico un complejo mapa de recurrencias, parecidos y mutaciones inesperadas llegaremos a un punto que se nos presenta, como en cualquier relato, como la escena final. Agotada esta escena, se disuelve, autorizando el despertar.
Es indispensable que el despertar, el regreso del mundo de los sueños, sea vivido como un momento de calma y meditación, de modo que nuestra conciencia termine de aflorar y de paladear las últimas imágenes.
No tardará entonces en presentarse en nuestra mente, con la nitidez de una moraleja el sentido profundo y el mensaje de la historia, el consejo o advertencia que el sueño contenía, por única vez y solamente para el soñante. No hará falta decodificador ni intérprete: la verdad que el sueño vehiculiza se nos hace tan evidente como podamos desearla.
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El relato onírico, que es aquello que el dormir nos reserva, tiene su propio tiempo, que no se ajusta al tiempo del reloj ni a las rutinas del trabajo o del estudio. Es necesario volver a aprender a instalarse en el fluir del relato onírico, sin intentar detenerlo ni modificarlo, sin aceptar que nuestra semi-conciencia onírica le imponga censuras ni restricciones.
Al relato onírico se ingresa con espíritu de invocación y con respeto por las verdades y los recursos de la sabiduría, y se sale ceremoniosamente, conservando el embeleso tanto como sea posible, como se conserva en el paladar el sabor de un néctar, hasta que en nuestra mente se iluminan las pocas palabras del mensaje que nos estaba deparados.
La suma de los mensajes de los sueños es todo el saber que necesitamos para vivir la vida de la mejor manera posible. Destruido nuestro dormir y nuestro diálogo con los sueños, somos un barco sin timón en medio de una tormenta.
(2019)