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  • Muñecas para varones:“Las Hortensias”, de Felisberto Hernández. Una charla con Ana Grynbaum

    Antigua como la cultura occidental es la obsesión de algunos hombres por las muñecas que parecen mujeres, bajo la forma de estatuas que cobran vida o autómatas que imitan a los seres de carne y hueso, el tema recorre toda la cultura occidental, especialmente a través de la literatura, las artes visuales y el cine. La fascinación por la cosa artificial con atributos femeninos se vincula a una serie de ideas respecto de la naturaleza femenina, que en el objeto material se procura “perfeccionar”. El sueño de poseer a la muñeca cobra una forma muy especial en la nouvelle Las Hortensias, de Felisberto Hernández. La invitación es a analizarla a partir de esta tradición.   Viernes 12 de septiembre 19 hs. Centro Rosa Luxemburgo: Av. Carlos Calvo 546, San Telmo, Buenos Aires  Entrada gratuita con inscripción previa por mensaje interno de instagram a: @centro_rosa_luxemburgo

  • Ercole Lissardi - La erótica del nihilista

    A menudo me han preguntado en entrevistas por qué escribo exclusivamente sobre relaciones sexuales. Agregándole el subtexto adecuado la pregunta revela su estupidez: puesto que es usted un escritor talentoso ¿por qué no emplea su talento en temas más serios? (Debo reconocer que, hace algunos años, hubo un “crítico” que tuvo el “coraje” de plantear tal y cual la pregunta). Si no se tiene en cuenta este subtexto, que reconoce implícitamente mis cualidades como escritor, la pregunta por el tema no tendría sentido, porque ¿a quién le importaría la elección de tema que haga alguien que no tiene condiciones para la escritura? Puesto que la pregunta siempre me pareció irritante, pronto acuñé una respuesta que apliqué sistemáticamente: nadie le pregunta a un novelista de policiales por qué escribe solo sobre crímenes, ni a un novelista de política por qué escribe solo sobre corrupción, ni a un novelista romántico por qué escribe solo sobre sentimientos. ¿Acaso el sexo es menos importante que el crimen, la corrupción o los sentimientos? Ante semejante respuesta el entrevistador retrocede, porque es notorio que, por lo menos desde Freud en adelante, está claro que la vida sexual no es sólo “un aspecto” sino que está en el centro de la peripecia humana.   Con el paso del tiempo, y sin estar dándole vueltas de continuo al asunto, que como es natural, en el fondo no me interesa en absoluto, he dado con una respuesta que me parece, si se me permite la expresión, en lo personal más verdadera, y que poco tiene que ver con los vicios y las mañas del campo de lo ideológico y lo literario. En realidad, llegué a esta nueva respuesta haciéndome preguntas respecto a asuntos que en principio nada tienen que ver con la elección de temas literarios.   En efecto, en un momento de, digamos, introspección abismal, calculo que nada inhabitual en el rango de edad a que he llegado, arribé a la conclusión de que, en realidad, a lo largo de mi vida nada me ha interesado demasiado, ni la política, ni la religión, ni la economía, ni la vida síquica, ni la sentimental, ni los genocidios, ni la supervivencia del planeta… podría llenar mil páginas nombrando las cosas que no me han interesado, incluidas las mujeres, en general o en particular. Para abreviar, afirmé que nada me ha interesado. Al contrario que Plauto puedo decir que todo lo humano me es ajeno. Ahora bien, esto no significa que no entienda nada de cuanto ocurre en el mundo de los humanos: se me ha lastrado con suficiente inteligencia y cultura como para entender, casi todo y en buena medida, sin mayor esfuerzo, aunque, a partir de determinado momento, no he querido saber de nada más que superficialmente.   Mi actitud ante la vida ha sido hacer la plancha, por nada hacer demasiado esfuerzo, vivir distraído, sin angustias y sin ansiedades, sin compromiso alguno más allá de cierto punto, padeciendo lo menos posible para conseguir la pitanza, disfrutando en todo lo posible del puro placer de existir, sin burlarme, pero sin tomar demasiado en serio las convicciones de prójimos o lejanos.   Sin embargo, desde muy temprano en mi vida, más o menos consciente del nulo o superficial interés que sentía por los asuntos de este mundo, y muy en especial por lo que concierne a la fama y a la fortuna (de los que siempre pensé que me los merecía sin necesidad de demostrar mérito alguno), estuve, sin embargo, consciente del interés que me despertaba la vida sexual de los humanos, y en particular, de las ansiedades y obsesiones que adornaban a ese interés.   Digo todo esto suelto de lengua y sin vergüenzas hipócritas, y no por afán de confesión (Dios me libre) sino porque me es necesario para llegar al punto que me interesa exponer: el de la verdadera razón de mi elección de tema. Pero mi elección de tema no se ha debido a la peregrina idea de que trillar los temas sexuales, a la manera de un pornógrafo más, duro o soft, como se quiera, me daría fama y dinero. No, para nada, en absoluto, no fue esa mi intención y por consiguiente, como no podía ser de otra manera, aunque hay quien así me lea, los resultados en la materia han sido, previsiblemente, menos que magros.   Mi elección de tema se debió más bien a una especie de perplejidad (como diría Maimónides): excluida la voluntad de reproducir la especie (cada vez más débil, tanto entre los privilegiados como entre los desposeídos a medida que el capitalismo de consumo se expande y profundiza por el mundo) ¿qué puede estar motivando la persistencia irreprimible y cada vez más frenética y descontrolada de la actividad sexual? ¿El amor, esa cosa por definición indefinible, que nos exige como garantía (o castigo) el débito amatorio? ¿El magro placer, mezcla de apagón, cosquilleo y bostezo, de que provee en el mejor de los casos? ¿La sensación (en general ilusoria) de someter y poseer a quien se preste a compartir con nosotros el juego, y que intenta a su vez, con sus propios medios, alcanzar un beneficio similar? ¿Cumplir con la cuota que supuestamente nos impone la fisiología? ¿Cumplir con la cuota que nos impone la sociedad para concedernos la cocarda de la normalidad? ¿Darse el gusto de incurrir, real o imaginariamente, en alguna de las infamias vinculadas a lo sexual como la pedofilia, la gerontofilia, la necrofilia o la infidelidad? ¿Debo seguir enumerando los motivos del hambre sexual que, al menos desde Wilhelm Reich en adelante sabemos que padecemos?   Todo lo que tuviera que ver con el asunto se convirtió en objeto de mi voracidad en plena adolescencia. Experimenté la obsesión y la hice mía, a ciegas en realidad, sin preguntas ni intenciones de sistematicidad. No voy a relatar aquí la evolución de esa obsesión, ni voy a dar cuenta de qué, además de la mera praxis sexual, tan intensiva como me fue posible, la fue alimentando (libros, películas, personas, imaginaciones), y enriqueciendo hasta llevarla tan lejos como estaba escrito que pudiera llegar. Baste con decir que lenta, pero muy lentamente, fue instalándose en mi la idea de que esa obsesión pudiera terminar por alimentar lo que, simultáneamente, crecía en mí: el deseo de escritura. El deseo de escritura, como se sabe, una vez desatado arremete contra lo que encuentre, y en mí no había más que la obsesión por lo sexual. Lo obsesión se fue instalando en mí como tema de mi escritura, y, dada mi naturaleza nihilista, ajena a reglas y restricciones, predispuesta para la transgresión, se instaló sin pudor alguno, tratando de alcanzar los extremos que el tema prometía.   La naturaleza de mi tema nunca estuvo en duda para mí, pero el proceso para llegar a su forma acabada fue muy largo, tanto que publiqué mi primer libro ya bien pasados los cuarenta años de mi edad. Una vocación falsa (o imposible, no sé cómo llamarla), me alejó por un par de décadas de la recta vía que desde muy temprano estaba marcada para mí. Lo que quiero dejar aquí en claro es que, de las peores consecuencias de una mirada desinteresada, nihilista, sobre el mundo de lo humano, y de mi tendencia innata al dolce far niente, vino a rescatarme (si esto a lo que he llegado se puede llamar estar a salvo) el interés obsesivo por la interacción sexual de los seres humanos. Dicho quizá más claramente: para nada elegí yo lo sexual entre los infinitos temas literaturizables, antes bien al contrario, nunca se me ocurrió que pudiera haber para mí otro tema posible. Era eso o nada. Y nada ¿por qué? ¿Puede uno negarse a un tema que se le aparece como único, ineludible e innegociable, simplemente porque molesta a las sensibilidades pudibundas? No es que yo me hubiera planteado discutir conmigo mismo si encararía o no el tema sexual. Nunca hubo tal instancia. La obsesión fue creciendo y me entregué a ella, como es natural y razonable, sin ofrecer ninguna resistencia.   Esta es la respuesta que me parece, como decía, más personalmente verdadera a la pregunta insidiosa e irritante que motiva estas notas. Me parece perfectamente razonable decir de mí que soy un nihilista y que mi producción, obsesivamente erótica, es el fruto de mi nihilismo. Cualquiera, por poco que se haya asomado a mis escritos, sabe como cuánto de variados son en la forma, la manera y las circunstancias en que narran lo sexual. Tan meticulosos como son en dar cuenta de las alucinaciones del cuerpo tratan de serlo en dar cuenta de las alucinaciones del alma. Las preguntas a las que buscan dar respuesta son tan imposibles de responder como de dejar sin respuesta. ¿He encontrado una respuesta a la pregunta por la persistencia irreprimible de la actividad sexual? Si la encontré está en mis textos, vivita y… muda.

  • Ana Grynbaum – Ruegos en extinción para el Señor de la Paciencia

    En Montevideo hay una cripta del tamaño y la forma de una iglesia entera, especie de duplicado subterráneo de la iglesia San Francisco de Asís, en la esquina de Cerrito y Solís, Ciudad Vieja. Es una de las parroquias más antiguas de la ciudad, pero el Señor de la Paciencia, que preside el altar mayor, es aún más antiguo, ya tenía su capilla en la Casa de Ejercicios de los Jesuitas durante la colonia. La capilla quedaba frente a la plaza del mercado, por lo que el Señor de la Paciencia fue objeto de la devoción de muchas criadas que allí hacían las compras. Probablemente fue fabricado en las Misiones, con materiales livianos, según viejos procedimientos indígenas, pero encerrado como está en su vitrina y sin cartel informativo resulta imposible asegurarlo. La advocación del Señor de la Paciencia y la Humildad fue especialmente utilizada para la evangelización en América, probablemente por lo humano de la postura de este Jesús sentado que permitía una identificación menos cargada de morbo letal que la imagen del crucificado. Con los atributos del Ecce Homo, es decir del Cristo Rey burlado -especialmente su desnudez-, según la tradición popular, poco antes de llegar al Calvario este hombre se sienta sobre una piedra. Se sienta y medita, por un momento queda por fuera del trágico futuro inmediato tanto como del reciente pasado equívoco; la Alegoría de la Melancolía se fusiona en su figura. Esta forma iconográfica consiste en sí misma en una salvación, por más que sepamos cómo sigue el cuento este hombre no ha sido todavía clavado, aún está vivo y haciendo uso de una soberanía heroica mira hacia dentro de sí mismo.     En un principio, bajo San Francisco de Asís se pensó hacer un panteón para los héroes de la patria, pero la laicización avanzaba veloz y firme por suelo uruguayo, separando a la Iglesia del Estado. Finalmente en la cripta quedó una sola tumba, la del cura que promovió su construcción. Hacia 1900, como probable intento de la Iglesia por no seguir perdiendo adeptos, se decidió destinar la cripta a este Jesús de los pobres. De todos modos la patria quedó enrabada en el Crucifijo de tamaño natural, colocado hoy a la vista desde la calle, bajo el cual “el padre nuestro” Artigas -como dice el himno que nos enseñaron en la escuela- debió o pudo haber rezado durante el tiempo de su escolarización.   Aparte de la escultura del Señor de la Paciencia la característica más interesante de esta cripta era tener todas las paredes escritas con ruegos y agradecimientos de los fieles, que habían elegido su propia vía hacia la divinidad. En la Cripta del Señor de la Paciencia no se oficia otro sacramento que la misa. Los confesionarios son la parte mejor conservada del equipamiento. Refacción mediante, los trazos de tinta esperanzada, que se fueron entrelazando y superponiendo durante un siglo y cuarto, están siendo ahora propositiva y meticulosamente borrados. La iglesia ha de quedar parecida a cualquier otra. Solo les faltaría sacar el olor a humedad profunda, la luz ya la introdujeron.   ¿Obedecerán los devotos la nueva prohibición expresa de no rayar las paredes? ¿Abandonará la fe popular su antigua manera de comunicarse con Dios?   Aquí dejo algunos grafitis que pude salvar del borramiento:

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LISSARDI & GRYNBAUM

Lissardi & Grynbaum es un blog sobre literatura, arte y cine desde la perspectiva de los autores uruguayos Ercole Lissardi y Ana Grynbaum

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