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  • Ercole Lissardi - Masturbación y pornografía

    I) Aunque estrenado su film un año antes (2012) de la publicación de mi libro (2013), Steve McQueen parece haber realizado Shame (Vergüenza) para ilustrar uno por uno los conceptos que manejo para la relación entre masturbación y pornografía en el capítulo V de mi libro La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet. Claro está que al final, como decimos en criollo, se va de mambo, adjudicándole a su héroe un destino que no puedo suscribir. Brandon es adicto a la pornografía, su mente está colonizada por lo que he dado en llamar “cuerpo pornográfico”, sólo entregándose a ese constructo virtual puede satisfacerse o al menos mantener a raya, precariamente, a la insatisfacción. Y sólo puede entregarse a él mediante la masturbación, o mediante cuerpos reales pero fugaces, sin densidad humana, cuerpos que se dan como muy poco más que una pura imagen: el de la prostituta, o el del polvo fugaz, con extrañas. Cualquier intento de una relación basada en una atracción más profunda, en un deseo verdadero, está, para Brandon, condenado al fracaso. Es el caso de la relación con la chica en el metro –el contacto profundo de sus miradas está magníficamente dado-, y es el caso del intento con Marianne, su compañera de trabajo. El tono del film es parco y sombrío. Brandon, en su mediana edad, está entregado a su adicción ya sin esperanza de zafar. Sólo aspira a satisfacerla, a sabiendas que al ceder no hace sino realimentarla. Está, diríamos, sitiado en su epidermis. De ahí lo atinado de los espléndidos desnudos de Fassbender en los primeros minutos del film. La expresión en el rostro de Brandon, inalterable, es la del que no espera nada, de nadie. Planteada esta situación, la historia avanza para mostrar las consecuencias a las que lleva. Y a lo que lleva es a la vergüenza del título. En la oficina en que trabaja una inspección de mantenimiento de las computadoras pone en evidencia que la suya está repleta de pornografía. Luego su hermana, Sissy, cantante más o menos vagabunda y desocupada que, a falta de lugar donde vivir viene a aterrizar a su departamento, lo descubre masturbándose. Pero la relación con Sissy sirve para mostrar consecuencias más profundas de su adicción. Como todo adicto Brandon es incapaz de ocuparse de otra cosa que no sea la imposible satisfacción de su adicción. Su hermana, Sissy, es una mujer frágil, patológicamente en busca de afecto, siempre al borde mismo de la depresión. Y por más que le pide a Brandon apoyo emocional, no lo obtiene. Cuando por accidente lo descubre masturbándose Brandon es incapaz de otra reacción más que expulsarla del departamento, aunque no tenga a dónde ir. Brandon no soporta la destrucción de su santuario masturbatorio. Como todo adicto necesita de la soledad para abismarse en su adicción. En este punto la historia alcanza su clímax. Mientras en una noche absurda Brandon se castiga haciéndose golpear en una pelea callejera, y luego se hace felar en una especie de burdel gay felliniano, y luego se entrega a una orgía con dos prostitutas, Sissy se corta las venas. Brandon toca fondo. Aunque consigue salvar in extremis a su hermana, se derrumba. En el fondo de la desesperación invoca a Dios en su ayuda. Diosito, que no esperaba sino esta entrega a su Sagrado Nombre, acude en su ayuda. En la última escena Brandon vuelve a encontrarse con la extraña en el metro. Vuelve a darse el contacto pleno de las miradas. Y si bien ahí termina la historia sin que la relación comience a suceder, quedamos con la ilusión de que esta vez sí Brandon va a ser capaz de encarar una relación verdadera. En otras palabras, que está curado. *** McQueen sabe de cine. Tiene bien digeridos sus bressones y sus antonionis. El laconismo de sus personajes y la parquedad precisa y morosa de su estilo visual vehiculizan con total transparencia las angustias secretas de sus personajes. Sólo pisa el acelerador cuando es indispensable. La escena de Brandon cogiendo interminablemente con las dos prostitutas mientras en su expresión se marca cada vez más profundamente la desesperación, el dolor y el desprecio de sí, queda para el recuerdo. En Shame tenemos, pues, la versión trágica de la adicción a la pornografía, la entrega a la masturbación y la incapacidad para encarar relaciones basadas en la autenticidad del deseo. Muy diferente, como veremos en la próxima entrada, es el tratamiento de los mismos temas en Don Jon. Con todo, diré que me gusta la película de McQueen. Me gusta por la seguridad nunca ostentosa con que maneja la estética por la que opta, y me gusta, por supuesto, porque coincidimos en el diagnóstico que hace de la adicción a la pornografía. Me deja de gustar cuando finalmente asoma el supuesto de base de su trabajo, la vieja dialéctica entre el pecado y la redención, en línea con las convicciones de Pablo de Tarso y de Agustín de Hipona. *** La masturbación, claro está, no es mala en sí misma. Existen por los menos cuatro tipos de masturbación. Está la masturbación de los adolescentes, a la que los empujan los apremios de su fisiología en estado explosivo. Está la masturbación como manera de inducción del sueño, como manera de relajarse completamente y alejarse de todas las ansiedades cosechadas durante el día. Estas dos son formas de la masturbación que pueden o no utilizar a la pornografía. Está, por supuesto, la masturbación a la que conduce la adicción a la pornografía. Y está la masturbación como opción sexual consecuente y específica, que es una forma más de la diversidad sexual. El masturbador puro es el que opta por un mundo sexual imaginario, mundo ese que lo satisface y completa más que lo que podría hacerlo la sexualidad compartida. Tampoco la pornografía es mala en sí misma. Es mala en tanto conduce a la elección del cuerpo pornográfico como el único capaz de satisfacernos. “Elección” –por decirlo de alguna manera- que conduce a la masturbación y eventualmente a esas variaciones del cuerpo pornográfico que son la prostitución y la sexualidad fugaz, con extraños. En sí la pornografía –como la sobreabundante iconografía de faunos y sátiros en la Antigüedad Clásica- no hace sino recordarnos el deber de sensualidad, no hace sino estimularnos para encarar ese deber de sensualidad. La utilización de la pornografía en contexto de pareja –casi el 50% de las parejas lo utilizan según encuestas serias tanto en el Reino Unido como en el Japón- deja ver claramente esa función de estimulación, al punto en que uno llega a preguntarse si en ese contexto de parejas la pornografía no juega en realidad un rol de comunicación profunda. A menudo lo que no puede decirse, por pudor, puede señalarse. “Eso, eso” se susurra y queda bien claro lo que se desea. Michael Fassbender en Shame *** *** *** II) Don Jon, que dirige y protagoniza Joseph Gordon-Levitt (2013) presenta el mismo esquema argumental que Shame, pero sin el tufillo religioso (pecado/redención) y con ritmo de comedia verborrágica. De hecho Gordon- Levitt se burla abundantemente de la hipocresía católica, especialmente, con puntería de teólogo aficionado, del tarifeo (tantos padrenuestros y avemarías por pecado) en el confesionario. Donde Shame adelgaza a sus personajes hasta convertirlos en abstracciones, en pura espiritualidad, Don Jon robustece a los suyos con la brocha gorda del espíritu satírico. Jon explica con palabras absolutamente precisas por qué prefiere la masturbación y no las mujeres reales. Explica con palabras que parecen tomadas del capítulo V de mi La pasión erótica por qué el cuerpo pornográfico es infinitamente superior a cualquier cuerpo real. (Y eso sin hablar del maldito condón, porque a diferencia del cuerpo pornográfico, aséptico e inocuo, real pussy can kill you). Y no es que a Jon le falten las mujeres. Para nada. Es guapo, audaz y simpático, y las féminas, hambrientas de sexo, se le resisten sólo por protocolo, cuando se le resisten. Eso sí, una hembra no le sirve para más que una noche, son polvos necesariamente fugaces. Como queda explicado en mi capítulo V, esos cuerpos fugaces son los únicos que podrían competir con el cuerpo pornográfico. Y no pueden. Después del polvo fugaz, en medio de la noche, Jon se levanta y abre Internet para hacerse una que, esa sí, definitivamente lo pone a dormir. Esta es la vida sexual de Jon, y así es feliz. Hasta que aparece en escena la mina diferente, la diez puntos, la que le vuela la cabeza, la que quiere ya no para el polvo fugaz sino para toda la vida. A saber qué le ve. Barbara, así se llama, se ve (¿le habrá costado mucho a la Johansson?) tan putona y vulgar como cualquiera otra de las minitas que pululan en los boliches en los que Jon recala. Pero en fin… es esa. Y Jon pone toda la carne en el asador. Está dispuesto a cambiar muchas cosas en su vida –ya imaginamos cuál no- con tal de que aquel premio mayor sea suyo. Pronto podemos apreciar que aquel premio mayor funciona como una caricatura de la matrona básica de la cultura gringa. Es a la vez la madre y la puta. Franelea como una verdadera performer de porno, pero no se deja coger. Sólo abrazos masturbatorios. Antes de ir hasta el final quiere que el fulano enderece su vida. Que termine sus estudios, modere sus salidas, le presente a su familia, etc. etc. etc. Y desde el vamos le pone al pobre Jon la espada de Damocles sobre la cabeza: me mientes una vez y se acaba todo. Jon, por supuesto, está dispuesto a hacer cualquier cosa para que su enganche soñado funcione. O casi cualquier cosa. No puede no mentirle absolutamente, porque su verdadero goce, el que sólo el cuerpo pornográfico le puede proveer, no puede sino ocultárselo, y de ese goce no puede prescindir. Jon, por supuesto, desesperado, intenta el gambito imposible: masturbarse con las inocentes fotos del facebook de su novia. No sirve de nada. Nada puede sustituir al cuerpo pornográfico. Así las cosas es sólo cuestión de tiempo para que a Jon le suceda lo que a Brandon en Shame: que lo descubran masturbándose. Que su mujer soñada, impoluta y maravillosa, descubra su feo vicio. Cosa que sucede la misma noche que consigue cogérsela, cuando descubre que ni ese polvo tan deseado es mejor que lo que le da el cuerpo pornográfico. Se levanta en medio de la noche para masturbarse y Barbara lo descubre. Fin del romance. Jon regresa a su perfecta combinación de masturbación y polvos fugaces. Gordon-Levitt es mucho más optimista que Steve McQueen, quien creía que sólo la intervención divina podría salvarnos de la adicción a la pornografía. El deus ex machina en Don Jon se llama Esther y es una mujer mayor, cuarentona, mujer sabia que sabe todo de la vida y que con las más delicadas maneras le enseña por qué real pussy es mejor que pornografía. “Perderse el uno en el otro” es la fórmula que logra que de ahí en más para Jon la masturbación no tenga sentido y su adicción a la pornografía simplemente se disuelva en el aire. Entre los aciertos de Gordon-Levitt hay que contar el haber elegido para ese rol a Julianne Moore, sólo un talento de ese pelo podía hacer mínimamente creíble ese momento epifánico del “perderse el uno en el otro” en medio de los excesos satíricos. ¿Honestamente? ¿Mi punto de vista? ¿Dios? ¿La Mujer Sabia? ¡Por supuesto que sí! ¡Y quién sabe cuántas salidas más tenga el laberinto de la adicción a la pornografía! Al menos eso espero. Gordon-Levitt, que opta por hacer una comedia y no un drama, continuamente le baja el perfil al asunto. Todos los hombres ven pornos, vocifera Jon avergonzado y furioso, el que diga que no lo hace, miente. Y si él es adicto a la pornografía Barbara es adicta a las películas sentimentales y su padre es adicto al deporte en televisión. Y todo se arregla cuando un buen día damos con una persona que nos enseña qué es realmente coger. Es la primera película de Gordon-Levitt como director. Creo que se puede esperar de él si no maravillas, buenas noticias. Sale mayormente airoso metiéndose con un tema complejo. Su sentido del ritmo es impecable. Y se permite sutilezas de lenguaje visual perfectamente válidas. (2014)

  • Ercole Lissardi - Masturbación e imaginación

    El relato El Silfo, de Crébillon h., publicado en 1730, es significativo en tanto que, probablemente, sea el primer texto que, al menos en Occidente, explora el rol de la imaginación en la masturbación. Es curioso que Thomas Laqueur lo ignore en su voluminoso Solitary sex. A cultural history of masturbation, de 2003. Pero al leer el libro de Laqueur, hace ya una década, tuve claramente la impresión de que se interesaba bastante más en las ideologías que fundamentaron la satanización de la masturbación que en sus modos y sus maneras. PREÁMBULOS 1. Madame de R. relata a Madame de S. en una carta los placeres supremos que ha descubierto en la soledad de su dormitorio. Una primera pregunta, por supuesto: ¿por qué el Sr. Crébillon se disfraza de mujer para relatar una fantasía masturbatoria? ¿por qué su narrador no es un hombre? Más adelante, al pasar, sin intención de hacerlo, el texto mismo responde a esta pregunta: “El corazón de una mujer huye pronto de la reflexión, está más dominado por el sentimiento que por la razón”. En otras palabras: la mujer es débil, en ella es más natural ceder al llamado de la sensualidad. Ciertas debilidades que pueden ser ridículas o indignas en un hombre son apenas naturales en una mujer. Así pues, hasta muy entrado el siglo XX, con este tipo de fundamentos (o sus variaciones: por ejemplo, que en la mujer es más fuerte el lado animal que en el hombre), por lo menos en el arte, los placeres de la mano son predominantemente femeninos. 2. Está claro que lo que Madame de R. hace a su amiga no es un relato de iniciación: no es que acaba de descubrir la masturbación, no está relatando sus placeres de infancia o adolescencia. La razón del relato, lo que ella quiere comunicar es otro, más sutil descubrimiento: el rol que puede jugar en la masturbación la imaginación: la posibilidad de entregarse final, aunque ilusoriamente, al objeto de deseo más perfecto imaginable. Lo que le cuenta a su amiga es cómo ha construido, en su imaginación, ese objeto perfecto, imposible en la realidad, que le da, por consiguiente, el goce perfecto. Crébillon h. no se limita a dar cuenta del acto masturbatorio, predica que ese acto puede conducir a la perfecta felicidad. 3. “Es cierto, dice la narradora antes de ir al grano, mis placeres son sueños, pero hay sueños cuya ilusión es para nosotros un goce real, que contribuye más a nuestra felicidad que esos placeres habituales que se repiten sin cesar y que nos pesan ya en medio del deseo de gustarlos”. En otras palabras: los coitos imaginarios pueden ser mejores que los coitos reales. Pero además: “¿fue un sueño?”, se pregunta la narradora. “Si lo hubiera sido tendría que recordar haberme dormido, o despertar. Y los sueños no tienen tanta continuidad. Y ¿cómo pude recordar tantos discursos? ¿Y cómo habría en mi sueño ideas que no recuerdo haber tenido nunca? No, no fue un sueño. Al contarlo no diré “me pareció”, ni “creí ver”. Diré: estuve, y vi”. Con lo que Crébillon sitúa a la imaginación en el lugar que es el suyo: a medio camino entre la realidad y el sueño. Los incondicionales de la poesía francesa podrían, a esta altura, relacionar el texto de Crébillon (h) con La siesta de un fauno, de Mallarmé, más de un siglo posterior. Allí también el producto de una siesta es un goce sensual del que no se sabe si ha sido real u onírico. No imaginario, porque como se sabe los faunos no imaginan. La influencia me parece evidente. RELATO DIALOGADO 4. Una cálida noche de verano, Madame de R. está en su dormitorio, ya en ropa de dormir, cuando una presencia irrumpe y le habla. El que irrumpe en la habitación de Madame es invisible (“impalpable”), por consiguiente es pura mirada. Pero además –y esta es la pieza clave en la construcción de ese objeto de deseo- sabe todo lo que la dama piensa, puede leerle los pensamientos. Lo que significa: que la dama “no sabría formar deseos” que este fulano “no satisfaga”, porque “conoce todos los caprichos y las debilidades” de la dama, y no habrá “ni la más ligera idea de tentación” que, por los cuidados del fulano “no se convierta en tentación violenta y rápidamente satisfecha”. El seductor invisible puede afirmar que “si los hombres tuvieran nuestra ciencia, no habría mujer que se les escapase”. El objeto de deseo que Madame de R. se construye es impecable. “Al oír esas palabras, me mostré” dice Madame sobriamente –recordemos que ya está en camisa de dormir. En este punto no puedo sino remitir a las páginas de mi La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet (Paidós) en que doy cuenta de la lectura que hace Jacques Lacan del mito de Don Juan en tanto amante perfecto. Su perfección es del mismo orden que la del silfo de Crébillon (h). 5. Sigue, a continuación, una breve discusión acerca de las mujeres y la virtud. A retener: las angustias que padecen las mujeres virtuosas, la afirmación de que a los hombres les gustan las mujeres virtuosas debido a un refinamiento del gusto que les lleva a desear que sean sus seducciones las que aniquilen algo que tanto esfuerzo lleva construir, y la seguridad de que no hay mujer que no tenga una debilidad, misma que depende de y refleja las características de su personalidad, y que por más que se la disimule su amante siempre termina por descubrirla y explotarla. Baste lo dicho para dar una primera cuenta de la sabiduría del objeto de deseo que Madame se construye. 6. Pasamos, naturalmente al tira y afloje, del que el silfo, porque tal cosa se ha declarado el fulano, prevé el final favorable a sus intereses: “Para evitarlo, le explica, tendría usted que decirme seriamente que deje de verla, y para eso tendría que desear que así sea, pero usted no desea que así sea. Porque usted es curiosa y no podría jamás impedirse conocer el fin de esta aventura”. El deseo, como decía Casanova, es una forma especial de la curiosidad. Una vez que esta curiosidad pica no hay manera de fugarse, habrá que ir hasta el final. 7. Sobreviene aquí otro amable anticlímax en el que el silfo relata a Madame sus aventuras de seducción, en un estilo que no puede sino recordar a Don Juan en la famosa lista de sus conquistas -claro está que en las versiones favorables de un Molière (anterior a Crébillon h.) o un Mozart (posterior). A retener, una vez más: que cuando el personaje de Crébillon h. construye su objeto lo hace con un sorprendente parecido con la operación que Lacan describe como construcción del mito de Don Juan. NEGOCIACIÓN FINAL 8. A esta altura de las cosas, para ceder a los caprichos de su constructo, a Madame sólo le falta conocer las condiciones concretas de su rendición. Esta negociación final le permite al autor abundar en ironías acerca de la fidelidad y la infidelidad. Ejemplo: preguntado el silfo por qué no son fieles a las bellas sílfides y buscan a las humanas, responde: “Actuamos un poco como ustedes los humanos cuando están casados. Buscamos mujeres para que nos saquen del letargo, como las sílfides buscan hombres que las liberen del aburrimiento que les causamos. Son cosas acordadas entre nosotros, nos dejamos llevar por nuestras inclinaciones sin celos y sin malos humores”. Ejemplo: el silfo demuestra a Madame que si el precio de gozar ad aeternum de los fabulosos favores del silfo es la interdicción absoluta de serle infiel, Madame opta por la libertad de ser inconstante. Opta por la curiosidad y no por las perfectas eternidades. Irónicamente asegura que las mujeres son tan generosas que son inconstantes para dar al amante la posibilidad de romper el vínculo que en realidad ya lo aburre: “Ella lo provee de un pretexto encargándose del crimen” dice. Ejemplo: “La mejor manera de impedir que una mujer sea inconstante es no darle tiempo para encapricharse, pero semejante medicina sería demasiado fatigante para un ser humano. Sólo los silfos son capaces de saber emplear cada instante”. A buen entendedor, pocas palabras. Y así siguiendo hasta… FINAL 9. …hasta que el silfo dice: “Terminemos con la cháchara”. Entonces “una luz extraordinaria llenó mi habitación y vi a los pies de mi cama al más bello hombre que sea posible imaginar, de rasgos majestuosos y de la apostura más galante y más noble”. Fascinada Madame comprueba que su constructo es, además, “palpable”. “No sé a qué hubieran llegado mi entrega y sus intensidades si mi recamarera en ese momento no nos hubiera interrumpido, con lo que mi silfo desapareció sin remedio”. CONSIDERACIONES Sola en su habitación una mujer imagina un amante perfecto. El amante perfecto es ante todo el que conoce las inclinaciones y las debilidades más íntimas de la mujer, y que por consiguiente comprende mejor que nadie la naturaleza de las relaciones entre hombres y mujeres –en otras palabras: entre esposos, esposas y amantes. Para Crébillon (h), para la sociedad francesa en que vivió, quizá para todas las sociedades la cifra erótica básica es el tres. La mujer se entrega en cuerpo y alma al amante perfecto que ha construido. Es la ventaja de la masturbación para el autor: sólo en la imaginación es posible el amante perfecto, aquel que todo lo sabe, aquel cuya belleza es insuperable y aquel cuyo ímpetu es inagotable. Crébillon (h), un moralista, sin duda, ha querido pintar un retrato de las hipocresías de la moral sexual de su tiempo, pero la construcción del amante perfecto a través de la cual lleva a cabo su propósito, es además uno de los primeros textos en los que es expuesta la imaginación erótica en tanto herramienta de los placeres masturbatorios. ------ Conocí El silfo por la breve referencia que hace Pascal Quignard en El sexo y el espanto (Cuadernos de Litoral, Córdoba, 2000, pág. 144). Allí termina diciendo: “El silfo está entre los libros más desconcertantes que hayan sido escritos sobre los hombres”. No suscribo en absoluto semejante exageración. (2015)

  • Ercole Lissardi – Las dos caras de la erótica de Margo Glantz

    No es novedad que el verdadero arte erótico, literatura erótica incluida, escasea, especialmente en estos tiempos de seudo-permisividad, cuando lo que sale sobrando en cantidades catastróficas es el erotismo industrial o de peluche y la pornografía. De ahí que batiera el parche con todo mi vigor cuando hace tres años, de pura casualidad, di con una novela erótica de excepcional calidad, de autor y título borrados ya de todos los catálogos. Me refiero a La confesión anónima (1960), de la escritora belga Suzanne Lilar (ver la entrada La obra maestra olvidada, en este mismo blog). Hoy vuelvo a estar de fiesta: tengo en mis manos una nueva edición (Firmamento, Salamanca, 2022) de una novelita de Margo Glantz, Apariciones, cuyas primeras ediciones (Alfaguara, México, 1996 y 2002), desde esta remota avanzada del progreso a la que estoy condenado, me habían pasado por completo desapercibidas. Apariciones se presenta, sin previo aviso, como un enigma: ¿qué relación guardan entre sí los dos flujos narrativos de que se compone el texto, flujos que están discreta pero efectivamente diferenciados al estar uno de ellos impreso en cursivas? Analizo ambos flujos narrativos. Por un lado tenemos a una escritora que se empeña en imaginar, en representar (se) la dimensión erótica de la relación de una monja con su Esposo Celestial (i.e. Jesús, el Cristo). En el otro flujo una mujer es interrogada por una voz tan íntima e incorpórea que no podemos sino sospechar que es la misma mujer la que se desdobla y se interroga ¿acerca de qué? acerca de la naturaleza del erotismo al que se entrega con su muy terrenal amante. A poco de avanzar en el texto -hecho de fragmentos breves- inevitablemente sospechamos que, tan diversas como nos puedan parecer, ambas protagonistas -la que imagina y escribe y la que interroga sin cesar- son una y la misma. Desde su condición de sombras anónimas de las cuales nada se dice, nada se precisa, en realidad su imaginar y su interrogar se alimentan de los mismos intereses. El texto nos sugiere así que para llegar a su sentido profundo es necesario partir de su unidad profunda. ANIMAL DE DOS SEMBLANTES En efecto, lo que el texto nos presenta son dos modos de un mismo espacio interior, unidos y separados por una bisagra más ligera que el aire, que nos permite pasar de uno al otro modo con tan leve facilidad como un colibrí pasa de una flor a otra. Ni en un modo ni en el otro la narradora protagonista nos da su nombre, porque no se pretende que sepamos que es la misma en ambos modos o flujos narrativos, sino que se pretende que lo adivinemos, que nos lo revele nuestra intuición lectora. Ese es el juego previo que nos invita a jugar, y hasta tanto no lo juguemos no comienza verdaderamente la lectura. Esa adivinación es la verdadera llave de acceso al texto: la protagonista indaga en su goce erótico tanto mediante la escritura imaginativa como mediante la introspección obsesiva. Y lo que descubre y descubrimos con ella es que su goce es el mismo tanto con su Esposo Celestial como con su amante terrenal. Con toda propiedad puede aplicarse a esta novelita el mismo título que dio Glantz a una colección de historias que publicó en 2004 (LOM, Chile): Animal de dos semblantes. Pero entre Apariciones y Animal de dos semblantes hay una diferencia esencial: el primero es, digamos, una confesión anónima, y la ausencia de nombre es la clave para penetrar en el texto con certeza, mientras que en el segundo texto estamos ante una autobiografía con nombre falso, Nora García, que Glantz utilizará en varios textos. En Apariciones el nombre es imposible: y al caer el nombre ya no hay límites, las barreras se derrumban, se vuelve posible decir todo, hasta lo indecible… a condición de que el lector adivine la clave de lectura. LA ERÓTICA DEL DOLOR Y DE LA HUMILLACIÓN Hay dos peripecias, pero una sola protagonista ¿para qué si no ambas peripecias nos serían confesadas tan imposibles de separar como serpientes apareadas? Es que el doble fluir, las dos peripecias dependen, son las dos caras de una misma erótica, la erótica de la humillación y del dolor. La monja, para hacerse digna de su Esposo Celestial, se castiga infinitamente por pecados que como ser humano no podría dejar de cometer, en el caso en que los haya cometido. Mortifica su carne flagelando sin descanso la piel desnuda de su espalda y de sus pechos, la sangre que hace gotear de su piel está siempre fresca. Y en el abismo absoluto del dolor, al borde de la inconsciencia, o de la Otra Consciencia, si se quiere, alcanza el éxtasis de sentirse a punto de acceder a la Divina Presencia. Estamos ante el placer en el dolor en el nivel más sublime de la experiencia o de la imaginación masoquista. En el otro flujo narrativo, el de los amantes terrenales, lejos de la imaginación solitaria de lo Divino, nuestra heroína se somete gozosa al capricho, al condimento de humillación y de violencia que su amante le impone en cada coito. No diré más. El resto es lectura. Glantz nos ha exhibido, con toda la cruda sutileza que sólo el arte verdadero puede permitirse, los espacios interiores idénticos y opuestos en que pueden refugiarse para el puro goce el cuerpo y el alma rendidos por completo a su Deseo. 10.5.23

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Bertazza para Radar de Página 12 Entrenado en el arte del erotismo y la sensualidad narrativa en la ficción, Ercole Lissardi también se revela como un notable ensayista e... Ercole Lissardi - La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en internet El Paradigma Amoroso Una de las tradiciones más antiguas y sólidas de la cultura de Occidente, tanto desde el pensamiento como desde el... Ercole Lissardi - Las dos o ninguna Voy a narrar una noche tipo con Sonia. Por supuesto que todas las noches de sexo, aun con la misma persona, son diferentes, pero también... Ana Grynbaum – La erotopía melómana de “Interludio, interlunio”, de Ercole Lissardi “Interludio, interlunio”, de Ercole Lissardi, es una novela de acción cinematográfica, que mantiene al lector en el borde de la butaca.... Tres orientaciones del erotismo en la trilogía sobre la infidelidad de E. Lissardi, Edgar Magaña En este artículo se pretende establecer una distinción del funcionamiento erótico con base en tres unidades de estudio: la idealización,... Comentario de "Interludio, interlunio", de Lissardi, en Contratapas Podcast Contratapas Podcast es un podcast literario conducido por Florencia Puddington, Magalí Habermann y Yamid Zuluaga.... La naturaleza y los faunos. E. Lissardi hacia la monstruosidad del deseo - F. Gelman Constantin Figuras y saberes de lo monstruoso, autores varios, Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires,... «No» d’Ercole Lissardi, par Antonio Borrell Ercole Lissardi est le pseudonyme d’un auteur discret, qui serait né à Montevideo en 1951, et qui a commencé sa carrière littéraire en... Maximiliano Crespi - Lissardi y lillusion érotique (del libro "Tres realismos.") En la otra ribera del plateado río de la resignación amorosa, el montevideano Ercole Lissardi viene publicando, desde mediados de la... 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Ana Grynbaum – Una relación entre Escritor y Escritura. “Una como ninguna”, de Ercole Lissardi De las 27 novelas que hasta el momento ha publicado Ercole Lissardi, "Una como ninguna" (2008) es la onceava. Puesto que se trata de un... “Mis novelas hacen visible cierto nivel de hipocresía” - entrevista con Silvina Friera, Página 12 El autor de El centro del mundo, tres nouvelles extremas y desafiantes, destaca la naturaleza política de su literatura: “El eje es que... Ana Grynbaum - La Voz en “El centro del mundo”, de Lissardi En la nouvelle “El centro del mundo”, de Ércole Lissardi (2013), la voz narrativa constituye un personaje, tan atractivo y enigmático,... Lissardi - prensa anterior a julio de 2021 Ensayos Lissardi y l'illusion érotique, de Maximiliano Crespi, en "Tres realismos. Literatura argentina del Siglo XXI", Editorial... Lissardi & Grynbaum - prensa anterior a julio de 2021 Reseña sobre Erotopías. 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