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Ercole Lissardi - Literatura comparada: Emmanuel Carrère / Ana Grynbaum

(Post-scriptum a mi entrada sobre “Tres novelas familiares”)


Pocos días después de publicar mi entrada sobre “Tres novelas familiares” (2022), de Ana Grynbaum, leí “Yoga” (2020) de Emmanuel Carrère. No es por la contigüidad en el tiempo de las dos lecturas que se me hace necesaria la comparación entre el texto de Carrère y “Un asiento demasiado confortable” (2019), que es una de las “Tres novelas”. Para empezar el proyecto en ambos textos es el mismo: dar cuenta del momento más terrible -imposible imaginar peores- en la vida de sus respectivos personajes. (Abro un paréntesis para aclarar que, en mi perspectiva, acuda o no el escritor al “yo”, el protagonista de la peripecia es siempre un personaje, una creatura. Restituyo, pues, la grieta que la autoficción coquetea con suprimir).



Ese peor momento en la vida del personaje de Carrère son los cuatro meses que pasa internado en un hospital psiquiátrico, sometido, en el límite, a electroshocks para rescatarlo de una depresión insondable y de la urgencia por quitarse la vida. Por su parte, para el personaje de Grynbaum ese momento es el de la agonía de la madre, que la hija presencia con una mezcla de horror y de asco, incapaz de la menor compasión por quien, con su malignidad empecinada, hizo de la vida de su hija un infierno. El “tratamiento” semanal a que se somete la hija para soportar el trance son las sesiones de cunnilingus que le propina un amante -si se le puede llamar así- viejo y desastrado con el que nunca cruza ni una sola palabra.


El texto de Carrère narra minuciosamente el tiempo previo a la inesperada crisis y, luego de la internación, también con detalle, el tiempo que le lleva a su personaje reconstruir su vida. De hecho, al antes y al después les concede bastante más espacio que a la crisis y a la internación,con toda su parafernalia de intervenciones químicas y eléctricas. Para dar cuenta de ese tiempo Carrère a menudo se remite a transcribir pasajes de la historia clínica del paciente. En cambio, Grynbaum se ciñe en su relato al tiempo estricto de la agonía de la que no tuvo más remedio que ser testigo presencial su personaje, tiempo puntuado por las bocanadas de vacío de que la provee la lengua seca del vejete. No hay aquí más que la crisis, el cara a cara con la madre que se muere. No hay antes ni después, porque el infierno en que está atrapado su personaje nació con ella y morirá con ella. Para su personaje no hay otro tiempo que el del infierno.


En el texto de Carrère hay un “afuera” desde el cual el narrador se permite dar cuenta de los hechos con una escritura controlada, elegante, discretamente humorística y presuntuosa, recurriendo abundantemente a la cita culterana, pero sin desdeñar los guiños a la trivia mediática. La prosa de Grynbaum, por el contrario, funciona como un puño apretado por el rencor y por una amargura ya rancia. Es una escritura chirriante, destemplada, obsesiva, sin afuera, sin distancia y sin voluntad alguna de elegancia, siempre al borde del sarcasmo.


A Carrère lo que le importa es la literatura, su próximo libro -que no se cansa de indicarnos que es el que está escribiendo y nosotros leyendo-, y la verdad de lo que narra no es más que lo que le sirve para lucir sus gestos y sus poses de escritor de élite. Escritor “duro” por sus temas, pero sobre todo elegante, cosmopolita y muy apto para lograr que su lector se sienta, desde la comodidad de la cultura compartida, a salvo de las cosas feas de la vida. A Grynbaum, por el contrario, lo que le interesa es la verdad atroz que encierra el momento que se empeña en narrar, la verdad sin atenuantes, hasta la náusea, hasta donde se pueda dar cuenta de ella. ¿Y la literatura? La literatura os será dada por añadidura. La literatura es la baba de la verdad aplastada por la furia de la escritura.


Dos proyectos, pues, similares, con estructuras narrativas grosso modo similares. Pero dos textos profundamente diferentes.


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