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Ana Grynbaum - Eros asesino

A partir del título de la novela de Yasunari Kawabata “Mil grullas” (Sembazuru, 1952) es imposible no esperar alguna forma de homenaje a las víctimas de la bomba atómica en el Japón. El libro se publica por primera vez siete años después de los bombardeos y en plena ocupación del Japón por parte de los Estados Unidos.


Tapa de la primera edición de "Mil grullas"


Siendo lector de Kawabata, uno espera encontrar, más que los horrores de la guerra, las consecuencias conflictivas del avance de Occidente sobre la cultura japonesa. Y eso está en el libro, pero como fondo contra el que se recortan las pasiones de los personajes. Claro que en la estética de este gran artista japonés, la figura y el fondo nunca guardan entre sí relaciones casuales.


Puesto que la escritura japonesa no consta de letras, no es posible ceñirse en la lectura a una literalidad del texto, ni siquiera leyendo en lengua original –que tampoco es el caso-. Hace falta seguir la pista de ciertos símbolos que saltan del papel al mundo. Como por ejemplo, el símbolo de las mil grullas, al que me referiré en detalle luego.


Acuarela Sotatsu, El desplazamiento de los pájaros



Un thriller erótico


Todas las líneas del relato, en su misterio y en su tensión, a través de un magistral empleo de la elipsis, confluyen hacia la revelación final. La historia comienza cuando el joven Kikuji Mitani acepta la invitación de la vieja Kurimoto Chikako para participar en una ceremonia del té. Su difunto padre había sido gran adepto a esas ceremonias, pero Kikuji no les presta atención. Chikako, que se dedicar a enseñar cómo realizar la ceremonia del té, ha invitado también a la joven Yuriko Inamura, con el propósito de que Kikuji la evalúe como futura esposa. Inamura lleva un bulto envuelto en un pañuelo con la estampa de mil grullas blancas sobre fondo rosado –bulto cuyo contenido jamás se revela-. También asisten a la ceremonia, la señora Ota y su hija, Fumiko, quienes no habrían sido invitadas.


Tanto Chikako como la señora Ota habían sido amantes del señor Mitani, difunto padre de Kikuji, pero Chikako fue repudiada al cabo de una fugaz relación, mientras que la señora Ota, en su calidad de amante, permaneció con el padre hasta su muerte. La rivalidad entre ambas mujeres no terminó con la desaparición física del señor Mitani, la aversión de Chikako hacia Ota se mantiene en toda su intensidad.


Kikuji no puede dejar de recordar con horror la mancha de nacimiento que tiene Chikako en el pecho. La mancha, de color negro morada, del tamaño de la palma de una mano, le cubre la mitad del pecho izquierdo y parte del hueco entre los senos. Kikuji la vio siendo niño, como por casualidad, cuando Chikako todavía era la amante de su padre.


Aunque Kikuji encuentra a Inamura hermosa, tras la ceremonia de té hará el amor con la señora Ota. La señora Ota parece ver en Kikuji al difunto padre. Poco tiempo después de un único encuentro sexual con Kikuji, la señora Ota se suicida. Días más tarde, Kikuji se siente atraído por Fumiko, pues percibe a la señora Ota en su hija. Hacen el amor y luego, todo indica que también Fumiko se suicida. En cuanto a Inamura, Chikako le informa a Kikuji que se ha casado.


Mediante sus venenosos lleva y trae Kurimoto Chikako logra que, una por una, desaparezcan de la vida de Kikuji las tres mujeres que lo atraen. Al no encontrar a Fumiko, Kikuji asume que también se ha suicidado. Y termina por concluir: “Sólo queda Kurimoto”. Recién al final el lector comprende de qué manera se ha tensado la trama recorrida: el texto tiene la estructura y el ritmo de un policial.


Es posible, con una cuota de creatividad lectora, entender “Mil grullas” como la historia de una especie de asesina serial en relación con las víctimas que va cosechando. Los dos suicidios son, en buena medida, inducidos por los tejes y manejes de Chikako, pero las víctimas se pierden por su deseo sexual. Desde el punto de vista del género, la novela resulta un híbrido entre historia policial y escritura erótica, un thriller erótico. La complejidad con que es tratado el erotismo hace que la novela trascienda la mera literatura de género.



La ceremonia del té


En “Mil grullas” la acción tiene lugar predominantemente en casas de té situadas en jardines, en torno a la ceremonia del té, con sus utensilios y recipientes artesanales que pasaron de generación en generación a través de los siglos, con cuidados arreglos florales, donde los participantes visten kimonos, obis y tabis. La ceremonia del té es la cultura japonesa ancestral, amenazada por el avance occidentalizante y por algo más.


Tazones de cerámica Raku, Hagi y Karatsu


Chikako asume el honor de oficiar la ceremonia del té a pesar de que su conducta está en las antípodas de lo honorable. Ella pretende defender las viejas tradiciones, impulsando a los jóvenes a no abandonarlas, pero en verdad la mueven oscuras pasiones y lo que de hecho hace es utilizar la ceremonia del té para manipular a los participantes según sus propios intereses. Es la propia Chikako quien bastardea esa misma tradición que pretende honrar. Su participación en la ceremonia del té es ilegítima.



Mil grullas para Hiroshima


En ningún lugar de la novela aparece la referencia a la leyenda de las mil grullas de origami ni a las víctimas de la bomba atómica: no hace falta. Hasta en el Liceo 37 de Montevideo, años atrás, los alumnos hicieron grullas de colores, que fueron luego depositadas en Hiroshima, como deseo de paz.


Grulla en origami


Entre las víctimas de la bomba atómica se encuentra la niña Sadako Sasaki, quien a consecuencia de la radiación contrajo leucemia y murió a los doce años de edad. Pero la pequeña Sadako deseaba vivir y en su agonía se entregó a la esperanza, realizando una enorme cantidad de grullas de papel, pues una antigua leyenda dice que es posible lograr el cumplimiento de un deseo mediante la confección de mil grullas de papel plegado.


La muerte convirtió a Sadako en símbolo de las “víctimas inocentes” del exceso armamentista. (Dejaremos para otra oportunidad la discusión acerca de la noción de ”víctima culpable”…) La confección de pajaritos de papel a nivel mundial se ha convertido en una forma de no olvidar el desastre de Hiroshima y Nagasaki. La eventualidad de una tercera guerra mundial presta plena vigencia a la leyenda de las mil grullas y el final de Sadako.


Parte superior del Monumento a la paz de los niños,

Parque memorial de la paz, Hiroshima


Estatua de Sadako Sasaki con guirnaldas de

grullas como ofrenda, Parque de la Paz, Seattle


Por otra parte, la grulla es un ave que se caracteriza por la espectacularidad de su cortejo. “Mil grullas” es el relato del cortejo de la vieja Chikako hacia el joven Kikuji, un cortejo que deviene acoso sexual y deja por el camino un par de víctimas mortales.



Eros asesino


La referencia a Hiroshima, a través de las mil grullas, subraya la dimensión de catástrofe que se cierne sobre los personajes. La catástrofe adviene como consecuencia del cumplimiento del deseo sexual. Los personajes son víctimas de un deseo sexual violento, que los domina, llegando a precipitarlos en la muerte. Eros es un poder aniquilador. La ceremonia del té, en vez de constituir un espacio de autocontrol se convierte en el escenario de oscuras y vergonzantes pasiones desatadas. Lo sagrado es así profanado.


Chikako, sacerdotisa del Eros negro como su mácula, inescrupulosamente manipula a las personas, para lo cual no duda en mentir ni en calumniar. Nadie se le puede oponer. Ni siquiera Kikuji consigue apartarla de su vida, por más repulsión que le provoque, porque esa repulsión está también cargada de fascinación y, como es sabido, la fascinación paraliza. El deseo es una fuerza oscura que se impone caprichosamente a la voluntad de las personas. Entregarse al deseo es perderse y, en el extremo, perder la vida.


La vieja Chikako es una asesina de guante blanco. Sus víctimas caen en los lazos emocionales que ella les tiende. En su modus operandi consigue la precisión de un cirujano, la frialdad de un carnicero. La perseverancia es su atributo, ningún obstáculo la detiene, está tan concentrada en su objetivo como el arquero zen. La materia sobre la que opera son los fantasmas que gobiernan a las personas; como hechicera, sabe inducir culpas y vergüenzas.


La desaparición de las mujeres rivales forma parte de la cacería que Chikako emprende sobre Kikuji, pero la presa a la que verdaderamente aspira es Kikuji. Mediante un elaborado y sutil trabajo erotológico va expulsando de la escena a sus rivales, una por una, hasta quedar a solas con él. La serie de rivales eliminadas es como una guirnalda que Chikako se cuelga al cuello, como una guirnalda de grullas, suerte de amuleto, emblema de su poder creciente sobre Kikuji.



Jóvenes y viejos, vivos y muertos


“Cuando uno ve el tazón, se olvida de los defectos del antiguo dueño. La vida de mi padre fue sólo una pequeña parte de la vida de un tazón de té.”


Cuando Chikako decide volver a usar la casita de té del padre de Kikuji debe enfrentarse a la capa de moho que recubre su interior, la cual no logra retirar por completo. Kikuji ha descuidado la casa familiar, que desea vender. Él es un oficinista en el Japón occidentalizado. Por su parte, Fumiko, tras la muerte de su madre, vende la casa familiar y se consigue un empleo. El mundo del trabajo y el consumo, que Occidente ha traído con su invasión, seduce a los jóvenes, que abandonan las antiguas tradiciones. Por más bella que Inamura sea, Kikuji no accede a un matrimonio concertado, tal como se acostumbraba.


Por un lado, los personajes de “Mil grullas” se dividen entre el reino de los vivos y el de los muertos. La memoria del señor Mitani juega un rol central en la conducta de Chikako y en la de la señora Ota, así como en la de Kikuji. Una vez muerta, la señora Ota adquiere un ascendiente particular sobre Kikuji. Los muertos siguen existiendo en los vivos, ejercen su poder. Por otro lado, los personajes se dividen entre jóvenes y viejos. En el Japón de la transición, los viejos aún dominan a los jóvenes, pero ese dominio ya no se vive como algo natural. En la novela todo sucede como si las milenarias costumbres, al ser marginadas por el nuevo modo de vida, retornaran convertidas en fantasmas incontrolables y vengativos.


Pero no sólo las instituciones trascienden la vida de las personas, también la fuerza de su deseo persiste más allá de la muerte. Chikako y la señora Ota renuevan en Kikuji la pasión que tenían por su padre; Kikuji se siente atraído por Fumiko cuando la encuentra parecida a su ya difunta madre.



Eros como mancha


La marca del pecho de Chikako encarna la fealdad y negrura de su alma. Es la señal de que Chikako está poseída por el mal y el deseo del mal, pero también constituye el centro de su poder.


Incluso en Kikuji adulto el recuerdo de la visión de la mancha funciona como escena traumática. Kikuji no puede olvidar la mancha ni desprenderse del horror fascinante que aún le produce. Es como si esa mancha tuviera vida propia y utilizara a Chikako para cumplir sus designios.


Chikako es al mismo tiempo víctima y sacerdotisa de un Eros negro: el deseo sexual como divinidad oscura y cruel, que exige sacrificios humanos. Tras un único acto sexual con Kikuji, la señora Ota se da muerte. También su hija habría corrido la misma suerte. Es como si actuara la viuda negra, esa araña que luego de la cópula se come al macho. El acto sexual, al igual que la ceremonia de té, tiene el carácter de un acontecimiento, único e irrepetible, cargado de consecuencias imprevisibles. Último acto.


Además de la de Chikako, aparece en la narración otra mancha misteriosa e indeleble, no menos erótica ni menos perturbadora: la marca del lápiz labial de la señora Ota sobre el borde de un tazón de té que es una valiosa antigüedad. Después de la muerte de su madre, Fumiko le regala el tazón a Kikuji, pero más tarde se arrepiente y lo destruye, como si con ese gesto desesperado quisiera romper un hechizo.


Lo indeleble de las manchas es un elemento de fatalismo. Los jóvenes no pueden liberarse de los viejos, los vivos no pueden dejar atrás a los muertos, y el deseo virulento los domina a todos.



Eros como hechizo


Después de que Kikuji hace el amor con Fumiko, se nos dice:

“Este hecho, uno podía pensar, decía cuán profundo él se había hundido en la trama del hechizo, cuán completa era la parálisis. Pero Kikuji sentía lo contrario, que había escapado al hechizo y a la parálisis. Era como si un adicto hubiera quedado libre de su adicción tomando la última dosis de una droga.”


El hechizo tiene una trama, un argumento, y resulta más efectivo cuanto más invisible. El adicto, o el deseante, busca al objeto de su deseo más allá de cualquier obstáculo y sólo el encuentro con su objeto le promete felicidad.


Hay un circuito cerrado del que los personajes no pueden escapar porque están hechizados, sometidos a espíritus que los lanzan a unos hacia los otros y, en el límite, los empujan a la muerte.


La trama de “Mil grullas” se teje en la dimensión subjetiva del deseo, de la relación de cada quien con los demonios de su deseo y los misterios a través de los cuales estos demonios –o fantasmas- enredan los vínculos entre las personas. Como es sabido, el deseo de cada quien está, desde la raíz, habitado por el deseo de alguien que lo precedió.



Las grullas de Kawabata


Para contextualizar la lectura de “Mil grullas” es fundamental leer el hermosísimo texto de la conferencia que pronunció Kawabata con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura, en 1968. Poniendo en relación ambos textos, resulta claro que la novela no está hecha de mera nostalgia hacia el pasado, ni contiene un simple mensaje de paz.


Yasunari Kawabata en su casa de Nagatani,

Kamakura, c.1946


Tanto en el libro como en el mundo, las consecuencias de los actos no terminan cuando acaba la vida de las personas, sino que sus efectos se prolongan a lo largo de las generaciones; de igual modo sucede con las mutaciones genéticas producto de las bombas atómicas.


En la época en que Kawabata escribió esta novela el American way of life –and death- ejercía una fuerte seducción sobre los jóvenes japoneses. El deseo de occidentalización amenazó la identidad japonesa.


“Mil grullas” parece contener el deseo de Kawabata de que el estilo de vida japonés no se convierta en una ritualidad vacía incapaz de ofrecer a los jóvenes un camino transitable, sino que persista en tanto alternativa al consumo y la perdición capitalista.


Los personajes de “Mil grullas” se rinden ante el Deseo, actitud que está en las antípodas del Zen. Creer en los fantasmas, entregarse a las pasiones, aniquila. Los espíritus son engañosos. Huir de los fantasmas es posible si uno logra concentrarse en la belleza de una flor, el canto de un pájaro, o las hojas del té verde en un tazón con agua a la temperatura justa para la infusión.


*** *** ***



Las citas de “Mil Grullas” son tomadas de la edición de Emecé, Buenos Aires, 2013. Pertenecen a las páginas 137, 141 y 143 respectivamente.


El texto de la conferencia que dio Kawabata con motivo de la recepción del Premio Nobel de Literatura se encuentra disponible en inglés y en español:


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