Si bien en las novelas de Maigret, el comisario de policía que dirige las investigaciones juega un papel predominante, su metodología consiste en ponerse en los zapatos del asesino para que éstos lo conduzcan hasta él. Maigret accede al alma del criminal cual condición sine qua non para la resolución de los enigmas del crimen.
El método de Maigret implica una posición subjetiva comparable a la del pescador tras su caña, o a la inmovilidad cargada del felino previo al zarpazo o a la del arquero zen apuntando al blanco.
Para poder entrar en el juego de la resolución del acertijo el lector debe identificarse con ese Maigret que a su vez se identifica con el asesino; lo cual se logra dejando de lado el pesado sayo que cada ciudadano carga en su vida cotidiana para así levitar en la atmósfera de la ficción literaria. Meterse en un Maigret lleva al lector a devenir otro, radicalmente diferente del titular de sus documentos de identidad, justamente aquel que no sería nunca, un asesino, sin culpas ni otras consecuencias peores, y por un lapso acotado, que cada quien puede regular –basta cerrar el libro o levantar la cabeza-.
Para el lector tipo de Maigrets, convertirse durante un rato en el monstruo, sólo por diversión, tiene muchas ventajas, puesto que -convengamos en ello- la vida pequeño-burguesa, que se teje entre la oficina y el hogar, entre el mundo del trabajo y el grupo familiar, deja mucho que desear; deja un vacío que ninguna comida, ninguna bebida y ningún tabaco, por mejor que sea su calidad, pueden llenar, aunque sí sazonar. Y vaya si los trabajadores de la Policía Judicial parisina de Simenon beben cerveza y cognac, y comen bocadillos y ternera asada, dentro y fuera de sus despachos del Quai des Orfèvres, en l’Île de la Cité, sobre el Sena, especialmente durante el horario en que están de servicio. Y vaya si el comisario hace uso de su metonímica pipa, incluso ante el desagrado del juez, con quien debería ser más reverente.
Cierto es que no todos los libros de Maigret transcurren en París, pero sí una buena parte de ellos. Y como para refrescar mi memoria, y retomar el gusto por aquellas novelas policiales de mi joven edad, volví a leer “Maigret tiende un lazo” (1955), texto en el que anclaré las referencias presentes.
Maigret tiende un lazo
En “Maigret tiende un lazo” los crímenes tienen lugar en el corazón del emblemático barrio parisino de Montmartre; más precisamente en la zona limitada por cuatro estaciones del Metro: Lamarck, Abbesses, Place Blanche y Place Clichy.
Para mejor, se trata de la obra de un asesino serial que acuchilla mujeres más bien bajas y regordetas, cuyas vestimentas rasga con su arma. No las viola, no les roba. Con unas pocas intrusiones certeras las pasa a cuchillo y las deja tiradas en la calle.
Montmartre se ha convertido en un territorio sitiado por la Policía, pero el asesino sigue actuando y huyendo a la velocidad de la luz, demostrando la superioridad de su destreza. Para peor, Maigret no encuentra más que un fino hilo de evidencias por el cual descolgar su sagacidad.
El policía psicólogo
Jules Maigret es un hijo de campesinos que no pudo desarrollar su gran inteligencia en el medio académico por falta de recursos económicos. Pero, de todos modos, su inteligencia lo ha conducido al estatus de celebridad. Así es que se codea con ilustres médicos y profesores universitarios, que son lo que él no pudo ser. Y así es como, en una amable velada en la Rue Picpus, en una noche de calor, coincide con el Profesor Tissot, psiquiatra, perito en asuntos criminales. El Dr. Tissot es, ni más ni menos, que el director de Sainte-Anne, el “asilo de alienados”, donde han ejercido su actividad eminencias varias, entre ellas el Dr. Lacan, que desarrolló su seminario y su presentación de pacientes ahí mismo y en esa misma época.
No es casual que en el corazón de la novela aparezca la referencia al saber psi, porque las hipótesis que puede elaborar acerca de la psicología del asesino es lo único que tiene Maigret para buscarlo, especialmente en este caso. Dicha psicología puede ser inferida –si es que acaso puede serlo- a partir del modus operandi que se deduce de los asesinatos perpetrados. Los crímenes son perfectos, pero el criminal es humano. Como tal, no puede sino dejar algún rastro de sí. El trabajo del Comisario Maigret pasará del terreno de las hipótesis al de las comprobaciones.
Protagonista: el lector
En mis dorados años de lectora ingenua leí casi todas las historias de Maigret. Dichas historias constituyen ciento tres episodios, setenta y cinco novelas y veintiocho novelas cortas. No volví a retomar su lectura hasta ahora. No me había preguntado antes en qué consistían en tanto artefactos literarios ni qué valor podían tener. Leía por placer. Hoy regreso al paraíso perdido en busca de algunas explicaciones.
La característica que me interesa más de estas narraciones es el lugar que le dan al lector. A diferencia de Agatha Christie, el enigma no se resuelve sacando al final ningún as de la manga, sino que las pistas están dadas desde el comienzo y a lo largo de todo el relato, con total honestidad. Claro que son pistas evidentes sólo para quien las pueda leer. A la manera de “La carta robada”, están ahí, visibles o invisibles, depende para qué ojos. Seguramente, muchísimo más visibles para los ojos entrenados de los lectores de novelas policiales que para el resto.
Al releer esta novela, días atrás, me fue imposible determinar cuánto recordaba y cuánto podía adivinar, qué me decía el relato y qué mi vasta experiencia con los policiales. De todos modos pude apreciar, y valorar, el desarrollo lógico que brinda al lector la posibilidad de seguir un camino propio en la resolución del caso. Como el maestro zen con su discípulo, las verdades se revelan por completo recién cuando el lector ya ha llegado hasta ellas por sí mismo.
Líneas de suspenso
Maigret no derrocha palabras, movimientos o golpes. Antes bien todo lo contrario, en cuanto a los recursos expresivos es avaro. La pesadez de su grueso cuerpo ayuda a que se reconcentre en los devenires de su mente. El silencio y la lentitud del investigador no obstaculizan la lectura, ella sí se desliza ligera, como por un tobogán. ¿Cómo se logra este efecto? Con un profundo conocimiento del oficio.
Por más novelas que haya escrito –unas ciento diecisiete-, hay que reconocerle a Simenon el enorme mérito de generar una lectura fácil y veloz sin recurrir a efectismos. En sus Maigret casi nadie corre por la calle y no se abren las puertas de los armarios para arrojar muertos sangrantes.
En “Maigret tiende un lazo” el suspenso se crea simplemente con la espera y la incertidumbre producto de las diversas circunstancias por las que la investigación atraviesa. Al principio hay un lento arrancar de la acción, cosa nada habitual en el género. No sabemos por qué los policías dan tantas vueltas ante de los periodistas, sugiriéndoles sin decirlo, que han atrapado al asesino. Después, el suspenso se centra en torno a cuándo habrá otra víctima o si se podrá evitar una nueva tragedia. Al final hay una escena donde dos mujeres permanecen dentro de una habitación, solas y calladas, sin siquiera mirarse, durante horas, y el lector está a la espera del momento en que una de ellas ya no pueda contener su pasión y diga exactamente aquello que estaba decidida a guardar para siempre. Huelga señalar la dimensión trágica, que supera el hecho del asesinato para abrazar una existencia entera, o varias existencias relacionadas entre sí.
En esta novela la partida se juega entre hablar y callar, desde la primera hasta la última página; en el medio se consume mucha bebida, algunas comidas, bastante tabaco, se dan unas cuantas vueltas por la pintoresca Montmartre y se emplea también algún otro saborizante no definitorio ni excesivo.
Inscripto en la tradición de la novela psicológica, cuyo máximo exponente en el terreno del crimen es “Crimen y castigo”, pero también hijo del siglo XX, siglo del psicoanálisis, Maigret no busca la verdad en las brillanteces de su mente, como Sherlock, sino en las zonas oscuras de la subjetividad. Su método se basa en el supuesto de que las personas actúan, incluso cuando cometen crímenes monstruosos, motivadas por impulsos inconscientes que responden a sus deseos, sus traumas y sus frustraciones más inconfesables, pero que en el acto criminal encuentran una expresión, si bien reprobable, auténtica.
El mal no sólo tiene una explicación y recibe un castigo, eventualmente puede encontrar también una cura. Los traumas son analizables, y psico-analizables.
Elogio de una literatura de género
Incluso habiéndome negado en cada uno de mis libros a escribir dentro de los límites de un estilo o de un género –con discutibles razones-, no puedo dejar de reconocer algunos valores supremos que las novelas de Maigret tienen por ser, justamente, literatura de género.
Los libros están estructurados con una sistematicidad digna de la peor envidia, logran una unidad y una coherencia merecedoras de la mayor admiración. Estas virtudes son previsibles en la escritura de Simenon, constituyen uno de los factores que brindan al lector la tranquilidad de que no va a ser defraudado. La firma de Simenon garantiza un orden de cosas, el lector puede estar seguro. Y el pequeño burgués, aterrorizado por la violencia del mundo, amenazado con perder lo que tiene, pocas cosas agradece tanto como la seguridad.
Como marcaba, en los Maigret el verdadero protagonista es el lector. Él es quien irá recogiendo, una por una, cada miguita de evidencia hasta llegar a la verdad, y al mismo tiempo su imaginación degustará licores y manjares, y disfrutará el city tour por París o el viaje por los pueblitos a orillas del Sena.
La escritura trata al lector con amabilidad, trata de gustarle, de regocijarlo, de hacerle sentir bien, de entretenerlo. El libro opera cual suerte de sirviente que se aboca a proporcionar a su amo aquello para lo cual ha sido contratado; porque el lector sabe qué es lo que va a buscar y qué es lo que va a encontrar. Aquí no hay engaño, no es como con Agatha Christie, que el asesino resulta ser quien a ella se le cante y porque sí nomás.
En Maigret, los personajes y los escenarios, que se repiten de un libro a otro, por su propia repetición constituyen una atmósfera familiar para el lector, un lugar en el que el lector se puede sentir como en su casa. Al abrir uno de estos libros, como quien abre la puerta de la casita del balneario, se va al encuentro de Jules Maigret y sus inspectores, pero también de la anodina Madame Maigret, de los despachos del número 36 del Quai des Orfevrès y del apartamento del matrimonio en el Boulevard Richard-Lenoir.
36 Quais des Orfevrès desde el Sena
Por otra parte, la repetición de la figura de Maigret en los múltiples libros que protagoniza le confiere una suerte de inmortalidad. Él aparece y reaparece, una y otra vez; la cantidad, desmesurada, confiere una sensación de infinito: es posible vencer a la muerte, el enemigo más aterrorizante por definición.
El método de investigación de Maigret es tan fiel a sí mismo que sus lectores nos deslizamos por los caminos de nuestra intelección con total facilidad y comodidad. Leer es un placer, confortable; al igual que fumar, comer, beber, pasear… Pequeños placeres propios de a una burguesía igualmente pequeña. Bien sûr, et alors quois…?