Ercole Lissardi – El Deseo de transgresión
- delinquisidorlosli
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Existe un universo normativo en el marco del cual debemos pensar, decir y actuar. Somos parcialmente o por completo inconscientes de esa normativa. Sin querer, o deliberadamente, por curiosidad o voluntad de experimentar, nos acercamos a alguno de los límites de pensamiento, palabra u obra que marca la normativa y nos suena una alarma silenciosa en la mente que nos hace dar marcha atrás… o no. Objetivamente el espectáculo es similar al que ofrecen los Conejillos de Indias en un laboratorio. La mayor parte de los sujetos frente a los límites retrocede, pero numerosos sujetos en muy diferentes ámbitos de la actividad cruzan los límites, transgreden las normativas.

La curiosidad o el deseo de experimentar no son los factores decisivos para explicar la transgresión de las normativas. Por lo demás son factores fácilmente eliminables. En efecto, es posible inducir en los sujetos el rechazo a la curiosidad o a la voluntad de experimentación en la medida en que se acercan a los límites de lo aceptable para uno u otro extremo de la normativa. Así es como se le enseña a los sujetos: la curiosidad y el deseo de experimentación son aceptables hasta cierto punto, pero no más allá. El factor principal para explicar la conducta transgresora es el Deseo de transgresión.
El Deseo, en general, es la fuerza interior que nos lanza a la consecución de objetivos censurados por la normativa, objetivos de los cuales a menudo no tenemos ninguna consciencia. Por consiguiente, todo Deseo es Deseo de transgresión. No debe confundirse al Deseo con el deseo, que es la simple voluntad de acceder a objetivos aceptables para la normativa. El Deseo de transgresión actúa en innumerables aspectos de la actividad humana, tantos como estén sujetos a normativas. La única razón para que exista el Deseo de transgresión, por supuesto, es la existencia de normativas. La existencia de normativas se legitima habitualmente como forma de hacer posible la convivencia humana. Sin normativas se regresa al caos, lo humano se disuelve en la animalidad. Lo dicho no implica que el Deseo de transgresión se proponga la destrucción de la convivencia humana: el Deseo de transgresión se agota en su consumación en tanto Deseo. El deseo de transgresión se nos aparece como tan constituyente de la naturaleza humana como lo es el deseo de convivencia.
El Deseo de transgresión, y su consecuencia, la transgresión misma, nunca son tolerados. La intolerancia de la transgresión implica el inmediato castigo de la transgresión. La intolerancia y el castigo se ajustan al campo en el que se produce la transgresión, pero la transgresión nunca es objeto de perdón. El transgresor debe ser expuesto, castigado y rehabilitado en el caso en que el castigo no sea la pena de muerte. El producto de la transgresión es destruido, y la normativa restituida, a menos que la transgresión haya consistido en dar la muerte.
El Deseo de transgresión es siempre, explícito o no, demostrar que el mundo es mejor si no se respeta tal o cual normativa, o todas las normativas. En lo subjetivo, el transgresor experimenta la transgresión como una liberación de la normativa, pero también y sobre todo de aquello concreto que ha transgredido. Algo aprisiona al transgresor, haciéndole la vida difícil cuando no imposible. Ese algo deriva su poder de que está protegido por una normativa. Liberarse es destruir ese algo, ignorando esa normativa. Esa destrucción, esa transgresión se realiza sin necesariamente tener conciencia de los términos de la normativa en cuestión. En principio al transgresor sólo le interesa la transgresión, destruir el algo concreto de que se siente prisionero, no sentar un antecedente ni formular una teoría que demuestre cómo se debe hacer para que el mundo sea mejor. El objetivo del transgresor es, pues, la transgresión misma, que lo libera de aquello de lo cual se siente prisionero. Para el transgresor no hay alternativa, o transgrede, o se somete al imperio de la normativa, o se auto-aniquila.
Ante la transgresión el transgresor no duda. Se siente habitado por el Deseo de transgresión, que se le aparece como una verdad ineludible: la transgresión hacia la que se dirige es justa y perfectamente realizable. En tal sentido el transgresor es un optimista, aunque sabe que, más allá de la euforia del logro, lo espera el castigo en la forma más severa, que es la única medida en que se castiga a un transgresor. El que mata perderá la vida, el que roba perderá la libertad, el artista verdadero en el mejor de los casos será ignorado, ninguneado. El arte verdadero es siempre transgresor. El arte que no transgrede las normativas del arte de su época es decoración, ilustración o entretenimiento. El arte transgresor revela lo que la normativa del arte de su época oculta, impide percibir. El arte verdadero no lo es porque revele contenidos o formas novedosos sino porque transgrede la normativa del arte de su época haciendo visible lo que oculta.
El momento de la transgresión es el momento de la libertad. El lapso entre el momento de la transgresión y el momento del castigo es el tiempo, el único tiempo durante el cual se experimenta en estado puro la libertad.