A continuación voy a proponer una lectura del encuentro entre Edipo y la Esfinge, extrapolándola de la narrativa de la tragedia edipiana, a partir de la relación entre los dos cuadros que sobre el tema pintó Ingres. Ello implica situar en el centro de dicha escena la cuestión de lo que se ha dado en llamar el enigma del goce femenino.
Preparando una clase sobre la erotopía del harén, al recorrer la veta erótica de la obra de Ingres, surgió un tema que fue desarrollándose hasta reclamar un lugar aparte. Se trata de la interrogación que Ingres pudo plantear, y luego resolver, a través de las dos versiones que pintó de Edipo y la Esfinge.
Ingres comenzó a elaborar su primera versión de Edipo y la Esfinge en los comienzos de su carrera, en 1808, y la retomó para plasmarla en un cuadro diecinueve años más tarde. La segunda versión la realizó en 1864, con ochenta y cuatro años de edad -tres antes de su muerte-. De este modo, el tema de Edipo y la Esfinge se convirtió en uno de los temas sobre los cuales Ingres insistió y que protagonizó el comienzo y el final de su obra.
El antiguo Edipo y la antigua Esfinge
La representación de Edipo y la Esfinge de Ingres, en la mejor tradición neo-clasicista, retoma un tema de la Antigüedad griega. Su principal referente pictórico se encuentra en una pieza de cerámica del siglo V AC.
Pasemos breve revista a la letra del mito antiguo para poder abocarnos luego a lo que Ingres pone de su propia cosecha. Tomemos especialmente en cuenta que, unos treinta años después de la muerte de Ingres, Edipo se convertirá en el personaje estelar de la mitología psicoanalítica. Y las imágenes de Ingres ilustrarán una multiplicidad de publicaciones desde entonces hasta la fecha, cabiéndoles como anillo al dedo.
Las figuras de Edipo y la Esfinge hunden sus raíces tan hondo en la cultura que variados y contradictorios son los mitos que dan cuenta de ellas. Sin embargo, particularmente desde el siglo XIX hasta el presente, ese momento en que el héroe enfrenta al monstruo, ha quedado fijado como uno de los principales hitos de estos seres legendarios.
La versión de Edipo a que adscribió el psicoanálisis es la tragedia de Sófocles. En ella Edipo, héroe sobre el que pesa una maldición prenatal, luego de asesinar a su desconocido padre -Layo- en el camino a Tebas se enfrenta a la Esfinge y, tras vencerla, accede al trono de dicha ciudad, para lo que habrá de consumar –también sin saberlo- el incesto con su madre –la reina Yocasta-. La Esfinge interviene entre uno y otro eslabón argumental, entre el asesinato de Layo y la entrada triunfal en Tebas.
La Esfinge es un monstruo híbrido entre animal y mujer, como por ejemplo las sirenas, para el caso: mitad león y mitad fémina, que plantea a los viajeros enigmas –casi- imposibles de resolver y, ante la demostración de su ignorancia, los devora. La esfinge encarna la fantasía de la mujer como monstruo devorador, una amenaza para que el buen hombre siga su recto camino. Del mismo modo juegan las sirenas respecto de Odiseo. Y el héroe se define como aquel que resulta incoercible respecto de su destino -¡infeliz de él!, particularmente en el caso de Edipo, que avanza hacia el desangramiento y el oprobio-.
Odiseo y las sirenas, cerámica ática, siglo V A.C.
Por otra parte, el miedo a perderse en el deseo de la mujer encierra el miedo al propio deseo, que, en acto o en potencia, atenta contra los intereses del ciudadano, siempre socialmente diagramados en función de ciertas coordenadas de poder. Esta figura femenina de la mujer devoradora, necesariamente mítica –más allá de su eventual encarnación-, también es insaciable, no conoce límite. Al igual que el deseo. Y es un híbrido entre lo animal y lo humano o, en otros términos, una figura que muestra aquellos aspectos de lo humano tan rechazados como para ser colocados en la esfera de lo animal.
La insaciabilidad devoradora de la fémina amenaza –en forma no menos realista por situarse a nivel de la fantasía- con exprimir al hombre hasta sacarle todo el jugo y dejarlo fuera de combate. Al menos temporariamente, lo cual no deja de tener su connotación de muerte, aunque sea pequeña (recuérdese que en francés al orgasmo se lo llama “pequeña muerte”).
La versión que habitualmente circula del enigma de la Esfinge, expresa, en palabras del diccionario de mitología de Grimal, la siguiente adivinanza: “¿Cuál es el ser que anda ora con dos, ora con tres, ora con cuatro patas y que, contrariamente a la ley general, es más débil cuántas más patas tiene?”. La respuesta es “el hombre”, que gatea de bebé –cuatro patas- y usa bastón de viejo –tres patas-. Cabe subrayar que el atributo que se destaca en el hombre es la debilidad. Tal vez se trate del hombre sin especificación de género, o tal vez no…
Las dos versiones de Ingres
Lo curioso es que si uno compara la primera y la segunda versión de Edipo y la Esfinge de Ingres, a primera vista puede quedarse con la idea de que son prácticamente idénticas, con la salvedad de que los personajes están orientadas exactamente a la inversa en uno y otro cuadro. Aguzando la mirada surgen algunas otras diferencias. Estas diferencias adquieren especial relevancia en el contexto de la similitud entre los dos cuadros y la distancia que los separa en el tiempo. Treinta y siete años median entre la finalización de la primera versión y la segunda, lapso que nos induce a sospechar que Ingres pudo haber realizado, de una a otra tela, una operación particular. ¿Acaso algo para él pegó un giro?
El primer cuadro
En la primera versión de Edipo y la Esfinge salta a la vista el diálogo entablado entre Edipo y los pechos de la Esfinge. La fiereza de esta se expresa tanto en la garra que extiende hacia el hombre como en su mirada y en la turgencia de sus pechos.
La Esfinge es símbolo del enigma, la sabiduría de difícil acceso. Puesto que ningún otro atributo es tan claramente femenino como los pechos, el enigma aquí se plantea a nivel de la femineidad. Más precisamente, del enigma de la femineidad como ha sido formulado desde cierta óptica hoy denominada, con un dejo acusatorio, “androcéntrica”.
Ante la fémina bestial, el hombre que quiera salvar su vida deberá resolver el enigma. Resolverlo es conocer, conocer es uno de los términos bíblicos para el amor físico. Conocer a la mujer equivale, en una relación erótica, a saber proporcionarle el placer que ella requiere. El héroe del joven Ingres enfrenta el desafío.
El segundo cuadro
La imagen del segundo cuadro es menos nítida que la del primero, como si nos hubiéramos adentrado en las neblinosas tierras de Eros. El hombrecito que, en el fondo, venía corriendo alarmado, ya no está. Edipo ha quedado mano a mano con la Esfinge. Su actitud corporal es más pasiva, o receptiva, que en el primer cuadro; ya no extiende la mano hacia ella, ahora la espera.
La Esfinge es más animal que la del primer cuadro. Acá tiene la cabeza ladeada, su mirada no desafía, el rostro muestra su entrega al goce, la pata adelantada invita al abrazo.
Finalmente ¡Edipo resolvió el enigma!
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Hay que tomar en cuenta que entre el primer cuadro de Edipo y la Esfinge de Ingres y el último se encuentra la mayor parte de la producción del pintor, y todos sus cuadros de erótica, en los que el interés por el cuerpo femenino cumple un papel primordial.
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El famoso cuadro Edipo y la Esfinge de Gustave Moreau data de la misma fecha que la última versión del mismo tema de Ingres (1864). Su presentación en el Salón de París fue un éxito rotundo. Parecería que el ambiente se venía preparando para darle al viejo Edipo un lugar renovado en el universo de la cultura.
Moreau adopto la misma perspectiva que Ingres al plantear la escena entre el héroe y el monstruo –que no sería héroe si el monstruo no le permitiese demostrarlo- como un encuentro erótico. En su libro sobre “El mito de Edipo”, Giulio Guidorizzi señala respecto del cuadro de Moreau: “Lo que sucede entre Edipo y la Esfinge no es en su perspectiva un duelo, sino una unión que aferra a ambos en un abrazo sensual de muerte: la Esfinge se aprieta al pecho de Edipo, con la cercanía de un amante, ambos se tocan, se miran, respiran mutuamente su olor”. Lo mismo se aplica a los cuadros de Ingres, como espero haber puesto de manifiesto, aunque la erótica de este pintor carece del matiz tanático de su colega decadentista.
Claro que tal enfoque erótico de la escena entre Edipo y su Esfinge –suya, puesto que sólo él puede con ella- data de antiguo, las escenas representadas en las piezas de cerámica dan fe de ello. También en lo que se conserva del Edipo de Eurípides la relación entre ellos está teñida de erotismo.