La serie Odio a Suzie (I Hate Suzie, HBO, 2022, 11 capítulos) tiene dos creadoras: Lucy Prebble y Billie Piper, la primera es además la libretista y la segunda encarna a la protagonista, Suzie. Esta doble autoría femenina, verdadera complicidad creativa, como veremos, no es dato menor teniendo en cuenta cuál es la escena que me interesa comentar, misma que alguien en las redes calificó como “la escena de masturbación más larga en la historia del cine”. En efecto, dura 10 minutos, tiempo que las creadoras de la serie invierten en darnos una idea de lo que pasa en la mente de Suzie mientras se masturba -dan por sabido lo que Suzie hace con su cuerpo y lo presentan con suficiente evidencia, aunque con discreción. Después de todo es un producto destinado a la pantalla hogareña.

Billie Piper en la escena analizada
En lo que sigue voy a analizar detalladamente la secuencia. Vale la pena apreciar el grado de elaboración para comprender cuánto les importa a las autoras lo que quieren comunicar en ella.
Las cuentas de Suzie, una actriz con relativo éxito, han sido hackeadas, e imágenes de ella teniendo sexo con alguien que no es su marido circulan por la Red. Suzie imagina lo que piensan de ella: que es una puta absoluta (perdón por la expresión que no existe en español, pero no veo si no cómo traducir absolute slut, corriente en inglés). La palabra puta dispara en Suzie angustia… pero no sólo angustia. Tendida en la cama la palabra le resuena placenteramente, y Suzie empieza a masturbarse. Comienza, muy convencionalmente, recordando a varios de los que fueron sus amantes, en el acto de cogérsela, o, mejor dicho, de cogérselos. La cosquilla despega, la cosa va de la mejor manera y la meta parece razonablemente accesible. Entonces Suzie cambia de veta e imagina darse a las ocho de la mañana y en súper auto sport al padre de un compañerito de colegio de su nene, pero su imaginario amante comete el error de decirle que es una puta absoluta, lo cual la saca de lo que tan bien iba. Su subconsciente le ha jugado una mala pasada trayendo a su mente el daño que puede resultar para su niño del hackeo.
Desconectada Suzie recuerda la desagradable conversación de esa mañana con la maestra de su hijo, quien entre otras cosas le reprochó venir a dejar al niño vistiendo pijama. En la realidad, o en su imaginación, ella corta la discusión diciendo que sí, que efectivamente ella es una puta masiva (a massive slut, dice, mostrando una vez más la plasticidad del inglés para calificar a las putas). Al irse ve al padre del compañerito y otra vez pasa de real a imaginación reiniciándose la situación sexual en el auto con el padre, situación con la que había jugueteado antes. Esta vez la cosa realmente parece encaminarse, con Suzie proporcionando una ávida felación, y con el padre amante imaginario -o sea Suzie misma- eludiendo la palabra peligrosa -en vez de slut dice whore o bitch. El roce de la mano de Suzie dentro del pijama se hace más audible y más acelerado… Por supuesto que a esta altura el espectador sutil se pregunta por qué una palabra produce efectos que no producen sus sinónimos. Hacia esa explicación deriva la secuencia.
Irrumpe en la escena, sentada en el asiento trasero, su mejor amiga y agente que viene a reprocharle que se somete al deseo masculino, a lo que ella responde que es el deseo masculino lo que la calienta. Esta interrupción tiene todo el aspecto de ser el recuerdo de una conversación. “¿Y dónde queda tu deseo?” le tira la amiguita. “¿Y por qué te llama whore y bitch? A vos te gustan los tipejos” dice. A lo que Suzie responde: “No me gustan los tipejos. Sólo me pajeo con ellos”. Una aleccionadora conversación entre amigotas. “Cuanto más te pajees con ellos más van a gustarte. Mejor pajeate recordando tu infancia, retomá el camino desde el comienzo para llegar a ser alguien mejor”. Suzie tiene entonces un recuerdo de infancia: sus amiguitas la encierran junto con un chico de su edad en un closet. De lo que ahí pasa solo sabemos que Suzie dice “Se te está poniendo dura” y el chico responde pidiendo excusas. Volvemos entonces al diálogo con su amiga, pero ahora Suzie es Suzie niña y su amiga parece estar dándole una lección cuando le repite que su deseo está educado por el deseo masculino y que se pierde el verdadero deseo, la verdadera lujuria femenina. Toda esta verbosa interrupción de recuerdos lo que consigue es terminar de descarrilar la empeñosa masturbación de Suzie.
Hasta que súbitamente se encuentra con el recuerdo de su actual amante, el de las imágenes hackeadas. Suzie se sumerge en la sensualidad del recuerdo y está a punto de alcanzar el momento exquisito cuando reaparece su amigota: “No, no pienses en tu amante, tenés que acabar para tu marido”. Suzie trata de obedecer, pero intentando motivar a su esposo, en lo que parece un recuerdo, no consigue sino indiferencia. Su amigota entonces se da por vencida y le sugiere que imagine algo salvaje -pero no a su amante, se entiende. Suzie imagina que está en una sala de interrogatorios y que un policía le muestra las fotos producto del hackeo. Suzie se incendia e imagina cogerse allí mismo al poli. Entra otro poli que la llama slut, la palabra otra vez la enciende, se entrega a los dos. Ahora sí Suzie parece definitivamente pronta para el orgasmo. A punto ya, dice “Es sólo diversión, lo siento Cob” -que es el nombre de su marido. Como si tuviera que disculparse con su legítimo esposo también por el desenfreno de sus masturbaciones.
Entonces volvemos a su infancia, la puerta del closet se abre, salen Suzie y el chico, por sus caras vemos que algo ha sucedido ahí dentro. Suzie suspende otra vez la faena. Oímos las voces de las amiguitas que la encerraron que ríen y dicen “Es tan puta” (She is such a slut). Por el camino de la imaginería masturbatoria Suzie ha llegado no a una supuesta sexualidad inocente sino a la primera vez que fue calificada de Slut, al momento en que la palabreja se carga de la doble valencia, de insulto y de detonador de placer. La masturbación como método auxiliar del sicoanálisis, digamos. Volvemos entonces al diálogo y oímos a su amigota actual que dice lo mismo “You are such a slut” (Sos tan puta). Luego le pregunta si no usa toys -juguetes sexuales. Suzie se ríe y dice que le parece que el sonido va a atraer a los gatos callejeros. La vemos entonces una vez más intentando rematar la faena con un juguete… y con la cama llena de gatos. Se da por vencida y sale de la cama maldiciendo.
Tomemos en cuenta los numerosos fantasmas que la secuencia hace comparecer como consecuencia del inocente deseo de Suzie de darse un poco de placer en medio de todas sus angustias: los desenfrenos de su libido pueden resultar en daño para su familia, su sumisión al deseo masculino, a través de la cual alcanza su placer, le cierran las puertas al goce específicamente femenino, sea este lo que sea, el gusto por los tipejos puede convertirse en una adicción, en los recuerdos sexuales de infancia encuentra el origen de su gusto por la palabra slut, la culpa que le producen los desenfrenos de su libido la lleva a recurrir a imágenes de abyección para lograr el orgasmo, etc. si se sigue excavando.
Los diez minutos de la escena de masturbación concluyen en la frustración. La palabra puta es el hilo conductor de un obstáculo al otro. Reaparece, cambiando de valencia, al final de cada uno de los callejones sin salida a que la conducen la imaginación y los recuerdos. Parece como si todo movimiento que haga Suzie para avanzar hacia el placer la conduce una y otra vez hacia la secreta convicción de ser una puta y de gozar siéndolo, aunque para los demás tal condición sea un execrable estigma. Y es que ¿existirían esas fotos obscenas que, hackeadas, amenazan su vida familiar y profesional si no latiera en ella el deseo de entregarse al desenfreno y actuar como una puta? Este descubrimiento tardío de su verdadera naturaleza ¿le impedirá de aquí en más, culpa, angustia y vergüenza mediante, los placeres del sexo, el ingreso al supremo reino del orgasmo? ¿Debe cambiar su vida, su mente y su deseo para borrar la palabra con la que se la estigmatiza y así regresar al Edén familiar y profesional? ¿O terminará por adaptarse a su condición secreta y aprenderá a utilizarla como un combustible más en su deseo?
Son conclusiones complejas, pero cuando se escribe una secuencia tan minuciosamente elaborada no queda sino asumir que se busca un nivel sutil de comunicación con el espectador. No es menor logro de las cómplices que consigan aligerar la secuencia de todo patetismo imprimiéndole un ritmo de comedia, basado por supuesto -como en El discreto encanto de la burguesía- en la sucesión de las frustraciones a que arriba cada vez el inocente esfuerzo por alcanzar el más modesto de los placeres.
La versión que Prebble y Piper nos dan de la masturbación no es la de dulces imaginaciones, recuerdos y caricias hasta remontarnos a las doradas nubes del placer. Más bien es la de la difícil trayectoria de un frágil barquito en un mar embravecido. Una y otra vez a punto de naufragar la embarcación, incapaz de remontar las olas, debe volver al puerto, hasta que por fin naufraga al caerle encima una ola demasiado alta. La masturbación, nos dicen, es una trampa: cada vez que nos relajamos y nos distraemos saltan nuestros fantasmas a exigirnos el pago de deudas que ni siquiera sabíamos que teníamos.