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E. Lissardi, A. Grynbaum - El nuevo cine erótico

Ercole Lissardi - El nuevo cine erótico


La renovada variedad de puntos de encuentro entre oferta y demanda a que da lugar la producción cinematográfica para streaming, ha permitido un nuevo renacer del cine erótico. Con el advenimiento de la seudo-permisividad nos habíamos acostumbrado a cierta franqueza en el tratamiento de lo erótico, aún en la producción de enclaves tradicionales del reaccionarismo en la materia, por ejemplo: Hollywood. Pero desde ya hace largos años, y sin decir ni agua va, dejó de darse lo que se daba. La incesante innovación en materia de tecnología digital ha permitido el abaratamiento incesante de los costos de producción sin pérdida significativa en calidad, así como la explosión de los canales de distribución, streaming mediante, creando así las condiciones para que el intermitente cine erótico vuelva a dar la cara.


Dos ejemplos por demás interesantes de esta renovación pueden verse en estos días a través de la plataforma MUBI. Impulso sexual (Sexual Drive), del japonés Kota Yoshida (2021) y Un verano así (Un été comme ça, 2022) , del canadiense Denis Côté (2022) con todo y sus diferencias comparten ciertas estrategias narrativas que los caracterizan. Ambos films inventan artificios desde los cuales cada uno presenta una variedad de casos del llamado impulso sexual.


En Impulso sexual se trata de las andanzas de un personaje de nombre Kurita del cual resulta claro que es una especie de Demonio del Deseo. La peculiaridad de Kurita reside en que nos revela, regodeándose en discursos llenos de sarcasmo, la naturaleza de los deseos de sus personajes a través de las características de ciertos alimentos tradicionales japoneses. En el primer “cuento” el fulano, casado con una enfermera, fantasea los servicios sexuales que su mujer suministra a sus pacientes -tópico recurrente si los hay-, imaginando que el cuerpo que les ofrece olerá a natto -especie de grano que se come con arroz y una salsa blanca muy pegajosa. En la segunda historia una mujer encauza las fantasías sádicas que la acosan preparando para su marido un guiso muy condimentado, propiamente hablando, un guiso sádico. En la tercera historia una mujer descuidada por su amante se venga yendo a comer ramen “con mucha grasa” a tugurios de mala muerte donde se indigestan fulanos miserables y malolientes. El conjunto de la cosa es válido, no sólo porque nos recuerda una dimensión insoslayable de la fruición erótica, como lo es la gastronómica, sino además porque lo hace con una cuota de humor digna de crédito.



En Un verano así, el artilugio que se utiliza para desplegar las historias de sus tres personajes simula ser menos artificioso, pero no lo es. A la manera de cierto soft-porn -sobre todo alemán, o inglés- de los sesentas, que simulaba intenciones pedagógicas en materia sexológica para pasar de contrabando abundante imaginería sexual, esta producción canadiense se inventa una especie de retiro financiado por universidades para chicas con apetitos sexuales desmedidos. Durante casi un mes serán objeto de minuciosa observación y velada interrogación a cargo de una sexóloga alemana y un vagamente licenciado fulano de origen argelino. Basta el planteo para comprobar que estamos en el mismo nivel de fantaseo que la producción japonesa. Todo el asunto no es más que una excusa para oír a las chicas contando -sin flash-backs, a puro rostro, como en Persona de Bergman- las naturalezas y las circunstancias de sus lujuriosas avideces. Hay que subrayar la aptitud del director para el uso y abuso del primer plano, digamos que es un digno conocedor de las especialidades bergmanianas. Las chicas están excelentes en la exteriorización de las intimidades y peculiaridades de sus personajes. En cualquiera de ellas la presentación de su menú, con total entrega y concentración, alcanza momentos muy buenos como la alegre y energética seducción de todo un team de fútbol o la minuciosa presentación de la sesión de shibari. Es cierto que un tufillo a irresponsabilidad sobrevuela al film: ni una palabra hay acerca de los riesgos físicos y mentales a que expone el descontrol implícito en la compulsión ninfómana.



El arte erótico, es decir la exploración de las pasiones y los deseos, es, lo sabemos, antes de la real experiencia en la materia, a pura intuición, virtualmente infinita. Obras como Impulso sexual y Un verano así, con su mezcla de agudeza, desparpajo y sentido del humor, invitan a participar del enriquecimiento que promete esa exploración, nuevamente vigente en el cine contemporáneo.



Ana Grynbaum – Un espacio para la muda verdad del deseo


Es claro que para tratar un tema en profundidad hay que situarse por fuera de los circuitos mainstream de la industria, especialmente en el siempre incomodante terreno de la erótica. La película Un verano así, de Denis Côté, hace gala de su independencia tanto a nivel de realización como de distribución. El streaming de MUBI, a través del cual vimos el film, es realmente superior a sus colegas.


La idea de intentar aislar un tema humano para su estudio mediante el aislamiento de un grupo de personas en un lugar natural es un tópico de la cultura (hasta yo lo usé en mi novelita La vida onírica, 2019). En Un verano así, Léonie, Geisha y Eugénie, tres jóvenes ninfómanas canadienses asisten a un retiro durante el mes de enero en una casa cerca de un lago en el marco de una actividad experimental vinculada a la Universidad de Montreal. Allí las acompañan la coordinadora del proyecto, Octavia, una universitaria alemana, Sami, un educador social de origen argelino y Dianne la cocinera.


Las tres jóvenes participan del proyecto voluntariamente. En los tres casos hay algo de su compulsividad sexual que les molesta lo suficiente como para enfrentarse a esa molestia picante en una interrogación, necesariamente personal y compleja. Entre habitaciones individuales y espacios comunes, mediante conversaciones y silencios, recuerdos y masturbaciones desesperadas, cada muchacha vive con su molestia sexual y más allá de esta.


Al cabo de la estadía cada una de estas ninfómanas se reafirma en su gusto por el sexo, el mes de distancia con su vida cotidiana no les ha cambiado nada al respecto. No se elige la forma en que cada quien encuentra su goce. Lo que estas mujeres estigmatizadas encuentran es la posibilidad de experimentarse a sí mismas más allá del comportamiento sexual. Lo que ganan es su recíproca amistad. Y acaso, aunque no sabemos cómo será su vida de regreso al mundo, también hayan crecido en cuanto a capacidad de aceptarse a sí mismas con cierta distancia respecto del juicio condenatorio.


En lo que hace al deseo sexual la película es honesta. En la base del deseo de cada quien no existe una explicación al estilo del trauma, que cierre una lógica reduccionista. A Léonie la violó su padre, de las otras no sabemos, pero ese hecho no se esgrime como justificación de sus tendencias sado-masoquistas. Por qué la orientación sexual de alguien se moldea en base a tal o cual fantasía siempre es un misterio. (Respecto de mi libro La cultura masoquista, 2011, se objetó que no daba cuenta de la especificidad del deseo masoquista, es decir de por qué algunas personas necesariamente encuentran su placer a través del sufrimiento y la humillación y no de otra manera. Sigo sin creer que esa pregunta encuentre respuesta satisfactoria en algún tipo de generalidad.)


Lo que resulta menos misterioso, la película lo bordea, es la forma en que la pornografía se cuela en el deseo humano ofreciéndole formas estereotipadas y violentas, donde las personas no cuentan sino como cuerpos consumidores y consumibles (Cf. Lissardi sobre la pornografización de la sociedad). Las protagonistas del film no se enamoran, no atan su apetencia sexual a personas concretas sino que van tras formas de satisfacer su compulsión (es decir, su pulsión exacerbada). Una forma de la deshumanización cada vez más normal en nuestras sociedades y que pone en tela de juicio algunas supuestas claridades teóricas, como la de que el deseo es necesariamente deseo de un otro, valga el galicismo (cf. por ejemplo Byung Chul Han).


Así como no reduce un miligramo la complejidad de su asunto, Un verano así está filmada sin rebuscamiento, con la concentración de quien tiene algo para decir, atributo que suele estar notoriamente ausente en buena parte de los relatos que se ofrecen para el consumo masivo hoy. En tal sentido la cámara explora los rostros con una pasión bergmaniana. Son los rostros y los cuerpos trémulas de las muchachas, e incluso de la coordinadora, los que hablan al espectador. Cada espectador saca sus propias conclusiones.


En cuanto a la ninfomanía en cuestión, el término es usado con una naturalidad que en nuestro español falta. La “ninfomanía” para nosotros es un término anacrónico y/o fantasioso, empleado históricamente para acusar la promiscuidad femenina, en el entendido que la promiscuidad aceptable es solo la que los hombres practican. En español diríamos que estas ninfómanas son putas vocacionales, dadas las circunstancias pueden o no cobrar y en todo caso se dan a la actividad sexual profusa para obtener su placer. Es interesante descubrir la falta de un adjetivo adecuado para la mujer a quien coger le gusta mucho más de lo esperable y además se lo permite.


A la sensibilidad del lector cabe informar que no hay una sola escena de sexo explícito en las dos horas y diecisiete minutos de película. Como Lissardi ha enfatizado, la erótica trata del deseo, no de la acción sexual en sí. Si el film nos produce algún grado de inquietud es porque la inteligencia de su indagación llega a cuestionar la imagen que cada uno tiene de sí en tanto ser deseante, la relación de uno con el propio deseo y los modos que el medio social brinda y niega para su desarrollo.


En tanto objeto estético Un verano así es una obra disfrutable y un raro ejemplo de ficción y pensamiento colaborando en un enfoque de las cuestiones humanas en el alto nivel de la inteligencia y la creatividad.-


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