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Ana Grynbaum - Pedagogía de la represión

El protagonista de “La Reserva Nacional Pushkin”, la nouvelle de Dovlátov, es paradójicamente un escritor inédito y disidente. Inédito excepto en las samizdat, auto-publicaciones clandestinas de la URSS, entre las que circulaba nada menos que “El maestro y Margarita” de Bulgákov, y también en revistas extranjeras mediante manuscritos enviados asimismo en forma clandestina. Como en tantos otros casos Dovlátov era considerado disidente no porque se auto-excluyera sino porque era, por la vía de los hechos, excluido de los ámbitos de circulación de la cultura soviética.


Sergéi Dovlátov


A comienzos de la década de 1970, durante el recrudecimiento de la represión cultural por parte del gobierno de Breznhev, el irrealizado escritor opta por el “inxilio”. Abandona su ciudad, Leningrado, y se aleja de su mujer, de quien se ha separado, y de la hija de ambos, para trabajar y vivir en la “Reserva Nacional Pushkin”.


El museo-reserva Pushkin es un complejo museístico emplazado cerca de Pskov en el noroeste de Rusia, abarca lo que fue la estancia de la familia de Pushkin y algunos poblados y zonas aledañas. El relato de Dovlátov subraya su dimensión de lugar turístico y muestra cómo fue convertido en una especie de santuario a través del cual el Estado soviético empleaba el brillo del gran escritor en su auto-legitimación.


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Los objetos del museo no pertenecieron al reverenciado Pushkin. Son piezas contemporáneas al escritor que sirven para ambientar los lugares en los que Pushkin transcurrió largos períodos de su vida. Varios de los guías del museo-reserva son intelectuales caídos en desgracia que, al no encontrar lugar en la cultura oficial, fueron a parar a esa especie de resumidero donde actúan como bufones, montando con prescindencia de cualquier apoyatura verídica la versión del gran Pushkin que los turistas esperan.


En la visión de Dovlátov la Reserva es una especie de Comala por donde pululan las almas en pena de la inteligentzia, consoladas apenas por los muchos litros de alcohol que no se les prohíbe ingerir. Una bizarra serie de muertos en vida, entre los que el protagonista, temporariamente, encuentra su lugar.


“La Reserva Nacional Pushkin” es una nouvelle deliciosa a pesar de su corrosividad y desesperación poética. Pero de todas las escenas admirablemente narradas hay una que alcanza el estatuto de obra maestra. Lo más sorprendente de ella es el perfecto equilibrio entre patetismo y comicidad que logra.



La escena del “interrogatorio”


Cuando la esposa del escritor está por exiliarse –gracias a su condición de judía, pues en ese momento los judíos eran los únicos que podían salir de la URSS- éste es citado por el Mayor Beliáiev del Ministerio de Seguridad:


“Me senté en el sillón, saqué los cigarrillos. Estuve solo un minuto o dos. Luego una de las cortinas se movió. De ahí salió un hombre de unos treinta y seis años, y pronunció con profundo reproche:

-¿Acaso le he ofrecido el asiento?

Me levanté.

-Siéntese…

Me senté.

El hombre pronunció aún con más amargura:

-¿Acaso le he permitido fumar?

Hice el amago de tirar el cigarrillo…

-Siga fumando…”


El “interrogatorio”, que en sentido literal no es tal, puesto que sólo el agente de la KGB toma la palabra, estará presidido por el retrato del pedagogo Makarenko colgado en la pared.


“- ¿Adivinaste por qué te invité? (…) Siento que algo anda mal. Siento que el muchacho dio un mal paso. El camino torcido lo llevó al lugar equivocado. Creeme, me despierto de noche. Tomka, le digo a mi esposa, un buen muchacho dio un mal paso… Habría que ayudarle… Y mi Tomka es una persona muy humanitaria. Me grita: ¡Vitali, ayudalo! Cumplí con tu labor educativa. Da pena, si el muchacho es nuestro, su naturaleza es sana. No debés usar con él los métodos severos. Porque los Órganos de Seguridad no solamente castigan. Ellos educan… Y yo le contesto gritando: ¡Son complejas las circunstancias internacionales!… El cerco capitalista se percibe mucho… El muchacho se fue lejos… Colabora en esa… cómo se llama… Kontinental… Parecida a la radio Libertad. Se transformó en un ‘vlasovista’ literario, igual que Solshenitsin. (…)


Beliáiev siguió hablando unos quince minutos más. En sus ojos –lo juro- brillaban las lágrimas.


Después miró de reojo la puerta y sacó unos vasos:


-Vamos a aflojarnos un poco… no te hará mal, sin exceso… (…) Ya sé que estás por viajar a Leningrado. Te doy mi consejo: no aparezcas. Diciéndolo de manera culta: no levantes la voz. Los Órganos de Seguridad te educan, te educan pero pueden de pronto cometer una tontería y castigarte. Y tu legajo es más pesado que el Fausto de Goethe. Hay material como para unos cuarenta años… Y recordá, una causa penal no es como hacer pantalones con botamanga… Una causa penal se fabrica en cinco minutos. Un toquecito, y ya estás en el lugar donde se edifica el comunismo… Así que tendrías que estar más quieto… (…)


Y cuando ya estaba saliendo, Beliáiev agregó en un susurro:


-Y otra cosa, como se dice… sin protocolo. Yo en tu lugar me iría de aquí mientras tenga permiso de salida.”


El Camarada Beliáiev aconseja al escritor que emprenda el camino del exilio. ¿Cuál es el verdadero propósito del discurso hipócrita de Beliáiev? ¿Advertencia, amenaza, disuasión…? ¿O el camarada ha sido tocado en sus más íntimas fibras y realmente le desea el bien al pobre escritorzuelo? Chi lo sa? De todos modos no importa.


Lo que la escena presenta es el juego del gato y el ratón. El hombre de la KGB habla, el ciudadano bajo sospecha escucha. Desde ese momento la víctima va a estar cada vez más acorralada, hasta el extremo de lo posible, porque resistirá. El resto de la nouvelle da cuenta de esa resistencia absoluta. El “interrogatorio” es en sí mismo el mensaje, no hay diálogo sino un gran monólogo en el cual sólo el poder se manifiesta. En el régimen totalitario el sujeto no es más que una hojita al viento: ya sea que se lo castigue con dureza o se lo perdone transitoriamente, en cualquier momento se lo puede deportar, encarcelar o asesinar con total impunidad.


***


En la omnipotente máquina estatal totalitaria el sujeto no es nadie. Ese es el mensaje que se recibe, y se lo recibe en los hechos, en la carne. (He aquí un par de similitudes significativas con la máquina de tortura y muerte de “En la colonia penitenciaria” de Kafka.) En su momento también Bulgákov tuvo una “amistosa” conversación con Stalin, que lo llenó de esperanzas vanas y le hizo renunciar al exilio que pudo haberlo salvado. “El maestro y Margarita” no se publicó fuera de los samizdat hasta veintiséis años después de la muerte de su autor.


De todos modos, la censura política, más allá del daño que causa en las personas que la sufren, no pasa a ser más que una anécdota en la historia de la literatura pues, como Bulgákov profetizó: “Los manuscritos no arden”. La pedagogía de la represión no sobrevive a los sistemas políticos que la usan como arma.


***


- Las citas pertenecen a “La Reserva Nacional Pushkin”, Sergéi Dovlátov, Añosluz Editora, Buenos Aires, 2016.


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