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Ana Grynbaum – El fantasma de la vejez en la literatura uruguaya del Siglo XX. 1) “La mujer desnuda”

En 1950, en Montevideo, Armonía Somers lanza “La mujer desnuda” contra la pudibundez del ambiente cultural uruguayo. Más de setenta años después, este provocador texto sigue interpelando a los lectores, hoy también allende fronteras.


La lectura aquí presentada se enhebra en torno a la pérdida de la juventud como fantasma que lleva al quiebre en la existencia de Rebeca Linke, la inquietante mujer desnuda que protagoniza esta nouvelle. Pero antes de entrar en la novela desarrollaré un mini-marco reflexivo sobre la vejez como fantasma.




Ideología de la edad

Cada sociedad en sus diferentes momentos concibe -es decir: piensa e imagina- la juventud y la vejez, de manera particular. Amén de las formas en que el avance científico y el desarrollo permitan prolongar y mejorar la vida, las ideologías en boga cumplen un papel esencial. Esto se evidencia especialmente cuando jóvenes y viejos son percibidos como grupos enfrentados. En concepciones de esta índole, envejecer constituye un devenir trágico por definición, con independencia de las condiciones concretas.


El siglo XX occidental llevó la oposición entre el modo de vida joven y el modo de vida viejo a un punto particularmente dramático. En ello intervino una creciente idealización de la adolescencia en tanto rebeldía, pureza, erotismo, posibilidad de cambio, crecimiento e incluso revolución y todo lo genuino de la existencia versus el estado adulto, anquilosado, conservador o reaccionario, rígido, preso de rutinas, alienado, muerto en su capacidad deseante.


A título general, envejecer, pasar de un estado al otro, era considerado cuanto menos degradante, en el extremo una degeneración. Madurar significó corromperse. Estas ideas actuaron cual prejuicios, cumpliendo un rol decisivo en la vida de muchas personas. De allí la importancia de revisarlas, desnaturalizándolas, atribuyéndole a la cultura su papel.


La demarcación entre juventud y vejez a menudo tomó como frontera los treinta años. Las limitaciones de la medicina hacían que muchos hombres murieran del corazón en sus cuarenta. En cuanto a las mujeres, son con mayor certeza fértiles hasta la treintena. Por otra parte, la cirugía estética no estaba tan desarrollada. Y no existían las redes sociales, donde fácilmente se publican fotos viejas o ajenas como si fueran actuales y propias. Además, los veinte años es tradicionalmente la edad juvenil, los treinta vienen después.


Cabe aclarar que este fantasma de la vejez, tal como lo pretendo mostrar en algunos textos literarios, surge en una sociedad -la uruguaya- crónicamente envejecida. De baja natalidad y alta emigración, Uruguay cuenta con menos de tres millones y medio de habitantes desde hace varias décadas.


El horror a la vejez

En el imaginario del Siglo XX el miedo a la vejez se convirtió en pánico. Pánico centrado en la figura persecutoria del viejo, ser siniestro cuya existencia es una especie de muerte en vida, desprovista del deseo y del placer, reflejo espantoso del futuro. En contraposición con esa figura, el joven era idealizado como protagonista de un espacio de libertad, sensualidad, revolución de las costumbres, manantial de las posibilidades. Paraíso destinado a perecer al devenir mayor.


A tal punto se creía en este esquema de la juventud contrapuesta a la vejez, que en la vida real muchos jóvenes optaron, de manera más o menos consciente, por no llegar a viejos. Es larga la lista de celebridades que murieron trágicamente antes de cumplir los treinta años -incluso existe el llamado Club de los 27, para los fallecidos a tal edad- pues los treinta se veía como el límite entre una forma de vida que valía la pena y otra temible como el Diablo.


Productos culturales

En el ámbito cinematográfico, Rebelde sin causa (Nicholas Ray, 1955) con James Dean -quien protagonizaría poco después, muriendo a los veinticuatro años, una especie de profecía auto-cumplida-, constituye una emblemática expresión de la ideología etaria en la dicotomía jóvenes-viejos. En el terreno de la música, el rock desarrolló especialmente la moda de la juventud y el lema juventud o muerte. Por ejemplo, los Rolling Stones coreando “What a drag it is getting old”, algo así como “Qué mierda es envejecer” (Mother’s Little Helper, 1966), en el retrato de una mujer naufragando en la vida adulta hasta que una sobredosis le resuelve el problema.


En el terreno literario, Gombrovicz resaltó en sus personajes el valor de la inmadurez, lo inacabado, indeterminado, abierto. Bioy Casares llevó la oposición entre jóvenes y viejos hasta una verdadera guerra. En su novela Diario de la Guerra del Cerdo (1969), a los viejos se los mata por ser viejos, sin explicaciones. En este margen del Plata, la dicotomía joven-viejo adquiere su peso específico en Onetti, desde su primera publicación: El pozo (1939), alcanzando un punto álgido en Bienvenido, Bob (1944). También cumple un rol medular en la primera novela de Armonía Somers, La mujer desnuda (1950).


La inquietante mujer desnuda de Armonía Somers

“Rebeca Linke, treinta años. Dejó su vida personal atrás, sobre una rara frontera sin memoria.” En la noche de su cumpleaños huye de lo que había sido su existencia. Toma el tren, se baja en una parada en el medio del campo y camina hasta una casa aislada, que ha comprado. Allí se auto-decapita. Luego retorna la cabeza a su lugar, aunque ya no vuelve a ser la misma. Entonces, desnuda, descalza y con las manos vacías –excepto cuando las llena con sus propias tetas- emprende la marcha a través del campo. Toma un camino que bordea un bosque y un río, hasta llegar a una aldea.


Entra en una choza y se mete en la cama de una pareja dormida, del lado del hombre (Nataniel). Le habla y lo toca. Él duda si ella es real o parte de un sueño, pero queda alterado. La mujer desnuda huye dejando el deseo despierto en Nataniel, quien viola a su propia mujer. La noticia de una mujer desnuda azuzando el deseo de los hombres corre por el pueblo, es confirmada por dos hermanos gemelos que la descubren y huyen asustados.


La mujer desnuda cobra existencia para los aldeanos cual personaje diabólico, tentador y peligroso. Tomando palos, azadas y otras herramientas como armas la buscan, la persiguen para atraparla, no sabiendo lo que harán con ella, si violarla multitudinariamente, asesinarla, ambas cosas o… Al mismo tiempo dejan abierta la puerta de sus casas, por si ella quiere meterse en sus camas. Hasta el cura la desea. El sermón del domingo se centra en el Génesis para llegar a la desnudez de Eva.


Intuyendo la situación, la mujer desnuda se oculta, hasta que un aldeano, Juan, la encuentra. Dialogan, hacen el amor y son sorprendidos por la turba, que golpea a Juan brutalmente. Al mismo tiempo, el cura incendia la iglesia y la aldea formada por cabañas de madera peligra arder. La multitud se dispersa. El cura se quema, literalmente, en su propio fuego. La mujer desnuda, por voluntad del moribundo Juan, intenta huir, pero se ahoga en el río. Allí termina flotando en forma macabramente poética, como Ofelia, pero boca abajo por el peso de las tetas.


La barrera de los 30

Cuando la mujer desnuda y Juan dialogan él le pregunta: “¿Y por qué estás así desnuda y no como las demás mujeres?” Ella responde: “Creo que empezó así, en la fiesta de mis treinta años, hace pocas noches. Que yo diera en mirar a los demás en la forma como serían otros treinta años después, con las voces cascándose, el pellejo colgado (…), el sexo con los verbos sin conjugar, y el miedo de morir desprevenidos al acostarse cada noche.”


Lo que marca el antes y el después de la peripecia de Rebeca Linke es el miedo a la vejez. Si bien se trata de un tópico universal, esta nouvelle refleja el modo específico en que lo vivió el Siglo XX, en tanto enfrentamiento entre formas de vida que representan la libertad y el conformismo, con la idealización de la juventud y el aborrecimiento de la vejez.


Ella no es como las otras

La mujer desnuda contrasta con todos los demás personajes, los aldeanos y las aldeanas, siendo radicalmente diferente. Ellos son seres sin deseo, o con el deseo aletargado, sometidos a la rutina del trabajo, embrutecidos por una cotidianeidad pequeña y opaca, cuya propia grisura genera infelicidad, incluso si de ordinario no son conscientes.


La mujer desnuda los conmueve, arrancando de ellos el odio –pues no son capaces de amor- al funcionar como un espejo que pone en evidencia el rechazo hacia sus propios deseos reprimidos. La frustración que domina sus vidas por desconocer lo genuino que hay en sí, o hubo, antes de que lo echaran a perder, envejeciendo.


“La noche fosforescente de una mujer (…) equivaldría a miles de las atemperadas sesiones nocturnas con que ellas (las aldeanas), por puro instinto de economistas sin teoría, a ritmos regulares de castidad y celo, midieran hasta entonces el crecimiento racional de la comarca.” La “hembra fatal” se opone, y supera, a las otras mujeres.


¿En qué es superior? En el hecho de que está desnuda. Como Eva antes de la expulsión: ignorante del pecado, ajena a un orden social, ofrecida al deseo en su candidez. Imbuida de la pureza juvenil como un don radical. La ingenuidad de la juventud versus el saber cargado de malignidad de la vejez. Contradictoriamente, el libre albedrío radica en el desconocimiento.


En su herético sermón el cura declara: “Y ella ha vuelto, sencillamente, puesto que ahora sabe que Dios quería que comiera del fruto. Y la mujer desnuda está de paso por la aldea, en busca de la revisión del juicio. Y se burla de vosotros y de vuestras pobres mitades femeninas, prolijamente presentadas, pero incapaces del amor entero…”. Retaceando la sensualidad se está en falta. Retacear la sensualidad es postura de viejo.


Palabras en falta y final infeliz

Pese a las largas citas del Génesis y otras insistentes alusiones bíblicas, el corazón del relato está conformado por todo lo que no se dice. El lector parece invitado a descubrirlo, sin embargo las líneas entre la letra y el supuesto referente se cortan. Acaso se trate de llenar los gaps con el propio deseo y el propio drama, al igual que ocurre con los pobladores de la aldea ante la irrupción de la mujer desnuda, especie de pantalla en blanco.


¿Por qué si Rebeca Linke puede huir de su ciudad no consigue abandonar la aldea a la que llega en su huida? La mujer desnuda es una mezcla de Robinson Crusoe con Cristo, que abandona la civilización pero termina inmolándose por ella, aunque sin esperanza de redención. A pura pérdida, de acuerdo con esa dimensión trágica del erotismo que Bataille subrayó.


El joven que se rebela ante el paso del tiempo debe optar entre perder la juventud y perder la vida. Perder la vida siendo joven, quedar en el recuerdo de los otros en plena inmadurez, hasta su desvanecimiento en el olvido.-


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