Preparando una ponencia para participar en una mesa sobre erótica en el Filba, años atrás, pude por fin dar una primera respuesta a un cuento que venía interrogándome desde hacía mucho tiempo: El posible Baldi, de Juan Carlos Onetti. Pero entre la producción de mi texto y el evento en que habría de leerlo tuvo lugar una visita a Buenos Aires, durante la cual me apersoné en la Plaza del Congreso para tomar las fotos que ilustran la presente entrada.
La erotopía fantástica de El posible Baldi
Tiempo atrás, buscando una forma de pensar la novela Interludio, interlunio de Ercole Lissardi, surgió un concepto que llamé erotopía. El concepto fue cobrando cuerpo a través de cierto diálogo con las nociones de utopía y heterotopía, ésta última esbozada por Foucault. (Ver mi entrada del 11 de marzo de 2016.)
La erotopía constituye un particular espacio de encuentro entre determinado sujeto y su deseo, encuentro en el cual interviene un otro de manera fundamental. El mismo tiene lugar a través de una narrativa que, por ello, se denomina erótica. Dicho de otra manera, la literatura erótica es aquella que trata acerca de la relación entre un sujeto y su deseo, relación que necesariamente implica una alteridad, y una alteración –valga el juego de palabras- y para la cual se genera, en cada caso, un espacio propio y particular. A ese espacio denomino erotopía. El escenario de la erotopía es el terreno donde el deseo se realiza.
Al igual que la utopía, la erotopía, remite a otra escena, compuesta de la misma materia que la fantasía y el sueño. En el caso de la erotopía se trata de una fantasía compartida y que genera efectos en sus protagonistas. Del mismo modo que la heterotopía, la erotopía constituye un espacio que coexiste con el orden social en forma independiente de sus reglas. La erotopía es un pliegue que se abre a partir de algún intersticio, alguna rendija, alguna fisura que se produce en el telón absolutista de la realidad social.
Aquí intentaré dar cuenta de la erotopía emplazada en el corazón del cuento de Onetti: El posible Baldi.
El posible Baldi
Baldi es un joven abogado exitoso que vive en Buenos Aires, y que se nos presenta en el momento en que sale de trabajar llevando un reasegurador fajo de billetes en el bolsillo, dinero que ha cobrado por concepto de honorarios.
Baldi camina “Seguro frente al problema de la noche, ya resuelto por medio de la peluquería, la comida, la función de cinematógrafo con Nené (su novia). Y lleno de confianza en su poder –la mano apretando los billetes- porque una mujer rubia y extraña, parada a su lado, lo rozaba de vez en vez con sus claros ojos. Y si él quisiera…”
Mientras cruzaba la Plaza del Congreso Baldi “Sintió de improviso que era feliz” Y pensó: “se necesita un cierto adiestramiento para poder envasar la felicidad. Iba a lanzarse en la fundación de la Academia de la Dicha (…) cuando notó que la mujer extraña y rubia de un momento antes caminaba a su lado, apenas unos metros a la derecha”. La mujer dirige hacia Baldi fugaces miradas.
De pronto otro hombre empieza a acosar a la mujer. Baldi calcula que puede permitirse un pequeño desvío y se acerca a ella logrando que el acosador desista. La mujer, agradecida, comienza a hablarle; tiene acento extranjero. Van caminando juntos, a través de la plaza.
La mujer le declara a Baldi: ”Yo, desde que lo vi (…) comprendí que usted no era un hombre como todos. Hay algo raro en usted, tanta fuerza, algo quemante…”. Está anocheciendo y Baldi tiene un programa que cumplir, pero no puede dejar de sentir “viva la admiración de la mujer”.
La pareja se interna en la noche. Ella insiste en la singularidad de Baldi: “Tan distinto a los otros… empleados, señores, jefes de las oficinas…” Le pide que le hable de su vida: “¡Yo sé que es todo tan extraordinario!”. Baldi toma a la mujer del brazo con firmeza. Se detiene junto a un trecho de la calle que está en obra. Acodado en una empalizada, comienza a fantasear que se encuentra en un fuerte, sobre el Colorado, cerca de la frontera de Nevada. Calibra qué personaje interpretar, si “Wenonga, el de la pluma solitaria sobre el cráneo aceitado o Mano Sangrienta, o Caballo Blanco, jefe de los sioux”. También podría encarnar a “un blanco defensor del fuerte, Buffalo Bill de altas botas, guantes de mosquetero y mostachos desafiantes.” Aunque “no pensaba asustar a la mujer con historias para niños”, su imaginación se dispara. Le cuenta que estuvo viviendo en Sudáfrica, donde desempeñó “un oficio extraño”.
Baldi progresa en la violencia y sordidez de sus fantasías: “En Transvaal, África del Sur, me dedicaba a cazar negros”. La mujer cree todo al pie de la letra y no se espanta. Baldi sigue tirando de la piola. Habría sido “Guardián en las minas de diamantes”, donde se la habría pasado “volteando negros ladrones”. “Muy divertido, le aseguro. Pam, pam, y el negro termina su carrera con una voltereta.” Lejos de expresar rechazo, la mujer pide detalles “¿Y usted mataba negros? ¿Así, con un fusil?”. Baldi no escatima los datos: “¿Fusil? ¡Oh, no! Los negros ladrones se cazan con ametralladoras. Marca Schneider. Doscientos cincuenta tiros por minuto.” Y él los mataba “con mucho gusto”.
En vez de huir escandalizada u horrorizada, la mujer propone que se sienten en la plaza. Baldi tampoco huye. Toman asiento y él sigue poniendo a prueba la capacidad de aceptación que ella le demuestra: “¿No siente un poco de repugnancia? ¿Por mí, por lo que le he contado?”. Ella responde “¡Oh, no! Yo pienso que tendrá usted que haber sufrido mucho”. La mujer es capaz de absolverlo de los peores pecados. Resiste incluso la descripción del olor que expelen los cuerpos asesinados al descomponerse, tras la cual comenta: “Pobre amigo. ¡Qué vida! Siempre tan solo…” De este modo Baldi se desvía de la grilla de su vida planificada para instalarse, junto con la mujer, en ese espacio en que se va desplegando el relato que la mujer le inspira y le sostiene.
El Doctor Baldi “renunció a la noche y le tomó gusto al juego. Rápidamente, con un estilo nervioso e intenso, siguió creando al Baldi de las mil caras feroces que la admiración de la mujer hacía posible. De la mansa atención de ella, estremecida contra su cuerpo, extrajo el Baldi que gastaba en aguardiente, en una taberna de marinos en tricota –Marsella o El Havre- el dinero de amantes flacas y pintarrajeadas.” Y el polvo de obra del presente se convierte en la arena del desierto, donde habría pertenecido a la Legión Extranjera, de la cual regresaba con una cabeza de mono ensartada en la bayoneta. “Así, hasta que el otro Baldi fue tan vivo que pudo pensar en él como en un conocido”.
Pero de pronto una idea se le impuso a Baldi: “Comparaba al mentido Baldi con él mismo, con este hombre tranquilo e inofensivo que contaba historias a las Bovary de Plaza Congreso. Con el Baldi que tenía una novia, un estudio de abogado, la sonrisa respetuosa del portero, el rollo de billetes (del cobro de sus honorarios en el bolsillo). Una lenta vida idiota, como todo el mundo.” Entonces dejó de escuchar a la mujer.
El Baldi rebosante de sí mismo del comienzo del cuento se da vuelta como una media para reprocharle al Dr. Baldi que él “no fue capaz de saltar un día sobre la cubierta de una barcaza (…) Porque no se había animado a aceptar que la vida es otra cosa, que la vida es lo que no puede hacerse en compañía de mujeres fieles ni hombres sensatos. Porque había cerrado los ojos y estaba entregado, como todos. Empleados, señores, jefes de las oficinas.”
Entonces Baldi se levanta del banco de la plaza y pone un billete sobre las rodillas de la mujer. “Tomá. ¿Querés más? Agregó un billete más grande, sintiendo que la odiaba, que hubiera dado cualquier cosa por no haberla encontrado.” Luego saluda con el gesto seco que habría hecho el posible Baldi y se aleja. Pero en seguida vuelve sobre sus pasos para espetarle a la mujer: “Ese dinero que te di lo gano haciendo contrabando de cocaína. En el Norte.”
La erotopía fantástica
En el camino de Baldi, entre el bufet de abogado y los planes para llenar la noche, se abre inesperadamente un paréntesis. El tiempo diagramado, controlado, racional y útil, queda suspendido. El tiempo del relato arborescente y fantástico cobra protagonismo. A ese otro espacio, con un tiempo propio, protagonizado por el deseo lo llamo erotopía. La fantasía constituye su escenario, pero no por ello dejan de ser reales sus consecuencias. En el caso de Baldi, el cuento no las explicita. No sabemos si retomará el camino abandonado o si habrá de extraviarse definitivamente junto con la extranjera. El relato finaliza dejando a Baldi en un cruce de caminos. Ahora es libre.
Si entendemos el relato erótico como una particular puesta en escena del deseo de un sujeto, en relación con otro, u otros, y los avatares que surgen de ello, no es necesaria la presencia de una escena sexual explícita para hablar de erotismo. El lapso en que Baldi y la mujer están juntos, unidos por la narración, es el de un peculiar encuentro erótico.
El deseo de la mujer, que ve en Baldi a un hombre extraordinario, despierta en éste el deseo de representar el papel de hombre extraordinario. El carácter erótico del encuentro está marcado por la fascinación que los engancha y la proximidad de los cuerpos, pero se define como tal en el territorio de la erotopía que construyen y habitan. Ella colgada del personaje brillante que imagina en él, él colgado de la imagen de personaje brillante cuyo reflejo ella le devuelve.
Urgido por la dictadura de la realidad organizada, que exige su regreso, Baldi intenta reducir el encuentro con la mujer al equivalente de un episodio de sexo casual con una prostituta. Literalmente ella es una mujer de la calle, es en la calle donde él la encuentra. Con dinero pretende rematar la relación.
Pero a Baldi le cuesta dar con el precio. Dos billetes entrega, el segundo de valor superior al primero, como si el pago no fuera suficiente. Cabe preguntarse qué es lo que está pagando.
Como enseñó Lacan, el deseo, más allá de la urgencia sexual, apunta al ser. Es el ser de Baldi es el que resulta conmocionado a partir del encuentro con la mujer, aunque ello no quita que pueda excitarse alguna zona de su cuerpo, cuestión ésta que el relato omite. La conmoción no afecta al ser en el nivel de sus capas superficiales –o yoicas- sino en su centro mismo. Ella ha dado en el blanco.
La mujer impacta a Baldi en ese punto donde él no es lo que de él se espera, no es el ciudadano correcto, trabajador y exitoso, gustosamente sometido a la moral y las buenas costumbres. Por supuesto que tampoco es el cazador de hombres y bestias, ni todos los otros personajes que se le ocurren. El centro del ser lo constituye un vacío. Todos los rótulos que pueda portar un sujeto –ciudadano, abogado, novio, cliente o asesino- pertenecen a un orden de cosas secundario respecto del ser. El vacío central en el ser brinda la posibilidad de ir en busca del otro, impulsado por el motor del deseo.
La convicción de la mujer respecto de que Baldi no es un hombre vulgar funciona para él como una revelación, que opera sobre su anterior certeza de ser el más normal y feliz de los hombres; opera con la precisión de un bisturí. A través de la mujer Baldi recibe el mensaje, que ya debía estar agazapado en algún lugar de sí mismo, de que ni su novia, ni la peluquería, ni el cine, ni la cena, ni el dinero ganado con trabajo, conforman su esencia. En el centro de sí mismo lo que hay es un vacío a partir del cual pueden surgir infinitas posibilidades, como infinitas son las historias fantásticas que se le van ocurriendo.
¿Acaso Baldi podría liberarse de las cadenas del buen pequeño burgués si lo deseara? Podría, pagando el precio, perdiendo todo lo que tiene para perder. Por este descubrimiento es que le paga a la mujer, por ese pedazo de verdad acerca de sí mismo al cual, gracias a ella, a través de ella, ha podido acceder. Paga para producir un gasto, un gasto improductivo, de esos que conforman el erotismo –tal como Bataille lo ha enunciado-.
Baldi se lanzó a jugar tan libremente que pudo optar por lo indeseable, e incluso por lo abyecto. Cuando al final amaga irse pero vuelve en el papel de narcotraficante de cierto misterioso Norte, es como un niño que implora un ratito más de juego, un plus, un poquito más de placer, la yapa, una prórroga en la erotopía.
¿Habrá de separarse la pareja inmediatamente después de las últimas palabras de Baldi? No está dicho. Es de esperar que en algún momento caiga el pesado telón de la vida del Doctor Baldi disolviendo ese espacio de la realización del deseo, esa erotopía en que Baldi y la extraña mujer se embarcaron. De todos modos, durante el lapso de la erotopía, Baldi alcanza un momento de gloria. Nada ni nadie podrá quitarle lo bailado. A la mujer tampoco.
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Todas las fotos son tomadas por mí.
El texto de El posible Baldi está disponible en: http://www.literatura.us/onetti/baldi.html