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Ercole Lissardi - Lectura y escritura

Más allá del placer propio de lo que relato hay para mí un placer que es inherente al acto de escribir y que identifico como el reverso del placer que encuentro en el acto de leer. Al leer se disuelve el ejército de garabatos de que está ordenadamente repleta la página que leo, el acto real de visualizar se transmuta en un acto alucinatorio de audición, de escucha: oigo al autor decir, para mí y sólo para mí, su relato, y es la certeza absoluta de las palabras y del tono que emplea lo que obra en mí la maravilla de experimentar como propia, como si fuera mía, la peripecia narrada. El narrador soy yo, yo soy ese otro que narra. Y si esa transmutación no se produce inmediata y espontáneamente dejo de lado el libro, porque no fue escrito para mí.

Como decía, en la escritura encuentro un placer que me parece el reverso del que encuentro en la lectura. En la escritura el acto alucinatorio de oír lo que la voz interior dicta a la mano que escribe se transmuta en el acto real de visualizar el río de garabatos que va cubriendo la página. El milagro consiste en que la escucha alucinada se transforma en una jungla de garabatos que dice, a su manera muda y simbólica, lo que la voz interior dictaba a la mano, y que era, sin saberlo yo claramente, la peripecia que se me antojaba relatar, pero además, y misteriosamente, el sentido de esa peripecia. Más allá de la voz imperiosa que dicta y de la mano sumisa que escribe, o sea, que va liberando los garabatos, estoy yo, testigo absorto de la alquimia, absorto y deleitado al comprobar que el resultado de la cosa no carece de cierta gracia, de cierta elegancia que me hacen pensar que soy un tipo no exento de dotes y virtudes, fácilmente evidentes para quien pudiera apreciar mi escribir íntimo y privado en tanto proceso y en tanto resultado.

Lectura y escritura se igualan en esto: que llegados a la última línea, a la última gota de transmutación debidamente saboreada, toda la trepidante y fantasmagórica experiencia se disuelve en la nada, y, luego de un chisporroteo final exultante y exaltado, en el olvido. Nada guarda la memoria de estas alquimias. Al volver a leer o escribir tendremos que volver a partir de la vacilación, el desconcierto y la maravilla. Se trata de una habilidad fuente de exquisitos deleites mentales o espirituales, como se prefiera llamarlos, que ya viene durando… ¿cuántos siglos? ¿Desde cuándo en los actos de inscribir y descifrar vienen manifestándose estas alquimias?

Compartir es la actitud natural de quien ha vivido una experiencia enriquecedora, de manera que el libro, una vez leído, lo presto, o lo regalo –muchos beneficiados lamentablemente no entienden la diferencia entre una y otra forma de generosidad. En cuanto a mis manuscritos –y siempre escribo a mano-, sábanas que conservan las trazas de arrugas, humedades y sangre producto de la cópula entre la voz y la mano, los someto a la ordalía del fuego para convocar una vez más al cumplimiento del sagrado dictum de Bulgakov según el cual los manuscritos no arden.

Pero no es este mi tema. No he tomado la pluma (V7 HiTechpoint, de Pilot) para ocuparme de las alquimias entre lectura y escritura. Rara vez utilizo el anacronismo “tomar la pluma”. Al hacerlo ahora he pensado que escribir con pluma (de oca, pato, pavo o lo que sea) sería el medio ideal para escribir como yo escribo, es decir, garabato por garabato, sin prisa y sin pausa. Con estas Pilot me da la impresión de que mi mano resbala sobre el papel, y las letras se descomponen amontonándose o estirándose sin ton ni son. Este asunto no es menor. Si el medio que se utiliza le impone su impronta a la escritura, entonces la escritura con pluma –y esto me lo imagino, porque nunca escribí con pluma una vez abandonado el pupitre escolar, y aun entonces no era con pluma de ave sino con plumín de acero que se practicaba la ortografía-, con el roce áspero de la pluma sobre el papel, que enlentece la escritura y la empareja, debiera de ser más adecuada para mi cuidadosa translación alquímica de voz a garabato.

Por supuesto que en esto juega también la calidad del papel: cuanto más grueso y poroso, el rascado de la pluma es más esforzado, la letra deviene más dibujada y el desfile de garabatos algo más ordenado y fácil de descifrar. En cambio, con tecnología como la que ahora empuño es una tarea engorrosa descifrar el garabato, identificar las letras, amontonadas y estiradas, como decía, por los trazos convulsos que resbalan incontrolables sobre un papel de tan apretada trama que parece encerado. La Pilot agarra tal velocidad como si quisiera emular la velocidad de la imaginación, no da tiempo ni para separar las palabras, ni para soltar los tildes, ni para poner puntos sobre las íes ni palitos en las tes.

Súmese a las ventajas señaladas de la escritura con pluma las delicias del scratch que produce el roce, el rascado de la pluma sobre el papel, verdadera música que susurra la escritura, de tan discreta y monótona, tranquilizadora como un arrullo. Imagino el momento maravilloso en que la letra tiembla, líquida aún sobre el papel, como vacilando antes de decidirse a ser lo que está destinada a ser para toda la eternidad apenas apoyemos el secante sobre lo escrito. Ah, verdadera voluptuosidad de la escritura… perdida para la escritura con Pilot… aunque a decir verdad la V7 opera con la pista tan húmeda que también genera un mínimo titilar del garabato, sólo que ya no lo esperamos, y, en lugar de aplicarle el secante, le pasamos por encima, a la distraída, el filo de la mano, borroneando lo garabateado.


(Fragmento de la novela La reputación de una mujer, Ercole Lissardi, los libros del inquisidor, Buenos Aires y Montevideo, 2021



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