Evangelio para el fin de los tiempos (1999) es el quinto libro de Ercole Lissardi y su cuarta novela. La obra se inspira en las fantasías y terrores que el fin del milenio generó en el pasaje del siglo XX y al XXI. Hablar del “Joven Lissardi” parece poco apropiado para un escritor que empezó a publicar pasados los cuarenta años de edad, pero aún más debido a que su estilo desde el comienzo cuenta con un grado de elaboración personal y maestría que se opone a cualquier idea de inmadurez. Sin embargo es característico de la primera etapa de producción de un autor -y en Lissardi es evidente- la recurrencia de cierto tipo de temas (en Lissardi la inminencia de la muerte, el fauno como redentor sexual, el futuro distópico, la destrucción del planeta) y también la profusión de citas cultas.
El Evangelio es una novela rebosante de ideas, por momentos casi saturada de disquisiciones filosóficas y existenciales, discusiones teológicas y opiniones sobre diversos objetos del arte y la cultura (especialmente el Cuarteto para el fin de los tiempos, la ópera Dido y Eneas y la novela El Maestro y Margarita). La ansiedad que el libro expele y que el lector absorbe con fruición tiene una cualidad esencialmente joven. La referencia perfecta para Evangelio es Melancolía, de Von Trier, y si Lissardi no la cita es sencillamente porque Evangelio es cronológicamente anterior.
El escritor novel quiere decirlo todo de una vez, porque la experiencia de la escritura le resulta desbordadamente excitante. Evangelio es una noticia, un mensaje. Para el caso, una utopía que en el derrotero de la copiosa producción lissardiana irá tomando distintas formas y modalidades pero sin abandonar la creación de ciertos mundos paralelos erigidos contra la mierda del mundo.
La Papa
Una enorme piedra (“La Papa”, “Dies Irae”) avanza aceleradamente desde el Espacio hacia la Tierra, la colisión producirá una catástrofe tal que de seguro extinguirá a la especie humana. La inminencia de la hecatombe desencadena el desastre a todo nivel, la estructura social se desintegra de las peores maneras, que por supuesto incluyen robo, saqueo, asesinato.
Los habitantes de Montevideo huyen de la ciudad como si en otro lugar fuera posible la salvación.
Entre ellos Walter, el protagonista de esta historia, dos veces divorciado y sin hijos, aficionado a
la traducción por no animarse a escribir sus propios textos, pero que de cara al final se decide a registrar los últimos días de su vida y de la humanidad.
Convirtiéndose la huida en aventura, Walter va conociendo y llega a conformar una micro comunidad familiar con una mujer llamada Amanda, su hijo púber de nombre Martín y un matrimonio compuesto por un hombre a quien bautiza el persa -también el filósofo- y su hermosa esposa Lita. Los cinco se instalan en Villa Serrana y, sin demora dada la falta de tiempo, se dedican a los placeres del amor, la gastronomía y la conversación, llegando a un nivel de convivencia prodigiosamente armónico y feliz.
Los manjares con que se compensan por enfrentar la mayor adversidad imaginable son los platillos del menú habitual de un montevideano medio pelo: ravioles con tuco y estofado, carne al horno con papas y boniatos, cordero asado, empanadas, sándwiches calientes, flan con crema y dulce de leche, tarta de manzana, etc. Exquisiteces regadas con excelentes vinos, whisky, coñac y hasta café con leche. En el borde de la vida no se aspira a una existencia superior sino a la repetición de los pequeños gustos cotidianos.
En el contexto de “a coger que se acaba el mundo” los cuatro adultos rápidamente se enganchan en una arremetida sexual que desemboca en la orgía. En este crescendo Walter consigue realizarse como esposo de dos mujeres y padre ficticio, por un lado buscando embarazar a Amanda y a Lita, por otro lado entablando con Martín una relación como de padre e hijo pero beneficiada por las cualidades de la amistad. Y en el terreno de la amistad también se establece una relación entre los dos varones adultos que supera la inicial desconfianza entre machos.
Walter logra superar su egoísmo pequeño burgués para compartir lo que resta de vida en el ambiente de armonía y felicidad que el grupo va montando a raja tabla sobre la más primitiva de las angustias, el horror a la desintegración. Aprende a compartir a las mujeres desprendiéndose de toda vanidad en un acto de filosofía profunda, consecuencia de acceder a la lucidez y a la escritura.
La gran piedra avanza con el aura inquietante de la materia, lo otro por excelencia. El contrapunto entre la amenaza irreductible y el grupo humano que la resiste, y que robinsonianamente representa a la civilización, se produce mediante una ficción literaria de fluidez casi delirante bajo cuyo hechizo el lector se desliza en una experiencia intensa de lectura.
Tal es el efecto de naturalidad que, una vez concluida la lectura, el “lector posthumano” al decir de Walter (“El lector ideal, el que se mimetiza completamente con lo que lee al punto de perder la noción de sí”) puede seguir inmerso en el universo de la ficción al punto de caer en el absurdo de preguntarse si al final el mundo se terminó de verdad o no. ¡Bendita literatura!, diría el piadoso Walter, que carga a la imaginación sus armas hasta hacernos creer que realmente pertenecemos a una especie humana capaz de sobrevivir a la humanidad.
El Salvador
A pocos días de la inminencia del final Walter adquiere superpoderes (fuerza y resistencia física excepcional, pero sobre todo la capacidad de volar) que lo convertirán en el salvador de la humanidad, si es capaz de creer en la posibilidad de tal salvación con la fuerza suficiente (de manera similar a cómo la fe de Johannes resucita a la mujer en la película Ordet de Dreyer).
Aunque su mentalidad es la de un típico montevideano secular Walter echa mano de su formación cristiana para desarrollar una auto-mitificación (su metamorfosis) que lo convierta en héroe y dé sentido a su existencia.
Su flamante capacidad de volar dará lugar al relato de su andar por el espacio en páginas de especial intensidad. Así como la Margarita de Bulgakov recurre al Diablo para intentar la salvación y ello la lleva a volar sobre Moscú y más allá, Walter es ungido por un dios borroso pero eficiente a los efectos de permitirle sobrevolar el horror del Apocalipsis, así en la Tierra formando parte de su nueva y peculiar familiar, como en el cielo, al menos durante el tiempo de deleitarse en el vuelo.
“Cierro los ojos y pienso ‘Arriba del todo’. Salgo disparado hacia la altura. Abro por un instante los ojos y veo alejarse de mí el manto negro que es el suelo amado. Los pocos puntos de luz se han apagado en la lejanía. Miro hacia arriba y veo que voy directamente hacia el mar de estrellas que es la Vía Láctea. Cierro los ojos. Que sea lo que Dios quiera. Y entonces, de pronto, ya no subo más, floto. Miro hacia abajo. Veo la esfera enorme, de un negro pálido, opaco contra el negro absoluto brillante del cielo sembrado de estrellas. Giro para mirar alrededor. Ahí está La Papa enorme, grande como nunca la vi, contrahecha, pero acogedora en su blancura. No subo ni bajo. He llegado hasta donde puedo llegar.”
La dimensión erótica de su metamorfosis es subrayada por erecciones de proporción mágica y duración sobrenatural, acompañadas de eyaculaciones interminables e independientes del poder eréctil del miembro de Walter, que lo ubican entre el héroe y el súper-héroe, emparentado con la figura de la Bestia, el fauno en la mitología erótica lissardiana.
Erotopía
La utopía erótica o erotopía, a partir de la cual es posible leer buena parte de la producción ficcional de Lissardi, tiene en el Evangelio un mojón privilegiado en cuanto a la nitidez de la propuesta. La casita de Villa Serrana es el escenario en que el cuarteto, ya no musical sino humano, trasciende los límites de sus componentes individuales hasta estallar los cuerpos y las mentes en el beneficio de todos y cada uno, en el goce que se gana al traspasar los límites de un orden caduco, para construir una especie de artefacto a la manera de la estatua del Entrevero, fruto de una “sexualidad tribal”, origiástica y ecuménica.
Monumento al Entrevero, de José Belloni, Plaza Fabini, Centro de Montrevideo.
“Nos abrazamos todos contra todos, como si quisiéramos ser un solo cuerpo, y bañarnos con risas y suspiros el corazón. En el abrazo cerré los ojos e inspiré profundamente, hasta llenarme los pulmones, y aunque toda mi vida fui consciente de la pobreza de mi sentido del olfato, ahora pude discriminar el olor de cada uno, y fue tan intensa e inexpresablemente reveladora la imagen íntima que así tuve de cada uno de ellos que volví a inspirar a fondo una y otra vez sobre los hombros y las frentes unidas un tiempo interminable, y cuando aflojamos el abrazo quedamos mirándonos sonrientes y cohibidos por el desborde emocional. ‘Aleluya’ dijo el filósofo.”
Escribir contra la nada
“Se escribe contra la muerte. Se escribe contra la aniquilación, contra la disolución en la Nada. Escribir es una reacción de autodefensa de la mente, que crea una realidad virtual e incorruptible, potencialmente idéntica a sí misma por los siglos de los siglos. La escritura es una secreción de la mente con la que busca eludir rechazar a su lado moridor. Escribir es esconder en los nichos, en las cuevas escondidas entre los loops del tiempo, tan cuidadosa y primorosamente cincelado como se pueda, el universo de valores, sentidos y significaciones que constituyen el paisaje de nuestras mentes. Cada uno de nosotros que se sienta y teclea o garabatea afanosamente, somos aquel que en vísperas de la última catástrofe esconde su biblioteca en las cuevas de las áridas orillas del Mar Muerto. Escribir es sobrevivir.” Todo un programa, tal la apuesta de Walter.
Sin embargo la escritura del sexo en Lissardi es capaz de dar cuenta también de ese punto de la entrega en que la muerte y el goce no son sino dos caras de un mismo real, al que no se accede sin atravesar la angustia. “Solo cuando se ha franqueado los límites razonables, canónicos y codificados de su cuerpo y se ha desplazado a su espalda, a la sentina, a la zona de la muerte el usufructo de su cuerpo, solo cuando se ha dejado de lado el placer y el fruto y el teatro armonioso y luminoso del acople perfecto y se ha llevado el acto mágico al terreno baldío, oscuro y seco, solo cuando se ha apartado con un manotazo impaciente la repartija de roles, la telaraña cegadora de valores que proponen la repartija de roles, la telaraña cegadora de valores que proponen la Ley y el Orden, solo cuando se opta por el exilio en el bastión de la irracionalidad, de la antinaturaleza, del detrito y de la miseria, solo entonces se está cogiendo a secas, solo entonces a esa mujer se la ha cogido al margen de las retoricas legitimadoras de la cultura, solo entonces se la ha cogido verdaderamente y en serio.”
En el Evangelio la experiencia rupturista de la acción sexual no queda circunscripta a la recepción femenina del objeto penetrante sino que los machos tendrán también su apertura, en un approach que se adelanta a los discursos de la diversidad tan en boga hoy.
Sísifo
El Evangelio dialoga con el existencialismo desde las antípodas. Al pesimismo, propio de la posguerra europea (que hace presente el Cuarteto para el fin de los tiempos, compuesto por Messiaen en un campo de prisioneros de guerra) le opone una fe tan inquebrantable como necesaria. El milagro debe suceder y sucederá en una forma u otra si se apuestan todas las fichas. Aun al precio del propio sacrificio.
La discusión con el existencialismo, aunque no lo nombre, evoca al impío Sísifo, el que en castigo empuja una roca cuesta arriba, pero antes de llegar a la cima la roca vuelve a rodar cuesta abajo, con el riesgo de aplastarlo, y obligándolo a reiniciar el trabajo. Más que en el ensayo de Camus la referencia me hace pensar en la pintura de Tiziano. Rotando esta imagen puede dar lugar a diferentes interpretaciones. Evangelio para el fin de los tiempos realiza una intervención semejante. Le va dando vueltas a lo imposible (la muerte, la destrucción) para encontrar nuevos ángulos. Si la atracción del objeto amenazante se debe a las fuerzas gravitatorias, rotar la imagen se abre a la percepción del humano ya no solo en riesgo de ser aplastado sino jugando con el objeto imposible, el del deseo, más allá de la conciencia inevitable del final.-