top of page

Ana Grynbaum - Leer inéditos de viva voz

Puesto que la actividad que nos convoca hoy se titula Escrituras en marcha, lectura de inéditos, voy a hacer una pequeña introducción reflexionando sobre el hecho de leer inéditos de viva voz.


***


Cuando se narra en voz alta para una audiencia presente, lo habitual es leer fragmentos de libros ya publicados. A menudo la lectura forma parte de la difusión comercial.


Excepto Genet, que reescribió El balcón varias veces, publicando cada reescritura sin cambiar el nombre de la obra, cuando una lee parte de un libro editado, siente la obligación de respetar la escritura tal como ha sido establecida. Ya saben, en nuestra cultura, hasta qué punto la palabra escrita y encuadernada, ocupa el lugar de lo sagrado.


Por lo general, cuando una se prepara para leer un fragmento perteneciente a un libro, incluso si cae en la cuenta de que algún cambio favorecería al texto, se abstiene de meter la cuchara. De no abstenerse, corre el riesgo de quedar en evidencia, como le pasaba al pintor Turner, quien –según las malas lenguas- se colaba en las exposiciones a introducir pinceladas clandestinas en sus propios cuadros.


***


Hoy en día, la asertividad es una cualidad sobrevaluada. Especialmente en la mascarada de las redes sociales, el artista es llamado a mostrarse como dueño de sí mismo y de su obra. Tanto más cotizado, cuanto menos vulnerable se lo perciba. Extraña paradoja, la hipersensibilidad del creador, de hecho, lo convierte en un ser abierto.


Esta asertividad, impulsada por una lógica de mercado, tan extendida como invisible, implica que los objetos culturales sean mostrados recién cuando se los considera cerrados. Los rastros del proceso creativo -que, en los hechos, alberga más dudas que certezas- son suprimidos. Un dictum del buen gusto realiza tal blindaje.


Acaso ante la circunstancia de una reedición puede una, en tanto escritora, permitirse la libertad de modificar en algo lo escrito, pero no demasiado. Es aceptable que un ensayo regrese al mercado “corregido y aumentado” –no tanto corregido y adelgazado. En el caso de una novela es raro. Puede generar dudas respecto de la seriedad de la primera edición. ¿Tan mal había quedado que hubo que hacer cambios? ¿Cómo no se detectó la falla antes de que empezara a circular Su Majestad El Libro?


***


Cierto es que, después de publicado, el libro cobra vida propia y el autor pasa a segundo plano. En el mejor de los casos, los personajes superan al autor. Recuérdese cómo, celoso, Conan Doyle mató a Sherlock Holmes pero después, ante los reclamos del público, lo tuvo que resucitar.


Nuestra era de les celebritis, de los artistas como vedettes, se esfuerza por disimularlo, pero si la obra es buena tiene que superar a quien la concibió, debe hacer su propio camino más allá de los deseos parentales. Por eso, una vez que el libro entra en circulación, la opinión de los lectores importa tanto, o más que la de quien lo ha escrito. Ya saben, Pinocho: la criatura; hijo, autómata.


***


Preparar la lectura pública de un texto que todavía no se ha vuelto independiente, brinda al narrador una libertad incomparable. El texto puede ser modelado en función de las particularidades de la voz que lo transmite.


No me refiero a esa voz narrativa que una puede -cuando puede- impostar; sino a esta voz que la naturaleza le dio a cada quien. Esta voz afectada por la capacidad pulmonar, la anatomía del paladar, la posición del tabique nasal, el estado de ánimo, la humedad insoportable del invierno en el Rio de la Plata y su cosecha de disfonías, tos y estornudos. Esa voz que, aunque salga de nuestra boca, cuando la escuchamos grabada, siempre suena, en alguna medida, ajena. Y que con dificultad se abre paso entre las voces que, voluntariamente o no, nos hacen la competencia cuando la lectura sucede en un lugar donde también pasan otras cosas, como un bar o una librería.


Preparar un texto inédito para leer en público puede convertirse en una instancia de trabajo privilegiada. Da la posibilidad de afinar el relato para alcanzar una mejor comunicación y, acaso, un mayor nivel de poesía. Probar cómo suena en los oídos ajenos, ver la transformación en sus rostros.


Trabajar en la lectura de un inédito puede ser la ocasión de escucharse a una misma como si fuera otra.


Muchas gracias por esta oportunidad.



*** *** *** *** *** ***


Preparé el texto anterior para leerlo a modo de introducción en la actividad Escrituras en marcha, lectura de inéditos, de la cual participé junto con las escritoras Sandra Gasparini, Ankoku Hikari y Betina Keizman el 24 de junio pasado en La Libre, de Buenos Aires. En honor de la purísima verdad, el texto que llevaba en la cartera no era idéntico a este, antes de publicarlo me permití introducir alguna mejora.


Curiosamente en el momento de empezar a leerlo en público me atravesó la sospecha de que resultaría demasiado largo y que mejor haría en contar algo de lo que dice en vez de leer todo. Así sucedió.


No sé si lo que hice fue mejor de lo que tenía proyectado, de seguro el pánico escénico intervino. Son cosas que le pasan a personas mucho más habituadas a la actividad pública que yo. Al parecer Michael Jackson se inhibía de actuar ante unas pocas personas, para lanzarse necesitaba de la masa anónima.


Por otra parte, la relación entre escritura y oralidad cuenta con una amplia biblioteca, especialmente abierta ahora que la Galaxia Gutemberg se viene fundiendo en el paradigma que la sucede y en el cual la oralidad impone su voluntad de comunicación y malentendidos. No me interesa anotar acá más que algo de esta reciente experiencia de lectura.

Justo el día anterior a la lectura un estimado crítico me hizo el siguiente comentario: No entiendo para qué hacen ese tipo de evento. ¿Van a interpretarse a ustedes mismos como escritores!


Yo tampoco sé para qué, ni por qué, cada tanto vuelvo a esforzarme en transmitir mis textos a través de mi propia voz, actividad a contrapelo de la dorada soledad del escritorio y para la cual dudo seriamente de mi talento. Probablemente el riesgo no se justifique en ese momento, fugaz, de la mirada de los oyentes cuando llegan a fascinarse con lo que les cuento. Incluso si esta constituye una oportunidad extraordinaria de verle la cara al lector, para quien escribo.


Sin embargo, dándole vueltas a la idea del escritor que escribe por la exclusiva razón de que sus demonios lo acicatean, al que ni siquiera le importa ser leído, recordé que también para Kafka era importante y disfrutaba de leer sus manuscritos en público, tal como atestigua la monumental biografía de Robert Stach, a la que debería regresar, como se vuelve al amor.-


bottom of page