top of page

Lissardi entrevistado para Viva de Clarín por Miguel Frías

Se sabe poco sobre Ercole Lissardi antes de que se transformara en Ercole Lissardi, un escritor uruguayo de ficciones y ensayos eróticos intensos, agudos y provocativos: que nació en Montevideo en 1951, que creció rodeado de mujeres –madre, hermanas y amigas de ellas–, que se educó en colegios de curas, que trabajó como librero, que estuvo exiliado en México durante la dictadura uruguaya, que empezó a escribir después de los cuarenta años, que durante un tiempo fue un fantasma que publicaba textos de calidad, inflamables y osados; un artista convencido de que sólo el Eros se sobrepone a lo efímero.


Tras años de especulaciones acerca de su identidad, pasó a ser un escritor público, tan respetado y admirado por sus lectores/as como atacado por cierto sector de la crítica de su país, al que él le respondió con dureza.


Hoy, con más de cuarenta nouvelles publicadas, le preguntamos si el Ercole Lissardi, nacido seudónimo, fue en realidad algo más, tal vez una transmutación identitaria.

Desde Montevideo, dice que la observación le parece aguda, pero su repuesta es lacónica: “No se trataba de buscar el anonimato. Mi padre me abandonó cuando era un bebé. No quería su apellido”.


Con su pareja, Ana Grynbaum, psicoanalista y escritora, acaban de lanzar un sello de literatura erótica, Los libros del inquisidor, con títulos propios y ajenos.


Algunos de los libros recientes de Lissardi, todos publicados en Buenos Aires, son: La mujer infiel, El quinto viaje, Erotopías. Las estrategias del deseo (junto con Grynbaum), La reputación de una mujer, La pasión erótica. Del sátiro griego a la pornografía en Internet, Las dos o ninguna y La edad de la sabiduría.


-Varias veces, ante cuestionamientos a tu literatura, dijiste que Uruguay había pasado del puritanismo católico al puritanismo de izquierda. ¿Podrías ampliar?


-Esa transición la planteé para explicar la recepción mojigata que tuvo mi literatura por parte de los intelectuales de izquierda, que son el lobby cultural dominante en Montevideo. Alguien con una visión más panorámica e histórica que la mía de la cultura uruguaya seguramente podría ampliar el concepto.


-¿Y existe un puritanismo de mercado? ¿Las grandes editoriales exigen que los autores se adecuen a una corrección política estricta acorde a estos tiempos?


-Sin duda que es así. El Estado se retiró del ejercicio de la censura, pero eso no significa que la censura haya desaparecido. La censura hoy la ejercen las grandes empresas, tanto editoriales como de medios audiovisuales. Ellas marcan los límites en el nombre de la corrección política, el buen gusto y la moral ciudadana, sin jamás explicitar sus puntos de vista ni sus decisiones de censura.


-¿Afecta eso a tu trabajo creativo?


-No, para nada. Asumirse como artista implica la obligación de ir más allá de los límites de lo comúnmente aceptado. Cualquier otra cosa significa dedicarse a la industria de la decoración o del entretenimiento, en sí muy legítimas.


-¿Qué opinás sobre los reclamos de cancelación de obras como Lolita, de Nabokov, entre otros clásicos?


-El linchamiento mediático al que se le llama hoy cancelación no es más que una metodología fascista y una retrogradación a épocas anteriores al imperio de la justicia. Si uno cree que una obra, una filosofía o una conducta es dañina para la comunidad debe recurrir a la justicia institucional, no organizar un linchamiento. Debiera de haber algún tipo de regulación del uso de las redes para evitar que este tipo nuevo de fascismo prolifere impunemente.


-¿Qué ocurre con fenómenos como el de Cincuenta sombras de Grey, considerado pornosoft, literatura menor, pero de gran éxito en ventas?


-Representa el momento en el que la industria del entretenimiento asume que el consumidor medio de sus productos exige un poquito más de “realismo”. Responde con este tipo de productos mucho más “pasteurizados”, como los llama Ana Grynbaum, que atrevidos. De todas maneras, por temor a las hordas de canceladores, ya se está dando marcha atrás en la materia. Cada vez hay menos sexo en el entretenimiento mainstream.


-¿Los libros del inquisidor busca una apertura hacia canales alternativos para el erotismo?


-Correcto. La vida erótica, que es la vida del deseo, es algo demasiado importante como para dejárselo a la pornografía o al sexo industrial de peluche.


-¿Notás diferencias entre el modo en que tus libros son leídos en Montevideo y en Buenos Aires?


-Montevideo es una capital de provincia, la mojigatería hegemónica me hizo muy difícil contactar con mis lectores. Buenos Aires es, con todo y su locura galopante, una de las grandes metrópolis del planeta. Hay una importante diversidad de corrientes de arte y de sensibilidad. Como en todas partes, también hay mojigatos, pero es tal la variedad cultural que uno siempre encuentra el ámbito en el que es adecuadamente recibido.


-Durante el siglo XX, la cultura y el arte asiáticos fueron más abiertos que los nuestros en el plano erótico. Pienso en Japón, en un arco que va desde la literatura de Junichiro Tanizaki hasta filmes como El imperio de los sentidos, pasando por las películas del Pinku Eiga, subgénero erótico nacido en los años sesenta.


-Comparto tu punto de vista. Soy admirador y consumidor de la literatura, el cine y las artes plásticas tradicionales del Japón. Pienso que el desfasaje al que hacés referencia se da porque el catolicismo y su máquina represora no penetraron muy profundamente en Japón. En la cultura erótica japonesa también hay restricciones, pero son muy diferentes a las nuestras.


-De adolescente te formaste viendo películas clase B en salas de Montevideo. También veías cine de autor, como El silencio, de Bergman ¿Cómo influyó el cine y esa combinación de géneros en tu obra?


-En mis años de muchacho la revelación de la vida sensual llegaba por medio del cine. Las películas industriales –todas, pero especialmente las de clase B– contenían escenas cargadas de tal sensualidad como para despertar al más dormido. Mi experiencia es que esas imágenes, consumidas y olvidadas, nunca dejan de trabajar desde el inconsciente, modelando los gustos, los intereses y las tendencias. Por el contrario, el cine importante y valioso, como El silencio, profundizando en la sensualidad revela las dimensiones psíquicas y espirituales que están en juego en el erotismo. Hoy los chicos comienzan a consumir pornografía vía Internet a los diez o a los once años. Está por verse cuáles serán las consecuencias psicológicas de ese consumo temprano de imágenes sexuales.


-El auge de la pornografía en Internet, ¿modificó la literatura erótica?


-No lo creo. Al que ha pinchado la vena erótica, por poco consciente que esté de lo que hace, la exhibición de la fisiología genital no le sirve de nada. Este consumo compulsivo de sexo no puede conducir sino al hastío.


-¿Se podría decir que el deseo incluye la paradoja, o la utopía, ya que se extingue o atenúa con su concreción?


-El objeto del deseo es por definición utópico, inalcanzable. Lo cual no quiere decir que la peripecia deseante no tenga consecuencias en lo real. A menudo el deseo deviene obsesión y conlleva consecuencias fatales, como vemos en Muerte en Venecia o El imperio de los sentidos. Pocas obras, como La confesión anónima, de Suzanne Lilar, muestran cómo, vivido en todo su esplendor, el deseo puede llevar a una mutación espiritual, a un acceso a lo sublime.


-¿La monogamia incluye la renuncia –tarde o temprano– al deseo erótico en sus modos más intensos?


-Entiendo que sí, porque el deseo, una vez agotado, va en busca de un nuevo objeto. No se desea una sola vez en la vida. De hecho pienso que en las sociedades modernas, la persistencia de la monogamia tiene por objeto precisamente el control del deseo, la supresión del desorden que implica la actividad deseante. Pienso que, como indica Byun Chul Han, lo que suprime el deseo, lo que lo asfixia y lo seca en su fuente, es la incapacidad de reconocer al otro en tanto otro. Sin otro asumido como tal, no hay deseo.


-¿Por qué la masturbación, tema tratado en tu obra, mantiene el desprestigio incluso en mentes abiertas?


-Por lo menos tres de mis libros tienen que ver con la masturbación: Aurora lunar, El acecho y La reina del hogar. La masturbación es una de las formas de la diversidad sexual. Si ha sido tan arduamente reprimida es porque es la forma de la sexualidad más difícil de controlar; es, por naturaleza, la más libre.


-¿En qué lugar ubica la crítica literaria actual a la literatura erótica?


-Puedo afirmar con total conocimiento de causa que, salvo excepciones, la casi inexistente crítica literaria actual no tiene prácticamente nada que decir respecto del relato erótico. Da la impresión que se piensa que escribir erótica es algo facilongo y ligeramente desagradable. La situación es quizá similar a la de la novela policial en la primera mitad del siglo XX. No es literatura importante. Un crítico montevideano aquejado de una espesa tara mental se preguntaba: si Lissardi escribe tan bien ¿por qué no se dedica a escribir sobre algo serio?


-La pornografía, antiguamente, estaba orientada a consumidores hombres, en general heterosexuales y blancos. La narrativa erótica parece tener más seguidoras que seguidores. ¿Por qué se da ese fenómeno?


-Este tipo de problemas de marketing se lo dejo a los productores de sexo pasteurizado y/o de pornografía. Este tipo de distinciones se parecen a las de las jugueterías, que pintan de azul la sección nenes y de rosado la sección nenas. Son condicionamientos de mercado que se logran imponiendo a los consumidores nichos preconcebidos.


-Alguna vez dijiste que tenías más lectoras que lectores y que en tus talleres de literatura erótica se anotaban sobre todo mujeres. ¿Es así? ¿Cuál es la franja etaria?


-Sí, creo que tengo más lectoras que lectores, pero también creo que es porque las mujeres leen más literatura que los hombres. Me leen desde jóvenes o muy jóvenes, que comprenden tempranamente que el consumo de pornografía no lleva a nada, hasta veteranos de la vida, que reconocen en las intensidades incesantes de mis personajes aquello que vivieron o que no supieron vivir. La primera franja es de lectores pragmáticos, en busca de respuestas, la segunda se caracteriza por una perspectiva, digamos, filosófica.



(12/10/2022)


bottom of page