No es novedad que el verdadero arte erótico, literatura erótica incluida, escasea, especialmente en estos tiempos de seudo-permisividad, cuando lo que sale sobrando en cantidades catastróficas es el erotismo industrial o de peluche y la pornografía. De ahí que batiera el parche con todo mi vigor cuando hace tres años, de pura casualidad, di con una novela erótica de excepcional calidad, de autor y título borrados ya de todos los catálogos. Me refiero a La confesión anónima (1960), de la escritora belga Suzanne Lilar (ver la entrada La obra maestra olvidada, en este mismo blog).
Hoy vuelvo a estar de fiesta: tengo en mis manos una nueva edición (Firmamento, Salamanca, 2022) de una novelita de Margo Glantz, Apariciones, cuyas primeras ediciones (Alfaguara, México, 1996 y 2002), desde esta remota avanzada del progreso a la que estoy condenado, me habían pasado por completo desapercibidas.
Apariciones se presenta, sin previo aviso, como un enigma: ¿qué relación guardan entre sí los dos flujos narrativos de que se compone el texto, flujos que están discreta pero efectivamente diferenciados al estar uno de ellos impreso en cursivas? Analizo ambos flujos narrativos. Por un lado tenemos a una escritora que se empeña en imaginar, en representar (se) la dimensión erótica de la relación de una monja con su Esposo Celestial (i.e. Jesús, el Cristo). En el otro flujo una mujer es interrogada por una voz tan íntima e incorpórea que no podemos sino sospechar que es la misma mujer la que se desdobla y se interroga ¿acerca de qué? acerca de la naturaleza del erotismo al que se entrega con su muy terrenal amante.
A poco de avanzar en el texto -hecho de fragmentos breves- inevitablemente sospechamos que, tan diversas como nos puedan parecer, ambas protagonistas -la que imagina y escribe y la que interroga sin cesar- son una y la misma. Desde su condición de sombras anónimas de las cuales nada se dice, nada se precisa, en realidad su imaginar y su interrogar se alimentan de los mismos intereses. El texto nos sugiere así que para llegar a su sentido profundo es necesario partir de su unidad profunda.
ANIMAL DE DOS SEMBLANTES
En efecto, lo que el texto nos presenta son dos modos de un mismo espacio interior, unidos y separados por una bisagra más ligera que el aire, que nos permite pasar de uno al otro modo con tan leve facilidad como un colibrí pasa de una flor a otra. Ni en un modo ni en el otro la narradora protagonista nos da su nombre, porque no se pretende que sepamos que es la misma en ambos modos o flujos narrativos, sino que se pretende que lo adivinemos, que nos lo revele nuestra intuición lectora. Ese es el juego previo que nos invita a jugar, y hasta tanto no lo juguemos no comienza verdaderamente la lectura.
Esa adivinación es la verdadera llave de acceso al texto: la protagonista indaga en su goce erótico tanto mediante la escritura imaginativa como mediante la introspección obsesiva. Y lo que descubre y descubrimos con ella es que su goce es el mismo tanto con su Esposo Celestial como con su amante terrenal. Con toda propiedad puede aplicarse a esta novelita el mismo título que dio Glantz a una colección de historias que publicó en 2004 (LOM, Chile): Animal de dos semblantes.
Pero entre Apariciones y Animal de dos semblantes hay una diferencia esencial: el primero es, digamos, una confesión anónima, y la ausencia de nombre es la clave para penetrar en el texto con certeza, mientras que en el segundo texto estamos ante una autobiografía con nombre falso, Nora García, que Glantz utilizará en varios textos. En Apariciones el nombre es imposible: y al caer el nombre ya no hay límites, las barreras se derrumban, se vuelve posible decir todo, hasta lo indecible… a condición de que el lector adivine la clave de lectura.
LA ERÓTICA DEL DOLOR Y DE LA HUMILLACIÓN
Hay dos peripecias, pero una sola protagonista ¿para qué si no ambas peripecias nos serían confesadas tan imposibles de separar como serpientes apareadas? Es que el doble fluir, las dos peripecias dependen, son las dos caras de una misma erótica, la erótica de la humillación y del dolor.
La monja, para hacerse digna de su Esposo Celestial, se castiga infinitamente por pecados que como ser humano no podría dejar de cometer, en el caso en que los haya cometido. Mortifica su carne flagelando sin descanso la piel desnuda de su espalda y de sus pechos, la sangre que hace gotear de su piel está siempre fresca. Y en el abismo absoluto del dolor, al borde de la inconsciencia, o de la Otra Consciencia, si se quiere, alcanza el éxtasis de sentirse a punto de acceder a la Divina Presencia. Estamos ante el placer en el dolor en el nivel más sublime de la experiencia o de la imaginación masoquista. En el otro flujo narrativo, el de los amantes terrenales, lejos de la imaginación solitaria de lo Divino, nuestra heroína se somete gozosa al capricho, al condimento de humillación y de violencia que su amante le impone en cada coito.
No diré más. El resto es lectura. Glantz nos ha exhibido, con toda la cruda sutileza que sólo el arte verdadero puede permitirse, los espacios interiores idénticos y opuestos en que pueden refugiarse para el puro goce el cuerpo y el alma rendidos por completo a su Deseo.
10.5.23