Acostumbro poner como fondo de pantalla en mi ordenador imágenes que me interpelan por motivos que, en principio, no tengo claros. Como consecuencia de verlas breves segundos cuando abro y cuando cierro el ordenador, y en particular por verlas con la mente en otra cosa, las imágenes en cuestión comienzan, poco a poco, a soltarme sus secretos. Se trata en general de detalles que uno mira sin ver y que sin embargo son especialmente significativos.
Nunca había sometido a este “método de investigación” a una imagen de Hitler. En primer lugar por natural repugnancia hacia el personaje. No tengo tanto estómago como para verle la jeta cada vez que enciendo la computadora. Pero hete aquí que vine a tropezar con la imagen objeto de esta entrada, de la que pronto comprendí que tiene por peculiaridad ser la única que conozco en la que Hitler no está posando de Führer.
El tipo de la foto no es el Hitler totémico, en uniforme, con cara de palo y con la gorra con visera metida hasta que impide verle los ojos. Este no es el Hitler habitual poniendo cara de supremo líder en un evento público a su mayor gloria. No, este es el fulano cualquiera. Aquí está fotografiado, por una vez en su vida, en estado de distracción. A partir de esta constatación la foto comienza a plantearme todo tipo de preguntas y a revelarme todo tipo de secretos.
En esta foto, compuesta simétricamente, es natural que avancemos de la periferia hacia el centro. Empezamos por el lugar en que se encuentran. Por la mansedumbre de las aguas parece ser un lago. Por la baranda de madera deducimos un paseo peatonal o un muelle de pequeñas embarcaciones en la orilla del lago. La hora en que fue tomada la fotografía sería temprano en la mañana o al atardecer, dada la sombra sobre las figuras de Hitler y de la dama a su derecha. La estación del año sería la primavera o el otoño dado el medio abrigo que llevan por lo menos dos de ellos.
El año es fácil de deducir con cierta precisión: probablemente 1928, porque si el personaje a la derecha de Hitler es Geli, su media sobrina diecinueve años menor que él -y lo es, sin duda-, entonces la foto fue tomada antes de 1929, que es cuando Hitler la lleva a vivir a su apartamento de Múnich y Geli se inscribe en la Facultad de Medicina. Al mudarse a la gran ciudad e inscribirse en la Universidad, las largas trenzas de la muchacha desaparecen dejando lugar a una melenita corta, a la moda por aquellos años.
1928, entonces. Hitler es el jefe de un partido en crecimiento, Geli es, desde hace uno o dos años, su amante. En la foto Geli sonríe, divertida, animosa, ingenua, encantada de la que quizá sea la primera foto con su tío famoso, su amante. Su atuendo sin adornos es ropa de muchacha, casi uniforme escolar. La insignia que lleva es probablemente del partido que lidera su tío. Es claro que se trata de una reunión de familia, si no Hitler no estaría tan relajado, tan distraído, y no se dejaría, en tal actitud, ser fotografiado junto a la muchacha aún de trenzas que es su medio sobrina y amante. Es una foto informal, Hitler no está posando con cara de Führer.
No es tan fácil de determinar la identidad de la otra dama. Se ha indicado que se trata de Elfriede, media sobrina también de Hitler, hermana de Geli dos años menor. Si efectivamente la foto fue tomada en una reunión familiar -y se conocen fotos de otra reunión familiar en un paraje similar un par de años más tarde- la suposición de que se trate de Elfriede parece razonable, aunque no parece que la dama en cuestión sea dos años menor que Geli, más bien parece años mayor en edad y en experiencia. Casi diría que posa de vampiresa. Pero la verdad es que acerca de Elfriede no existe casi información. Quizá a los dieciocho años ya trabaja en la ciudad, lo cual explicaría su atuendo y actitud, mientras que Geli vive aún con su madre, que es el ama de llaves del Berghof, la casa de descanso de Hitler en los Alpes.
En todo caso esto puede decirse de la segunda dama: a diferencia de la primera, es una fémina que sabe despertar el deseo de los machos. Su mirada penetrante, por no decir provocadora, y su sonrisa invitadora lo dicen a las claras. La diferencia de atuendo y actitud de ambas chicas -una es angelical y la otra, simétricamente, demoníaca-, en realidad puede explicarse por lo celoso que fue Hitler respecto de Geli: sin duda prefería conservarla con trenzas y aspecto aniñado. Tenía razón: en la ciudad y con melenita, Geli no tardó en salir en busca de amantes, para desesperación del líder.
Dicho todo lo cual llegamos al centro de la imagen. Dijimos que Hitler no está aquí en pose de líder de hierro de la raza suprema. Mira a la cámara sin expresión alguna, sin pretender comunicar nada mediante la imagen que resultará. No es una foto oficial destinada a la construcción de su imagen pública. El que está fotografiando les ha pedido que miren a la cámara, probablemente diciendo algo gracioso, razón por la cual Geli soltó la risa. ¿Cómo es posible que este “triunfador”, que a los cuarenta años tiene el futuro de Alemania en sus manos, se vea como un perrito apaleado entre estas dos jovenazas sexosas -cada una a su manera- y tan accesibles, para él, tío aun joven y ya medio dueño del mundo?
El bigote absurdo apenas distrae la atención de lo mustia que se ve la cara del líder. Aquí se ve como nunca la función de ese bigote absurdo: esconde, disimula, desvía la atención de la blandura tristona de su cara. Cumple la misma función que la gorra militar no menos absurda, absolutamente inusual, metida hasta las cejas y que no deja ver los ojos. Nadie usa en su entorno una gorra militar o un sombrero como él lo usa, para esconder la cara. ¿Y el mechón de pelo sobre la frente? Nadie en su entorno se deja un mechón que le caiga sobre la frente. Y no es coquetería: Hitler esconde la cara, la disimula, como un adolescente inseguro. Sale al mundo disfrazado de enviado implacable de las supremas fuerzas de la oscuridad.
¿Por qué tanto disimulo? Porque su cara, sin bigote y sin visera, y sacándole el pelo de la cara, es la cara de un tipo débil, casi diría yo que asustado. ¿A qué le teme el líder? ¿A los judíos, a los comunistas, a los ingleses? No. Le teme, nos dice la foto a gritos, al par de hembras jóvenes y pasadas de rosca que lo rodean. Teme que se lo lleven a la cama y lo pongan para siempre en evidencia. Le teme a La Mujer, que da la verdadera medida de la potencia, sexual, por supuesto, de un Hombre. Rodeado por estas versiones diversas, opuestas de lo femenino Hitler se ve como un niño que va a ser castigado.
Nada como esta foto para comprender el testimonio de Otto Strasser, que conocía a Hitler desde los meros comienzos de la militancia. Según Strasser, Geli le contó que su tío le pedía “cosas repugnantes, perversas”. Está en sus ojos si se lo quiere ver: Hitler es un tipo débil, melifluo, perverso, impotente, capaz de cualquier cosa, desde el disfraz permanente a la peor violencia, para esconder sus pequeños secretos sucios. Este Hitler, el verdadero, es el Peter Lorre descompuesto de “M, el vampiro de Düsseldorf”, de Fritz Lang. Geli tuvo que aprender esta dicotomía de la peor manera.
Así como llevó a la muchachita sexosa a la muerte, Hitler llevó a Alemania hasta la aniquilación final por pura incapacidad de sacarse el disfraz de semidiós implacable. En la blandura tristona y casi llorosa del Hitler verdadero, el de la foto, y no el de los discursos incendiarios y la prepotencia amenazadora de los desfiles militares, vemos el auténtico rostro de un asesino serial que ha conseguido el arma perfecta, el aparato estatal, para llevar su pasión homicida hasta el límite del genocidio. Sin esa arma absoluta que le permite todos los disimulos, ¿este tipito hubiera sido capaz de realizar las ansias asesinas que le nacen de la conciencia de que en su personalidad hay algo fallado, jodido, imposible de reparar, podrido?
Moraleja: no pongas los poderes del Estado en manos de un tipo del que no conozcas, no su cara pública, sino su verdadera cara.