Texto leído en el conversatorio “Los objetos al límite de su desaparición”, coordinado por Ana Grynbaum y Alba Piotto, 3era. reunión, 2 de diciembre de 2024, por Google Meet.
A la manera de los diarios de viajes, reales o imaginarios, del primer Henri Michaux, aunque más de una década anterior, Senos (1917), de Ramón Gómez de la Serna, puede ser leído como las notas de un seudo-antropólogo, que dejan constancia de un mundo que absorbe su atención. Tal lectura es legítima, por cierto, y de hecho es a la que el mismo de la Serna invita, al elegir el formato de su texto. Sin embargo, aguzando un poco la mirada puede entreverse que esa elección del formato tiene en realidad la intención de camuflar la verdadera intención y naturaleza de su peculiarísima obra.
Senos consta de 130 textos breves, más uno de cierre, descontrolado y torrencial. Todos los textos están a medio camino entre la narración, la pura descripción y la meditación exaltada en torno a un único tema, interés u horizonte: los senos de las mujeres. Ninguna otra región de la anatomía femenina le interesa al autor, lo cual no quiere decir, en absoluto, que considere a los senos en abstracto, o en tanto atributos de la femineidad considerada en abstracto. Las mujeres, en Senos, ofrecen un abanico amplio de la infinita variedad del universo femenino, considerando todos los vectores que lo constituyen: edad, carácter, complexión física, actitud, y sobre todo, ocupaciones. Cito al azar títulos de capitulillos: Senos de las niñas del Conservatorio, Senos de la esposa del Inquisidor, Senos para soldados, Senos para el verano, Senos que querían que yo los cogiese, Senos de los hermafroditas, Senos de las domadoras, Senos del escote más crudo que he visto, Senos de las monjas, del arte, de sirena, de enferma grave, etc. etc. etc., incluyendo, por supuesto, los senos de las muertas.
En cada caso, los senos, tal y como puede constatarlo la mirada atenta, replican y reflejan, como en un espejo, las peculiaridades del personaje que los porta. La variedad de los senos resulta así tan infinita como la variedad de las femineidades. Nunca, ni por una comprensible distracción, dado lo extenso del muestrario, los senos de de la Serna son intercambiables. Ahora bien, Ramón es el inventor de la greguería, y ese tipo de metaforización humorística genial no sabe dónde no inmiscuirse en la escritura de su creador para ejercitar su alquimia. Como consecuencia, buena parte de la fascinación por los senos está expresada por medio de metáforas a menudo inesperadas, arriesgadas o directamente al borde del absurdo. Cito unos pocos ejemplos al pasar:
“La madre y las dos hijas tienen sendos y fuertes bustos. Van las tres orgullosas y como avanzando en un ataque a la bayoneta. Se abre el paseo a su paso, como se abre el mar ante el avance de la proa afilada y determinada”.
“Buscaba mi tesoro varias veces en el día metiendo la mano por el angosto descote de su blusa y removía todas las monedas de mi bolsa como sonando mi oro”.
“Los senos de aquella mujer eran los senos del alma, blancos, puros, perfectos como dos circunferencias”.
“Después del primer momento en que su furia nos ofusca y nos arroja violentamente sobre ella nos aplaca la idea de los senos, como si saliesen en defensa de ella con bondad, interponiéndose entre ella y nosotros como sus hijos asustados, como los niños se interponen entre el padre y la madre”.
“Parece que por sus colores y sus cualidades hay en la cantidad infinita de los pezones diferencias como las que hay entre las piedras preciosas… El pezón amatista, el pezón crisólito, el pezón esmeralda, el pezón perla cabujón, etc.”.
“«Los senos son la esponja del corazón. Parece que le enjugan la sangre como grandes algodones providenciales», me dijo aquella mujer a la que pedía más, más sinceridad sobre sus senos”.
“Los senos retenidos por dos bridas de las doncellas de blanco delantal con peto y hombreras, son unos senos que se desbocarían sin esas bridas, como jacas salvajes, puesto que tiran hacia adelante, y casi se escapan, aun estando tan embridados”.
“Los senos en el agua son como blancos nenúfares… Se les adhieren muchas redondas y brillantes burbujas de agua, y a su alrededor, en círculos que comienzan en ellos, se inquieta toda el agua, hasta la orilla, próxima o lejana…”
Como vemos, en el terreno de la Erótica las metaforizaciones del autor tienden a oponer, pero con la intención de identificarlos, a lo viviente con lo inerte. Lo viviente, en este caso circunscripto a los senos, con lo inerte, o sea con cualquier objeto, por insólito que sea, que lo invite a trazar un símil por remoto que sea. Por ejemplo: a los bustos de la madre y sus hijas, con las bayonetas o la proa del navío.
Pero ¿a qué viene esta mutación metafórica? ¿Se trata solamente de exhibir, como un número de circo, una habilidad lingüística, un acto de prestidigitación sin mayor significado? ¿Acaso en esta antojadiza identificación lo vivo y lo inerte no intercambian fantasmáticamente sus condiciones? ¿Por qué nos inquieta la antojadiza mutación y nos alejamos prestamente de ella, pasamos la página, como si la identificación de los opuestos, imposible a ojos vista, a pesar de todo nos cuestionara? Estas piedras preciosas ¿no son pezones? Estos nenúfares ¿no son senos? ¿Han perdido su cordura las palabras? ¿No será que las cosas inertes tienen para decir de sí más que lo que oímos? Este juego de las mutaciones que pretende la mirada erótica ¿no genera una especie de meta-lenguaje que habla por las cosas revelando su dimensión erótica? La metáfora y el símil parecen ser, nos dice Ramón, utilizándolos de manera extrema, el medio por el cual podemos oír lo que dicen las cosas.
Interpelados desde la magia de los senos, las bayonetas, la proa, la bolsa de monedas de oro, la circunferencia, los niños asustados, las piedras preciosas, los grandes algodones providenciales, los nenúfares ¿no nos revelan la dimensión erótica de lo no erótico, como si la multitud de las cosas se imantara con la irradiación erótico-metafórica de los senos? Ante la demanda desmedida de metaforización erótica de los senos todo se erotiza, todo exterioriza su íntima naturaleza erótica. ¿No es por eso que pasamos rápido la página, como si no se tratara más que de un truco de linguista, y para mejor ocultar la inquietud, la sospecha de que las cosas no son lo que parecen y que las mutaciones metafóricas no son tan inocuas como parecen? Humor más metáfora más una delicada comprensión de la vida secreta de las cosas: finalmente ¿no es esta la mágica ecuación que ha hecho de las greguerías uno de los aparatos literarios más vertiginosos del siglo pasado?
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Regresemos a la cuestión de la verdadera naturaleza del texto Senos de Ramón Gómez de la Serna. Opuesta a la lectura de la dizque-Antropología de los Senos, la lectura de Senos que propongo es esta: Senos es, camuflada, una novela erótica. Su protagonista y narrador, innominado (inevitablemente, de la Serna), poco dice de sí además de su pasión honda e incontenible por los senos femeninos. “Soy el escritor de los senos, dice, su crítico de arte, el que formó su colección y ya no admite los duplicados ni las falsificaciones que ofrecen de todos lados. No me dejo engañar por los senos”. Pudoroso en su impudicia no nos detalla qué uso le da a su fetiche, a qué extremos se entrega cuando unos senos que desea le son asequibles, pero sus descripciones del fetiche, al borde del éxtasis son tan precisas, intensas y sutiles que ni falta hace que diga más.
Si al referirme a la lectura “antropológica” del texto de de la Serna la relacionaba con el Michaux de Un bárbaro en Asia (1933) o Viaje por la Gran Garabaña (1936), (bastante posteriores a Senos), la lectura que vengo de proponer remite a Don Juan, o más precisamente a Don Giovanni. Nuestro protagonista es un Don Giovanni al que no le interesan las mujeres sino tan solo sus senos. El catálogo de senos que nos presenta remite conceptualmente a la celebérrima lista de mujeres seducidas por Don Giovanni: ambos tienden, naturalmente, al infinito. Nuestro protagonista se declara coleccionista de senos: en mi ensayo La pasión erótica cito a Jacques Lacan demostrando que no otra cosa que un coleccionista es Don Giovanni. Vale la pena observar que este catálogo de senos incluye no solamente a los senos cuyo abuso le ha sido concedido a nuestro Don Juan de los senos, sino también a los apenas entrevistos, y a los tan solo adivinados, ocultos por las telas ligeras de las blusas o las pesadas de los abrigos. También vale la pena subrayar que si la pasión de nuestro protagonista por su fetiche es devoradora no lo es tanto como la del tigre de Bengala por la carne humana: nuestro Don Juan se satisface, al parecer, con los placeres de la mirada, del olfato y del manoseo, con la exaltación de la imaginación y con la voluptuosidad de la escritura.
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Al final de la enumeración delirante, torrencial e incontenible, nuestro protagonista se encuentra de cara, como suele suceder a los que se exceden hasta el agotamiento, con el vacío. En un breve postfacio, titulado Expiación epilogal, el narrador declara renunciar para siempre a su fetiche, y el deseo de expiar por haberles hecho demasiado caso. Todo ha sido un malentendido: “Hemos cogido demasiado los senos, los hemos pellizcado demasiado, y al querernos hartar de ellos nos hemos encontrado, no con una masa dulce, compacta, blanda, suave y dichosa, sino con algo áspero y duro al tacto, algo en que hemos notado las tumefacciones interiores, los tubérculos, los roeles, algo muy materialmente carnal en vez de idealmente carnal, carne basta, nervio de la sangre, anfractuosidades anatómicas, pequeñas piltrafas interiores”.
Promete, por supuesto, dedicarse de aquí en más “a la dominación de (su) alma personal e intransferible”. No deja, por supuesto, de cargarle a las mujeres por lo menos parte de culpa en el sentimiento de desazón y frustración en que ha caído: “Ellas no saben apenas nada de los senos, y hasta parece que cuando se les hace daño en los senos, frenéticos de comprender su insensibilidad, ellas responden por cumplir. Cuando se les pregunta por sus senos no saben responder, y al verlas balbucir parece que se han arrogado el derecho de llevar los senos con ese empaque solo porque los hombres ciegos e ignorantes se los han inventado. Seguramente los senos no están en ellas, sino que son una ilusión nuestra. Ellas están olvidadas de sus senos y ni su peso sienten”.
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Para ver y escuchar a Lissardi participando en el conversatorio, aquí está el enlace: https://youtu.be/Bgtx_gAo0_Y?si=cJktdF9UaYii1CKB