Ya finalizado el ciclo de conversatorios Los objetos al límite de su desaparición, que co-coordiné y tuvo lugar vía Google Meet desde el 7 de octubre hasta el 9 de diciembre de 2024, quiero reflexionar, a título personal, acerca de algunas cosas que se dijeron y otras que no se llegaron a decir.
Las muñecas y yo
Las muñecas y los autómatas han ejercido desde siempre una gran fascinación en mí. De niña no podía dejar de pararme ante el papá Noel que movía la mano desde la otrora apedreada vidriera de la confitería Oro del Rhin.
Pasaba larguísimas horas jugando con muñecas. A la edad en que mis compañeritas empezaban a maquillarse, yo seguía entregándome al juego infantil.
Tenía muchas muñecas y también un par de muñecos. Aunque uno de ellos era bebé, yo lo pretendía adulto.
Bajo mi batuta, las muñecas participaban de una suerte de teleteatro psicodramático. Formaban una familia muuuy disfuncional, pero entretenidísima.
Mientras mi familia se congelaba ante el televisor, yo creaba un mundo aparte. No mejor que el de ellos -de hecho, trasladaba buena parte de sus problemas-, pero sí distinto y mío. Un mundo en el que yo ya no era yo, sino esa ficción móvil en la que las muñecas me apuntalaban.
El deseo de un diálogo
La idea matriz del conversatorio fue generar un diálogo. Una idea ambiciosa, pues dialogar no parece haber sido nunca fácil.
En relación con este conversatorio revisité La República, de Platón. En este libro de los libros de Occidente, los diálogos no son diálogos en el sentido vulgar, no tienen la imprevisibilidad de la interacción. Se discute para llegar a lo que ya se pensaba.
En nuestro mundo de comunicaciones híper-saturadas, con agendas impuestas por los intereses monopólicos, dialogar adquiere una importancia suprema.
En un remoto tiempo de mi vida, en el ámbito de una escuela de psicoanálisis, solía escuchar, con referencia a Freud, la aserción de que el oso polar y la ballena no pueden dialogar. El énfasis se ponía en la cuestión del territorio: son animales que habitan en las antípodas, desde cierta lógica no hay un punto en el que se puedan encontrar. La insistencia en tal imposibilidad -cual ritornello deleuziano- era una defensa de la pureza disciplinaria, es decir: el reclamo de poder sobre un territorio. Aquí el bando del oso, allá el de la ballena. Todos en paz.
Recientemente, en un texto favorable a la interdisciplina, encontré esta cita: “Un colega psicoanalista comparaba irónicamente nuestra tarea de relacionar la pareja neurociencia y psicoanálisis con el improbable apareamiento del oso polar y la ballena.” (A cada cual su cerebro. Plasticidad neuronal e inconsciente, F. Ansermet y P. Magistretti, 2006.) “Apareamiento” no es un término tan de salón como “diálogo”, pero ya estamos grandes.
Disculpen mi atrevimiento: yo creo que el elefante y la ballena sí pueden encontrarse. ¡Cómo! ¿Dónde? ¡Pueden coincidir en el bazar! Incluso pueden compartir sin conflicto el mismo anaquel. A lo mejor hasta pueden jugar, o mejor dicho -claro- puede uno jugar con ellos.
Tal vez no se apareen, probablemente la cosa siga dispar. De seguro necesiten intérpretes y las dificultades no han de ser pequeñas. No establecerán una pseudo conversación al estilo filosófico, para eso ya existe la Academia. Lo que acaso se pueda lograr es una conversación; imperfecta, humana, pero no por eso carente de sentido. El vocablo conversar tiene un par de acepciones -actualmente en desuso- muy lindas: “vivir, habitar en compañía de otros”, “tratar, comunicar y tener amistad. (DRAE)”
En todo caso, este ciclo de conversatorios es una muestra de que ese diálogo, proverbialmente imposible, no solo es posible sino también realizable. Estoy convencida de que vale la pena generar espacios de pensamiento colectivo, no institucional, transdisciplinario. Y mejor si internacionales, como este, gracias a su carácter virtual. No olvido que se ha tratado apenas del comienzo de un experimento, pero eso no me resulta poco.
La desaparición de las cosas
Separemos la cuestión de los objetos de la de su desaparición y comencemos por esta última. Jugar con los objetos al límite de su desaparición es como jugar en el bosque mientras el lobo no está. En el caso del bosque, lo que puede suceder es que el desaparecido aparezca. En cuanto a los objetos materiales, no se trata tanto de que se escondan y luego nos sorprendan -aunque a menudo lo hacen-, sino que desaparezcan realmente.
Es un hecho que cada vez necesitamos menos cosas, con un solo aparatito -al menos en teoría- sería suficiente para regular nuestro diario vivir. En nuestras moradas el espacio se vuelve, creciente y aceleradamente, un bien de lujo. No hay lugar para acumulaciones. En la modulación frenética de nuestra cotidianeidad, no hay tiempo para cuidar de lo inútil. La lógica del rédito prepotea al sentimentalismo -Ramón Gómez de la Serna lo dicen su ensayo sobre “Lo cursi”-.
Todavía oscilamos entre el mundo analógico y el mundo digital. Las cosas no desaparecen en forma simple y pura, sino dejando restos. Esos restos nos interpelan porque hablan de nosotros, los sujetos, y tomarlos en cuenta puede restituir un saber que importa. En El sistema de los objetos, Jean Baudrillard muestra cómo atribuimos a ciertas antiguas aleaciones un carácter de pureza natural que es en verdad ficticio; esto sucede, por ejemplo, con el papel y el vidrio. Estamos tan lejos del acontecimiento de su invención que nos resultan naturales.
La extinción de los objetos materiales tiene su dramática y su poética, que podemos experimentar con mayor o menor nostalgia. Y cuenta con autores que han sido particularmente sensibles a ella: Marcel Proust, Felisberto Hernández, Ramón Gómez de la Serna son algunos de los que destacan en el campo literario. Las Vanguardias del Siglo XX habilitaron la ascensión de virtualmente cualquier objeto a la categoría de arte. Los objetos encontrados (objets trouvés), con el mingitorio de Duchamp haciendo proa, abrieron la vía de un cuestionamiento radical del arte y del discurso sobre las cosas y de quienes las usamos, o somos usados por ellas.
Cabe puntualizar la paradoja sobre la cual se fundó este ciclo de conversatorios: abordar lo material por la vía de un canal virtual (Google Meet). Y además asegurarnos la supervivencia mediante grabaciones disponibles para todo público (YouTube) -al menos hasta que se “caiga el sistema”-.
El potencial de los objetos
El tema de los objetos no es nuevo en mi producción, forma una parte esencial de mi novela La conquista del deseo, de 2021. No mencioné ese texto a lo largo de estas reuniones porque mi interés era convocar otras voces. Tampoco me referí a varios de los autores que mejor han alimentado mis intuiciones. En primer lugar Eduard Fuchs, con su monumental estudio de la ideología presente en los objetos más ínfimos: Historia de la moral sexual. También Walter Benjamin, Libro de Los Pasajes y Gastón Bachelard, Poética del espacio.
El Siglo XX fue el siglo de las cosas materiales, su apogeo y el comienzo de su decadencia. Hasta la Revolución industrial, los objetos y objetitos se acumulaban solo en los espacios de las clases privilegiadas. Desde finales del Siglo XIX los excesos de la industrialización comenzaron a repletar todas las moradas con sus pedazos de materia. “Made in China” era la etiqueta más frecuente cuando, a mediados de los setentas, aprendí a leer y leía todos los carteles que se me ofrecían.
Pese a su bien ganado lugar como humorista, hay que tomar muy en serio a Gómez de la Serna en su propuesta de “meter en el psicoanálisis las cosas”. Tal propuesta pertenece a “Las cosas y el ello”, ensayo publicado en el número dedicado a “lo nuevo” de la Revista de Occidente, en 1934. Parafraseándolo, diría que hace falta incluir a las cosas, prioritariamente, en la discusión sobre la vida cotidiana y en especial sobre la cuestión de cómo vivir, y cómo sobrevivir a los males de la época.
Si una arqueología de los objetos permite acercarnos a la cultura que los concibió, en el nivel de lo particular las cosas son testigo de las personas que tuvieron contacto con ellas; son la memoria que sigue vive para hablarnos cuando esas personas ya no existen.
Los objetos cuentan historias que a menudo permanecen secretas, cobijadas en la mudez de la materia. El objeto es una contracara del sujeto, compleja, cargada de significado social, una faz a la que no podemos acceder directamente por hallarse excluida de nuestro campo visual. Cada rostro de Jano es incapaz de ver al otro.
En la actualidad todo el tiempo escuchamos hablar del sujeto, la subjetividad y las subjetividades, vale la pena que intentemos dar vuelta el tablero para mirarnos desde el otro lado, el lado de la cosa, esa forma del no-yo, ese espacio abierto a todo lo demás.
Ese otro lado de los sujetos, a que las cosas prometen acceso -y en ocasiones lo brindan- habla del potencial dramático de los objetos. Las vivencias que en nuestro recuerdo se ataron a esto o aquello, la imaginación que recrea existencias lejanas. El libro El gabinete de las hermanas Bronte. Nueve objetos que marcaron sus vidas, de Deborah Lutz, es una aventura en torno a lo que pudo haber sido la vida de estas escritoras en función de una investigación basada en los objetos personales que las sobrevivieron.
Incursionar en la poética de las cosas consiste en perseguir dentro de la ambigüedad de lo material los sonidos de una lengua inédita. Al final de su apoteótico viaje a través de la cultura, el protagonista de La tentación de San Antonio, de Gustave Flaubert, exclama:
¡Oh, qué felicidad!, ¡qué felicidad!, he visto nacer la vida, he visto comenzar el movimiento. La sangre de mis venas late con tanta fuerza que va a romperlas. Tengo ganas de volar, de nadar, de ladrar, de mugir, de aullar. Quisiera tener alas, un caparazón, una corteza, echar humo, llevar una trompa, retorcer mi cuerpo, repartirme por todas partes, estar en todo, propagarme con mis olores, desarrollarme como las plantas, vibrar con el sonido, brillar como la luz, acurrucarme bajo todas las formas, penetrar cada átomo, descender hasta el fondo de la materia -¡ser la materia!.
El trabajo recién está comenzando a esbozarse.
Muchas gracias
Muchas gracias a todos los que de una u otra manera participaron del ciclo de conversatorios Los objetos al límite de su desaparición y muy especialmente a los expositores, que generosamente brindaron su tiempo y ganas. Por el orden de las exposiciones: María del Carmen González de León, Mercedes Álzaga, Débora Santangelo, Alejandro Cruz, Gabriela Onetto, Ercole Lissardi, Hoski, Yvonne Fleitman y Sandra Gasparini.
Agradezco en particular las conversaciones mantenidas con los expositores y con mi compañera de ruta, Alba Piotto, durante el armado del ciclo y también los comentarios que he ido recibiendo a modo de resonancia a partir de las diferentes reuniones, tanto de quienes estuvieron en tiempo real como de quienes las miraron por YouTube. Estas charlas dieron lugar a vínculos nuevos y también a la profundización de vínculos antiguos.
Quiero enfatizar mi agradecimiento a quienes participaron opinando. Hace falta valentía para jugarse en un espacio público en esta época donde lo políticamente correcto pretende imponer su dictadura. Nadie está libre de ser ventrilocuizado por alguno de esos famosos enanos fascistas que -se supone- todos llevamos dentro y por ello recibir el castigo de la cancelación.
Cuatro reuniones, con miradas tan diferentes -desde la literatura al arte, la arqueología, la mística…- sobre un tema especialmente amplio y complejo, alcanzan apenas para empezar a recabar bibliografía y trazar alguna línea de indagación de cara a futuras producciones y espacios de encuentro. Sin embargo, esto ya es haber dado algunos pasos.
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Las cuatro reuniones del conversatorio están disponibles en YouTube, aquí los enlaces: